Si vamos a participar de la Eucaristía es bueno preparase. Reflexionemos para acercarnos responsablemente como verdaderos
cristianos. Juan 6, 41-51
Según el relato de Juan, Jesús repite cada vez de manera
más abierta que viene de Dios para ofrecer a todos un alimento que da vida
eterna. La gente no puede seguir escuchando algo tan escandaloso sin
reaccionar.
Conocen a sus padres. ¿Cómo puede decir que viene de
Dios?
A nadie nos puede sorprender su reacción. ¿Es razonable
creer en Jesucristo? ¿Cómo podemos creer que en ese hombre concreto, nacido
poco antes de morir Herodes el Grande, y conocido por su actividad profética en
la Galilea de los años treinta, se ha encarnado el Misterio insondable de Dios?
Jesús no responde a sus objeciones. Va directamente a la
raíz de su incredulidad: "No critiquen". Es un error resistirse a la
novedad radical de su persona obstinándose en pensar que ya saben todo acerca
de su verdadera identidad. Les indicará el camino que pueden seguir.
Jesús presupone que nadie puede creer en él si no se
siente atraído por su persona. Es cierto. Tal vez, desde nuestra cultura, lo
entendemos mejor que aquellas gentes de Cafarnaún. Cada vez nos resulta más
difícil creer en doctrinas o ideologías. La fe y la confianza se despiertan en
nosotros cuando nos sentimos atraídos por alguien que nos hace bien y nos ayuda
a vivir.
Pero Jesús les advierte de algo muy importante: "Nadie
puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado". La atracción
hacia Jesús la produce Dios mismo. El Padre que lo ha enviado al mundo
despierta nuestro corazón para que nos acerquemos a Jesús con gozo y confianza,
superando dudas y resistencias.
Por eso hemos de escuchar la voz de Dios en nuestro
corazón y dejarnos conducir por él hacia Jesús. Dejarnos enseñar dócilmente por
ese Padre, Creador de la vida y Amigo del ser humano: "Todo el que escucha
lo que dice el Padre y aprende, viene a mí".
La afirmación de Jesús resulta revolucionaria para
aquellos hebreos. La tradición bíblica decía que el ser humano escucha en su
corazón la llamada de Dios a cumplir fielmente la Ley. El profeta Jeremías
había proclamado así la promesa de Dios: "Yo pondré mi Ley dentro de ustedes y la escribiré en su corazón".
Las palabras de Jesús nos invitan a vivir una experiencia
diferente. La conciencia no es solo el lugar recóndito y privilegiado en el que
podemos escuchar la Ley de Dios. Si en lo íntimo de nuestro ser, nos sentimos
atraídos por lo bueno, lo hermoso, lo noble, lo que hace bien al ser humano, lo
que construye un mundo mejor, fácilmente no sentiremos invitados por Dios a
sintonizar con Jesús. Es el mejor camino para creer en él.
Eclesalia Informativo