"En cada persona encontré ese Cristo Resucitado".
Desde el primer día sentí que me susurrabas suavemente al oído y me decías “Tú eres mi hija amada… Ven y Sígueme”… y como no seguirlo si él fue el que me transformó, el que me liberó.
Así empecé a transitar este camino de preparación para vivir una Semana Santa distinta, marcada de signos, de vivencias, de enseñanzas, de vida comunitaria, una Semana Santa de Amor.
Temerosa tal vez, un poco ansiosa y cansada. Sí llegue al pueblo cansada, llevando en mí esas preocupaciones de lo cotidiano, del mañana pero una vez más tú estabas ahí aliviando mi alma y susurrándome me dijiste “no estás sola yo estoy aquí, toma mi mano y caminemos juntos”.
Y caminé, recorrí esas calles un poco distintas a las habituales pero con una sed de su amor y al caminar me toco anunciarte y que difícil a veces se hizo el anunciarte porque creía que debía tener millones de conocimiento sobre ti, pero me demostraste que el mejor anuncio se logra de aquel que sale del corazón, de aquel anuncio cargado de amor.
En cada persona encontré ese Cristo Resucitado, en la gente del pueblo que dejaba unos minutos para escucharnos y compartir sus vidas, encontrar a ese Cristo que nos ayuda a llevar con nuestras cruces y ver como cada uno de ellos abraza su cruz con amor y sigue adelante a pesar de las adversidades.
Encontré a Cristo en mi hermano de comunidad, en ese dar la VIDA en la misión, el de no dejar caer a tu hermano y siempre darle una mano al que lo necesita, el de ver como el día a día que transcurría iban muriendo a su temores, a sus males, a sus pecados para Resucitar en Cristo.
Y encontré a Cristo en mi misma, que una vez más me liberaba de mis pecado y me perdonaba y con voz más potente me decía: “TU ERES MI HIJA AMADA… VEN Y SIGUEME”…
Volví a mi hogar con ese gozo de su amor, con esa felicidad y alegría que lo puedo todo con El, volví Resucitada en Cristo.
Salí el jueves por la mañana a MISIONAR a un pueblito llamado Choromoro y volví el domingo MISIONADA DE SU AMOR.
Celina Rojas - Comunidad Saulo - PM 85
En cada persona encontré ese Cristo Resucitado, en la gente del pueblo que dejaba unos minutos para escucharnos y compartir sus vidas, encontrar a ese Cristo que nos ayuda a llevar con nuestras cruces y ver como cada uno de ellos abraza su cruz con amor y sigue adelante a pesar de las adversidades.
Encontré a Cristo en mi hermano de comunidad, en ese dar la VIDA en la misión, el de no dejar caer a tu hermano y siempre darle una mano al que lo necesita, el de ver como el día a día que transcurría iban muriendo a su temores, a sus males, a sus pecados para Resucitar en Cristo.
Y encontré a Cristo en mi misma, que una vez más me liberaba de mis pecado y me perdonaba y con voz más potente me decía: “TU ERES MI HIJA AMADA… VEN Y SIGUEME”…
Volví a mi hogar con ese gozo de su amor, con esa felicidad y alegría que lo puedo todo con El, volví Resucitada en Cristo.
Salí el jueves por la mañana a MISIONAR a un pueblito llamado Choromoro y volví el domingo MISIONADA DE SU AMOR.
Celina Rojas - Comunidad Saulo - PM 85
Nunca había pensado en dedicarme a esto. Cuando baje del P.M. Dios me bendijo al poner a Saulo en mi camino y mostrarme un camino diferente del que pensaba emprender. La primera misión me enamoro me enamoro y desde entonces viví e despojo no como un sacrificio, sino como un soltar todas las cosas que ocupan mis manos para abrazar a Cristo. Despojarnos siempre nos prepara para recibirlo único verdadero y permanente de este mundo, el amor de Dios.
Amo misionar, cada preparación y post misión la he vivido con una fe renovada que me convertía en luz intensa y sal que da sabor a todo. Cada día de una misión te llena de alegría por todo el amor y generosidad de la gente. Un día que siempre recordare, todo ese amor me reconforto y me hizo sentir feliz cuando no tenía fuerzas para nada. Con mi grupo éramos los últimos en volver tras visitar las casas, cargábamos encima el cansancio de varios días y en cualquier momento alguno iba a caer rendido. No teníamos agua, el sol de mediodía nos apartaba cualquier sombra. En ese momento difícil recordamos la infinidad de veces que Dios nos había hablado por medio de la gente. Nuestros corazones se llenaron de alegría, olvidamos todo los problemas, y empezamos a cantar hasta que llegamos a la escuela. Había entregado todo de mí, aun aquello que no sabía que tenía y Dios me recompenso con un tesoro inigualable.
Esta última misión, de semana santa, fue muy diferente. El Miércoles de Ceniza me propuse a acompañar a Cristo, profundizar mi conversión y que la Cuaresma sea un tiempo de purificación. Pero falle en todas mis promesas y propósitos. Una persona a la que quiero mucho me dio la espalda y todos mis problemas cotidianos se volvieron una carga abrumadora. Cuando las cosas no mejoraron me sentí abatido y desorientado. En medio de la desesperación me aleje de Dios. Al llegar el Domingo de Ramos había decidido hacer a un lado a Dios y continuar con mi vida.
En ese momento horrible el me busco y me llevo a Misa. La ceremonia de bendición de ramos y la misa me hicieron estremecer. Durante la consagración de la eucaristía recordé que en pocos días aquellos al que tanto amaba moriría por mis faltas y debilidades. ¿Acaso podía no acompañarlo en ese momento tan duro? Comprendí que el despojo también implicaba sobreponerse de la tristeza y de la angustia “Deja que los muertos entierren a sus muertos; tu ve
a anunciar el reino de Dios” (Lc. 9, 60). Le ofrende mi malestar y corrí a
abrazarlo.
Fui a acompañarlo en su camino de la mejor forma que podía, misionando. Me avergüenza saber que aun allí la tristeza me agobiaba y no me dejaba abrir el corazón a todas las experiencias bellas que vivían mis hermanos de Saulo. El Sábado Santo me sentía muy mal, una sombra de mi había ido al pueblo, no aquel que se alegraba de poder ayudar y servir a los demás aun a pesar de sus malestares. Me sentía egoísta porque me pasaba pidiéndole en lugar de acompañarlo silenciosamente.
Dios es generoso, a pesar de todo me regalo felicidad. Cuando escuche las campanas que anunciaban su resurrección me desperté de la pesadilla. Él había vuelto victorioso sobre la muerte y el pecado. En ese momento me dijo que amaba y que siempre me acompañaría. “Señor tu eres mi alegría y mi herencia, mi destino está en tus manos. Por eso me alegra el corazón, hacen fiesta mis entrañas y todo mi ser descansa tranquilo. Me enseñas la senda de la vida, me llenarás de alegría en tu presencia, de felicidad eterna a tu derecha” (Sal 15, 5.9.11).
El domingo en el fuego murió aquel que estaba desolado y resucito con Cristo un hombre nuevo. El cargo con mis miserias y me dio felicidad inigualable. “Tu cambiaste mi luto en danzas, me quitaste la ropa de duelo y me vestiste de fiesta; por eso te canto sin descanso: Señor. Dios mío, te daré gracias siempre” (Sal 30, 12-13). Muchos no habremos vivido este tiempo como debíamos pero aun así en su generosidad Dios nos sigue llamando y regalándonos su infinito amor.Al leer Lc 20, 1-8 me di cuenta que Él nunca me abandono. Que había dejado cientos de sepulcros vacíos en todo el camino esperando que los vea y crea. Pero no fui su discípulo amado, lo creí muerto. Me había rendido pero él no se cansó de buscarme. Al escribir esto pude ver con más claridad todas las oportunidades en que no la abrace, al verlo en mi familia, en mis amigos, en mis hermanos, en los misionados y en el resto fiel que buscaban que me sienta mejor. Espero que todos hayan tenido su oportunidad de haber sido abrazados en estos días y que los que no lo fueron habrán los ojos para verlo con sus brazos extendidos. ¡¡¡Felices Pascuas!!!.
Victor Sarverry Galo - Comunidad Saulo - PM 84