DISFRUTA LA VIDA COMO UN DON |
Hay
momentos en los que todo se te cae encima. Sin dramatizar, sin estridencias,
quietamente.
Sientes
que se hunde el terreno en el que construyes tus ilusiones y esperanzas. Te
pesa la soledad. Dudas sobre lo que haces, pero no ves muchas alternativas. Y en
esas ocasiones te asaltan preguntas que ni siquiera querrías formular:
«¿Qué
estoy haciendo con mi vida?», «Todo esto ¿para qué?», «¿Qué tengo que realmente
merezca la pena?»
Es
habitual oír a gente de nuestro entorno que se siente abrumada por estos momentos
de angustia. A veces hasta nos faltan palabras para expresar tal desazón. Sólo
nos queda decir algo así como estoy mal, o simplemente callar. Piensas entonces
que nadie puede sentirse tan mal como tú, tan solo, tan abatido...
Pero eso
es parte de la vida. Del camino de todos los hombres y mujeres que deciden
construir algo, soñar algo, amar algo...
Porque
cuando apostamos por alguna causa que nos llena, al mismo tiempo nos
enganchamos al vagón de la incertidumbre, aceptamos ser vulnerables y exponer
nuestro ser profundo. Y en esos momentos necesitamos saber que no vamos solos.
Nunca.
UNAS MANOS
TENDIDAS – “En esto Jesús les salió al encuentro y les dijo: ¡Salve! Y ellas
acercándose se asieron de sus pies y le adoraron. Entonces les dice Jesús: No tengan
miedo. Vayan y avisen a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán”. (Mt
28, 9-10)
Desde
entonces, de mil formas, creemos en un Jesús que está en los caminos. A veces,
como aquellas mujeres, como los discípulos, nos sentiremos frustrados, vacíos o
cansados.
A veces
nos asustarán las opciones que creemos buenas. A veces, en fin, no sabremos qué
hacer. Y, sin embargo, unas manos heridas pero tiernas se siguen abriendo hacia
las nuestras, y un susurro imperceptible sigue cantando: No tengas miedo. No te
quedes parado. Vete a algún sitio. Y búscame, que me encontrarás.
¿Cuáles
son tus grandes temores en la vida?
¿Qué
buscas?
LA ALEGRÍA
HUIDIZA – “Estaba María junto al sepulcro fuera llorando [...] Jesús le dice:
María. Ella se vuelve y le dice: Maestro. Jesús le dice: Deja de tocarme, que
todavía no he subido al Padre […]. Fue María Magdalena y dijo a los discípulos:
He visto al Señor.” (Jn 20)
Quien deja
de buscar, quien cree haber llegado al final del camino, quien siente haber
alcanzado todos sus sueños, en parte deja de vivir. Nuestra búsqueda tiene
mucho en común con esta María. Habrá momentos de desconsuelo, y otros de
reconocimiento. Sentiremos a veces sequedad, y en otros instantes mágicos
percibiremos la hondura, la verdad, la alegría de un Dios que me llama por mi
nombre, que me tiene tatuado en la palma de su mano, que me ilusiona. Y, como
María Magdalena, tendremos que acoger la alegría cuando venga, y al tiempo saber dejarla
marchar, sabiendo que eso es la vida, una especie de baile, de camino, de
canción que no se detiene en un punto único, sino que siempre sigue.
No
intentes aferrar la alegría o poseerla; acógela como un regalo, disfrútala como
un don, y si hace falta déjala marchar, que en otro recodo del camino volverá,
nueva, fuerte, viva, como compañera del camino, no como única meta.
¿Qué me
produce alegría profunda?