- SOBRE NUESTRA ACTITUD NEGATIVA POR LAS COSAS QUE POSEEMOS – Se ama y se valora, lo que se conoce.

Que bueno es pensar un poco sobre ciertas cosas, sobre todo de aquellas que están como enquistadas en forma negativa en nuestras personas, actitudes, conversaciones o por ejemplo, en los envíos compulsivos de e-mail en cadena.
El tema es sobre lo que tenemos, somos y muchas veces no valoramos, nuestro país, provincia, pueblo, barrio, comunidad de perseverancia, familia, amigos, talentos, dones, habilidades y posibilidades.
Muchos, vivimos quejándonos, y cuando experimentamos un viaje a otros parajes, por más hermosos que estos sean, cuando conocemos a otras personas, grupos y comunidades, por mejores y organizadas y buenas que sean, después de un tiempo, tendemos a añorar o recordar lo propio.
Sería ingenuo negar los defectos y errores de los lugares en que vivimos y de las personas que frecuentamos, y aún sabiendo que todo se puede mejorar, sentimos que todo eso… es nuestro.
En el Blog de Dirigentes Paulinos, pusimos en el título; “Se ama lo que se conoce”, y podemos agregar; “se protege o se valora lo que se conoce”.
Muchos valoraron algún aspecto de su vida o de sus personas y del cual se quejaban con frecuencia, recién cuando lo perdieron o lo desaprovecharon.
Hay muchos que al ir a vivir en otros países, redescubren su propio país, o al no tener a su lado a un ser querido que durante años criticaron y culpado de todo, sienten un vacío y una sensación de pérdida.

Otros durante años se lamentaron de los defectos de sus hermanos de comunidad con la que se reunían, haciendo, quizás muy poco para transformarla.
Lo importante es descubrir en las vivencias y experiencias, que podemos valorar, comprender y reaccionar mejor, sobre las cosas que consideramos como negativas. Se construye sobre lo positivo, sobre lo que hay, para multiplicar solo necesitamos panes y peces, siempre.
Brindamos para la reflexión un cuento de Mamerto Menapace que nos puede iluminar un poco;
“Vivía nuestra ranita en una ciudad grande. Pero de la ciudad sólo conocía el arrabal donde había nacido; la parte baja que las lluvias anegaban periódicamente. Por allí las máquinas de la municipalidad casi no venían. Las cunetas estaban siempre llenas de agua; las baldosas de las veredas, y los zócalos de las casas se descascaraban un poco por todos lados a causa de la humedad.
No es que no amara a su barrio. Pero aquellos detalles amargaban a la ranita, que prestaba demasiada atención al ambiente que la rodeaba. Y lo sórdido de las cunetas, zócalos y veredas, terminó por resultarle insoportable. Su descontento tenía algo de contagiosos, y creaba clima a su alrededor. Porque hay que reconocer que su persona, tenía la rara cualidad de comunicarse y transmitir sus sentimientos.
Muchas veces había escuchado comentar la hermosura de otras ciudades, con calles prolijas, plazas cuidadas y avenidas arboladas. Estas descripciones no hacían más que aumentar su disgusto por todo lo desagradable que veía continuamente a su alrededor. Y como le suele pasar, comenzó a polarizar sus sentimientos.
Todo lo desagradable, molesto y prosaico decidió que se había dado cita en su ciudad natal. Mientras que todo lo lindo, lo armonioso y elegante, debía encontrarse en la ciudad ideal que comenzó a imaginarse como existente en algún lugar.

Por el bajo de su barrio cruzaba justamente el ferrocarril. Allí las vías circulaban sobre un alto terraplén que, a varios metros de altura, amurallaba el horizonte impidiendo ver todo lo que quedaba del otro lado. Y nuestra ranita decidió, vaya a saber uno por qué, que justamente detrás del terraplén debía estar la ciudad magnífica de la que tanto le habían hablado. Y fue tal su convicción que decidió trepar el terraplén a fin de gozar de la visión de aquella ciudad tan distinta de la suya.
El trabajo fue muy arduo. Y la ranita alentaba su esfuerzo con el enorme deseo que tenía de ver la ciudad de sus sueños. Y finalmente llegó a la cumbre del terraplén.
Pero no vio nada. El riel de hierro de una cuarta de altura le cortaba todo el campo visual. Por más que ensayó nuevos saltos, nada logró ver. Pero no se dio por vencida. Se dio cuenta de que su posición horizontal dejaba sus ojos por debajo del nivel de las vías. Otra cosa sería que optara por la postura vertical. Y con un enorme esfuerzo, finalmente se paró sobre sus patitas y con las manos apoyadas sobre el hierro extendió su vista.
Lo que vio la dejó admirada. Realmente no lo hubiera esperado. Una hermosísima ciudad se presentó ante sus ojos. Más allá de los barrios bajos se abrían hermosas avenidas, casas de varios pisos, calles rectas y limpias. Las plazas eran una belleza, y el río brillaba más allá enmarcando la ciudad. Embelesada, la ranita se dijo a sí misma:
-Verdaderamente, ésta sí que es una ciudad magnífica. La mía no tiene comparación con ésta que estoy viendo. Desde hoy me voy a vivir a la ciudad de calles rectas y de plazas arboladas.
Pero en realidad la ranita al ponerse en vertical, no había visto lo que estaba delante suyo, sino lo que había dejado a sus espaldas. Porque las ranas no tienen sus ojos delante de su cara, sino encima de su cabeza. Y al ponerse en vertical, lo que había descubierto era su propia ciudad, la que había dejado tras suyo al subir al terraplén. Sólo que esta vez había tenido la oportunidad de verla desde la altura y en plenitud. Pero era su misma ciudad natal, de la que ahora lograba ver detalles que no conocía. O mejor dicho: antes había conocido de ella sólo ciertos detalles. Justamente los más cercanos y quizá los más prosaicos.
Entusiasmada con lo que había descubierto decidió bajar hacia la ciudad nueva. Y en realidad lo que hizo, fue simplemente descender hacia su propia ciudad de siempre. Pero ahora llevaba en los ojos y en el corazón una visión distinta, una visión de plenitud y de armonía totalizadora.
Al llegar a las primeras cunetas de la ciudad se reencontró con los mismos detalles prosaicos de siempre: las baldosas sueltas y los zócalos descascarados. Sólo que ahora los veía con ojos distintos, mientras se decía:
-¡Bah! Estos son sólo pequeños detalles molestos de un lugar magnífico.
Y desde entonces la ranita comenzó a ser feliz. Y como ella lo transmitía, los demás comenzaron a ser felices a su lado. La manera más auténtica de ser felices."
Sobre textos de; "Entregando con San Pablo; nuestro punto débil" - Gustavo Jamut y "La ranita y el terraplen" - Mamerto Menapace.