Decimos que hay personas «espirituales». En realidad,
ESPIRITUALES SOMOS TODOS. Hay dentro de nosotros una presencia, una fuerza, un
aliento que es Dios mismo latiendo. Y si le dejamos, entonces habla. Pero no se
impone. Es ilusión en horas bajas, fortaleza cuando andamos doblados por la
vida. Es compasión ante la miseria. Es imaginación para pintar mundos nuevos.
Es una canción profunda. Es un grito de justicia. Es la palabra de amor que nos
levanta cuando andamos doblados.
ENCUENTRO - «Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos
y les dijo: Reciban el Espíritu Santo» (Jn 20,22)
Estamos llamados a encontrarnos con Dios. Arriba, o
abajo. En el cielo o en el suelo. Dentro o fuera. Utilizamos tantas imágenes…
El caso es que nos encontramos a Dios de mil maneras. A
veces uno ni se da cuenta. En un rato de oración. En un momento de risa. En un
abrazo que llega justo cuando se necesitaba. En un poema. En el silencio.
En la palabra. En las preocupaciones que abren la puerta
a soluciones nuevas. En las personas. En la quietud de una iglesia. En una
celebración que me llega especialmente.
Dios, en su espíritu, me sale al encuentro.
¿Dónde me encuentro a Dios en la vida cotidiana?
PLENITUD - «Se llenaron todos del Espíritu Santo y
empezaron a hablar…» (Hch 2, 1-ss)
Por un instante, solo por un instante, imagino lo que
sería dejar a Dios, en mí, hacer lo que quiere. Imagino lo que es abrir los
ojos a tanto bien en torno y tanto bien posible.
Lo que es hablar con palabras de justicia. Lo que es
desechar el reproche, la ironía, el rechazo. Lo que es creer con verdadera
pasión. Lo que es amar, a su manera, incondicional y primera.
Lo que es hablar y escuchar, y en algo tan sencillo,
encontrarse unos a otros, más allá de barreras, de lenguas, de diferencias… en
paz
¿Dónde, en mi vida, hay espacios de plenitud?