Para dar gracias por todos las actividades realizadas,
para pedir perdón por nuestras omisiones, para alabar su presencia en lo que
nos rodea y para pedir la posibilidad de hacer obras por el prójimo. De manera
especial vamos a pedir por todas las reuniones del Iniciador, por cada uno de
los que concurran, por los presentantes y dirigentes.
Celebrar la eucaristía es reavivar la esperanza. Jesús
quería, además, prepararnos en la última cena, para aquel duro golpe de su
ejecución. No han de hundirse en la tristeza. La muerte no romperá la amistad
que los une. La comunión no quedará rota. Celebrando aquella cena podrán
alimentarse de su recuerdo, su presencia y su espíritu.
Jesús quiso que los suyos nunca olvidaran lo que había
sido su vida: una entrega total al proyecto de Dios. Se lo dijo mientras les
distribuía un trozo de pan a cada uno: “Esto es mi cuerpo; recuérdenme así:
entregándome por uds. hasta el final para hacerles llegar la bendición de Dios”.
Celebrar la eucaristía es comulgar con Jesús para vivir
cada día de manera más entregada, trabajando por un mundo más humano y quería
que los suyos se sintieran una comunidad.
A los discípulos les tuvo que sorprender lo que Jesús
hizo al final de la cena. En vez de beber cada uno de su copa, como era
costumbre, Jesús les invitó a todos a beber de una sola: ¡la suya! Todos
compartirían la copa de salvación bendecida por él.
En ella veía Jesús algo nuevo: “Ésta es la nueva alianza
en mi sangre”. Celebrar la eucaristía es alimentar el vínculo que nos une entre
nosotros y con Jesús.