Hay dos actitudes en la evangelización.
Atrincherarse en la propia orilla. Defender las propias posiciones. Buscar la seguridad y la tranquilidad de lo conocido, lo propio, donde encontramos nuestras mismas creencias e ideas, donde vivimos compartiendo las mismas posiciones.
Atrincherarse en la propia orilla. Defender las propias posiciones. Buscar la seguridad y la tranquilidad de lo conocido, lo propio, donde encontramos nuestras mismas creencias e ideas, donde vivimos compartiendo las mismas posiciones.
O creer en la Buena Noticia y llevarla más allá de
nuestras fronteras. Arriesgarse a otras orillas en las cuales no encontraremos
las seguridades y muchas veces sí los riesgos de situaciones, formas de pensar y hacer, personas y culturas que no nos son familiares.
El Reino de Dios es tan expansivo y dinámico que nunca
debemos guardarlo en "nuestra orilla", no podemos callar lo que hemos
visto y oído.
REFLEXIONEMOS:
Prepararnos para la eucaristía del domingo 24 de junio en
base a Marcos 4, 35-41
La barca en la que van Jesús y sus discípulos se ve
atrapada por una de aquellas tormentas imprevistas y furiosas que se levantan
en el lago de Galilea. Marcos describe
el episodio para despertar la fe de las comunidades cristianas que viven
momentos difíciles.
El relato no es una historia tranquilizante para
consolarnos a los cristianos de hoy con la promesa de una protección divina que
permita a la Iglesia pasear tranquila a través de la historia.
Es la llamada decisiva de Jesús para hacer con él la
travesía en tiempos difíciles: "¿Por qué son tan cobardes? ¿Aún no tienen
fe?".
Marcos prepara la escena desde el principio. Nos dice que
"era al atardecer". Pronto caerán las tinieblas de la noche sobre el
lago. Es Jesús quien toma la iniciativa de aquella extraña travesía:
"Vamos a la otra orilla". La expresión no es nada inocente. Les
invita a pasar juntos, en la misma barca, hacia otro mundo, más allá de lo
conocido: la región pagana de la Decápolis.
De pronto se levanta un fuerte huracán y las olas rompen
contra la frágil embarcación inundándola de agua. La escena es patética: en la
parte delantera, los discípulos luchando impotentes contra la tempestad; a
popa, en un lugar algo más elevado, Jesús durmiendo tranquilamente sobre un
cojín.
Aterrorizados, los discípulos despiertan a Jesús. No
captan la confianza de Jesús en el Padre. Lo único que ven en él es una
increíble falta de interés por ellos. Se les ve llenos de miedo y nerviosismo:
"Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?".
Jesús no se justifica. Se pone de pie y pronuncia una
especie de exorcismo: el viento cesa de rugir y se hace una gran calma. Jesús
aprovecha esa paz y silencio grandes para hacerles dos preguntas que hoy llegan
hasta nosotros: "¿Por qué son tan cobardes? ¿Aún no tienen fe?".
¿Qué nos está sucediendo a los cristianos? ¿Por qué son
tantos nuestros miedos para afrontar los estados distintos de nuestros "mares", nuestro caminar en la vida, y tan poca nuestra
confianza en Jesús?
¿No es el miedo a hundirnos el que nos está bloqueando?
¿No es la búsqueda ciega de seguridad la que nos impide hacer una lectura
lúcida, responsable y confiada de estos tiempos?
¿Por qué nos resistimos a ver que Dios está conduciendo a
la Iglesia hacia un futuro de orillas llenas de necesidades y misiones?
¿Por qué buscamos
seguridad en lo conocido y establecido, en lo ya conseguido?. y no escuchamos la llamada
de Jesús a "pasar a la otra orilla" para sembrar humildemente su
Buena Noticia en un mundo indiferente a Dios, pero tan necesitado de esperanza.
Eclesalia Informativo