Reflexión para prepararnos a la Eucaristía del domingo en
base a Juan 6, 24-35
¿Por qué seguir interesándonos por Jesús después de
veinte siglos?
¿Qué podemos esperar de él?
¿Qué nos puede aportar a los hombres y mujeres de nuestro
tiempo?
¿Nos va a resolver acaso los problemas del mundo actual?
El evangelio de Juan habla un diálogo de gran interés,
que Jesús mantiene con una muchedumbre a orillas del lago Galilea.
El día anterior han compartido con Jesús una comida
sorprendente y gratuita. Han comido pan hasta saciarse. ¿Cómo lo van a dejar
marchar? Lo que buscan es que Jesús repita su gesto y los vuelva a alimentar gratis.
No piensan en nada más.
Jesús los desconcierta con un planteamiento inesperado:
"Trabajen, no por el alimento que perece, sino por el que perdura hasta la
vida eterna". Pero ¿cómo no preocuparnos por el pan de cada día? El pan es
indispensable para vivir. Lo necesitamos y debemos trabajar para que nunca le
falte a nadie.
Jesús lo sabe. El pan es lo primero. Sin comer no podemos
subsistir. Por eso se preocupa tanto de los hambrientos y mendigos que no
reciben de los ricos ni las migajas que caen de su mesa. Por eso maldice a los
terratenientes insensatos que almacenan el grano sin pensar en los pobres. Por
eso enseña a sus seguidores a pedir cada día al Padre pan para todos sus hijos.
Pero Jesús quiere despertar en ellos un hambre diferente.
Les habla de un pan que no sacia solo el hambre de un día, sino el hambre y la
sed de vida que hay en el ser humano. No lo hemos de olvidar. En nosotros hay
un hambre de justicia para todos, un hambre de libertad, de paz, de verdad.
Jesús se presenta como ese Pan que nos viene del Padre, no para hartarnos de comida
sino "para dar vida al mundo".
Este Pan, venido de Dios, "perdura hasta la vida
eterna". Los alimentos que comemos cada día nos mantienen vivos durante
años, pero llega un momento en que no pueden defendernos de la muerte. Es
inútil que sigamos comiendo. No nos pueden dar vida más allá de la muerte.
Jesús se presenta como ese Pan de vida eterna. Cada uno
ha de decidir cómo quiere vivir y cómo quiere morir. Pero, creer en Cristo es
alimentar en nosotros una fuerza indestructible, empezar a vivir algo que no
terminará con nuestra muerte. Seguir a Jesús es entrar en el misterio de la
muerte sostenidos por su fuerza resucitadora.
Al escuchar sus palabras, aquellas gentes de Cafarnaún le
gritan desde lo hondo de su corazón: "Señor, danos siempre de ese pan".
Desde nuestra fe vacilante, nosotros no nos atrevemos a pedir algo semejante.
Quizás, solo nos preocupa la comida de cada día. Y, a veces, solo la nuestra.
Eclesalia informativo.