Todos tenemos nuestras faltas, debilidades, lugares donde
moralmente hacemos corto-circuito, manchas oscuras, adicciones secretas y no
tan secretas. Si somos honestos, sabemos
que lo que las palabras de San Pablo: “lo bueno que quiero hacer, nunca lo
hago; el mal que no quiero hacer, eso es lo que hago”, son universalmente
verdaderas. Nadie es perfecto, santo de
cabo a rabo. Siempre hay algo con lo que
estamos batallando: coraje, amargura, venganza, egoísmo, flojera, ó falta de
auto-control (mayor ó menor) con el sexo, la comida, la bebida, ó el
entretenimiento.
Y para la mayoría de nosotros, la experiencia nos ha
enseñado lo difícil que es romper con nuestros malos hábitos. De hecho, muchas
veces ni siquiera encontramos el valor para querer romperlos, así tan profundo
se han arraigado en nosotros. Le
contamos las mismas cosas a nuestro confesor año tras año, al igual que
rompemos las promesas del Año Nuevo, año tras año. Y cada año le decimos a nuestro doctor que
éste año va a ser finalmente el año en que perdamos peso, hagamos más
ejercicio, y hagamos a una dieta mas saludable.
De alguna manera, esto nunca funciona porque nuestros hábitos, como dijo
Aristóteles, se convierten en nuestra segunda naturaleza – y la naturaleza no
se cambia fácilmente.
¿Cómo podemos cambiar? ¿Cómo podemos ir más allá de esos
malos hábitos profundamente arraigados?
San Juan de la Cruz, el místico español, sugiere dos
caminos que pueden ayudarnos. Ambos se toman en serio nuestras debilidades
humanas y la fuerza inquebrantable que tienen.
Su primer consejo es este: es muy difícil desarraigar un
mal hábito tratando de enfrentarlo directamente. Cuando hacemos esto terminamos centrándonos
de manera perniciosa en el hábito en sí, desalentados por su resistencia, y en
peligro de empeorar su efecto en nuestras vidas. La mejor estrategia es “cauterizar” nuestros
malos hábitos (son sus palabras) concentrándonos en lo que hay bueno en
nuestras vidas y potenciando las virtudes hasta el punto donde éstas “agoten”
nuestros malos hábitos.
Eso es más que una metáfora piadosa, es una estrategia
para la salud. Funciona de la siguiente
forma: Imagina por ejemplo, que estás luchando contra la mezquindad y la rabia
cada vez que te sientes menospreciado.
Ninguna de las resoluciones que has tomado honestamente no ha sido capaz
de impedirte ceder a esa inclinación, y tu confesor ó director espiritual, en
lugar de tenerte concentrado en romper el mal hábito, te tiene concentrado en
el desarrollo de una de tus fortalezas morales;
por ejemplo, tu generosidad.
Cuanto más crece tu generosidad, más va a crecer también en tamaño tu
corazón y en bondad hasta que llegues a un punto en tu vida donde simplemente
no hay lugar para la mezquindad y la ira.
Tu generosidad va eventualmente a cauterizar tu mezquindad. La misma estrategia puede ser de ayuda para
cada una de nuestras faltas y adicciones.
El segundo consejo de Juan es este: Trata de orientar el
instinto que esta detrás de tu mal hábito, hacia un amor superior ¿Qué quiere decir con esto?
Empezamos a orientar el instinto que está detrás de un
mal hábito hacia un amor superior al preguntarnos a nosotros mismos: ¿por qué?
¿Por qué, en última instancia, me siento atraído de esta manera? ¿Por qué en
última instancia siento este deseo de venganza, esta mezquindad, esta ira, esta
lujuria, esta flojera, ó esta necesidad de comer ó beber en exceso? ¿En qué, finalmente, está enraizada esta
propensión?
La respuesta puede sorprendernos. Invariablemente la raíz más profunda que ciñe
nuestra propensión hacia un mal hábito es el amor. El instinto esta casi siempre enraizado en el
amor. Basta con que analizes tus
sueños. En ellos somos mayormente
nobles, buenos, generosos, de gran corazón, auténticos – y dulces, aun cuando
en nuestras vidas reales a veces seamos mezquinos, amargos, egoístas,
auto-indulgentes, y soportando algunas adicciones. Tenemos estas malas actitudes y estos malos
hábitos no porque no estemos motivados por el amor sino porque, en este lugar
en particular, nuestro amor esta desordenado, herido, con amargura, sin
disciplinar, ó centrado en sí mismo. Sin
embargo, sigue siendo amor, la mejor de todas las energías, el fuego mismo de
la imagen y semejanza de Dios en nuestro interior.
Y por lo tanto desenraizamos un mal hábito de nuestras
vidas, en primer lugar, reconociendo y honrando la energía que esta atrás de él
y lo inflama. Entonces tenemos que orientar esta energía hacia el marco superior
del amor, una perspectiva más amplia, menos egoísta, más respetuosa y más
ordenada. Y esto es algo que difiera de
la simple denigración ó represión de ese instinto. Cuando denigramos ó reprimimos un instinto,
éste solo incrementa su poder sobre nosotros, y enseguida, puede causar un caos
peor en nuestras vidas. Más aun, cuando
nosotros denigramos ó reprimimos un instinto que está provocando un mal hábito,
estamos actuando contra nuestra salud y entonces, probablemente, vamos a
batallar inconscientemente, sin excepción, por encontrar el valor para
erradicar ese mal hábito. La energía
debe ser respetada, aun cuando estemos batallando por disciplinarla y
orientarla hacia una estructura más saludable.
Entonces, ¿cómo logramos finalmente romper con nuestros
malos hábitos? Lo hacemos respetando a las energías que los azuzan y
reordenando esas energías hacia un amor superior.