PABLO, EVANGELIZADOR Y EVANGELIO – La evangelización paulina en las grandes ciudades le dio un tono de universalismo y al mismo tiempo, un gran sentido de familia. Evangelio para todos.

La mejor forma de celebrar a Pablo Apóstol, es conocerlo, más allá de lo que conocemos y por sobre todo poner en funcionamiento en nuestras vidas su testimonio de misión.
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PABLO, EVANGELIZADOR Y EVANGELIO
Hoy se habla mucho de cómo ha de hacerse la evangelización, y poco sobre cuantos la han de llevar a cabo; la cuestión crucial sigue estando en si los evangelizadores están ya, suficientemente, evangelizados.
Hacer memoria de Pablo apóstol puede ser camino de recuperación apostólica. Con toda intención se opta aquí por recordar dos elementos e la evangelización paulina, que de ser tenidos en cuenta hoy, devolverían a la nueva evangelización el entusiasmo y la eficacia de los inicios.
.- Primero, la misión paulina fue, básicamente, urbana; sus destinatarios, habitantes de populosas ciudades, y sus primeros templos, casas particulares; ello confirió a la evangelización paulina un tono de universalismo cosmopolita y, al mismo tiempo, un gran sentido de familia.
.- Segundo, la paulina fue una evangelización que estuvo en manos de testigos. Y una evangelización testimonial obliga al evangelizador a convertirse en realización viva de cuanto anuncia.
PABLO, MODELO DE EVANGELIZADOR
La elección de Pablo como estímulo e inspiración de evangelizadores está más que justificada. La primera canonización del apóstol es obra del autor de Hechos.
Pero es la misma comunidad cristiana quien ha presentado a Pablo como su mejor evangelizador, aún sabiendo que el apóstol no había sido discípulo de Jesús, ni elegido por él ni por él educado. Pablo, quien pudo no haber conocido personalmente a Jesús, ha sido, sin duda alguna, quien mejor lo da a conocer.
Aquí reside la figura de Pablo, si quien no fue evangelizado por Jesús, pudo ser su mejor evangelizador, quienes no han llegado aún a ser buenos discípulos no deberían desesperar de acabar un día como excelentes testigos.
LA MISIÓN PAULINA
Pablo no fue el iniciador de la misión cristiana al mundo gentil ni creó sus presupuestos. Apenas convertido, eso sí, se insertó en una comunidad y, como su delegado, asumió la tarea evangelizadora. Pero, abandonando muy pronto el terreno que él no había sembrado, buscó predicar sin más fronteras que las que le imponían los límites del mundo. Intentaba así pagar la deuda contraída con Cristo, quien le había enviado a predicar el evangelio a los paganos.
ENVIADO A LOS PAGANOS
La conciencia de ser apóstol motivó su incansable misionar “llenándolo todo con el evangelio de Cristo”. Vivía su vocación como un acontecimiento definitivo, que le hizo comprender su vida y su misión de un modo novedoso, convencido de que el día del Señor era inminente: el evangelio debía ser predicado con urgencia a los paganos, pues “la noche está avanzada y el día ya se echa encima”. De ahí que no aceptara límites para su misión, ni fronteras, geográficas, culturales o sociales, para su evangelio.
En la evangelización lo que estaba en juego no era el éxito de su vida personal sino “el poder de Dios para la salvación de los que creen”.
CONSTRUCTOR DE VIDA EN COMÚN
Pablo se entendió a sí mismo más como fundador de comunidades que como su acompañante, primer predicador antes que permanente catequista.
Como fundador, Pablo se sabía padre de comunidades y de creyentes individuales (Onésimo, Timoteo, Tito… entre otros.
Sentía por los suyos profundo amor, su suerte le angustiaba, le indignaban sus crisis, le causaba alegría su fidelidad.
Su oración por ellos era constante, con gozo, o preocupación, su afecto era tan grande que pudo declararse dispuesto a gastar la vida por quienes sabe no le aman demasiado.
Supo mantener con sus comunidades una relación diferenciada y personal. Si no todas las comunidades por él fundadas le fueron siempre fieles, ninguna le fue indiferente. Las cartas que nos ha dejado lo demuestran y, al mismo tiempo, prueban el interés del apóstol por seguir informado de sus vicisitudes y preocupado por su continua formación.
LA URBE, CAMPO DE MISIÓN Y CENTRO MISIONERO
Pablo concentró su esfuerzo evangelizador en unas pocas ciudades, donde no había llegado aún el evangelio. Las grandes urbes, situadas a lo largo de las calzadas romanas, eran más fácilmente alcanzables; sólo en ellas podía Pablo hacerse entender siempre en griego. La metrópoli helenística era el lugar donde se podía tomar contacto con la nueva civilización, donde se tropezaba con las novedades, donde podían ofrecerse cambios, “donde estaba el imperio y donde empezaba el futuro”.
La táctica evangelizadora del apóstol; quiso sembrar el imperio de pequeñas células, estratégicamente situadas y permanentemente ligadas a su persona, a las que encargaba proseguir su misión personal. Las comunidades, recién fundadas, debían hacerse inmediatamente responsables de la evangelización de la entera región: Filipos, de Macedonia; Tesalónica, de Macedonia y Acaya; Corinto, de Acaya, Éfeso, de Asia Menor.
UN CRISTIANISMO MUY DOMÉSTICO
En permanente peregrinaje, Pablo tuvo que recurrir frecuentemente a la hospitalidad de los hermanos en casas privadas.
Judas en Damasco, Lidia en Filipos, Jasón en Tesalónica, Áquila y Priscila en Éfeso, lo mismo que Ticio Justo y Cayo en Corinto fueron algunos de sus huéspedes habituales.
La casa particular le ofreció alojamiento y cobijo y, además, un ambiente adecuado para la propaganda y el culto.
Sin estos lugares de acogida, que por fuerza exigían comunidades reducidas en número, hubiera sido impensable la misión paulina.
Único lugar de reunión en grandes núcleos urbanos, el ambiente familiar de la casa contribuyó a la familiarización de la vida cristiana, de sus estructuras, de su gobierno, de sus códigos de conducta. El vocabulario paulino lo refleja: los cristianos son hermanos, hermanas; el apóstol se ve como padre, como madre.
Pablo habla de construir la comunidad como si de una casa se tratara y se considera a sí mismo como su administrador o arquitecto.
UNA MISIÓN EN COLABORACIÓN
Pablo acudió a la ayuda de colaboradores para cuidar de los suyos en su ausencia, dada la imposibilidad de visitarlos más a menudo. Las fuentes conocen casi un centenar de personas que le ayudaron en su misión; sólo al final de su carta a los romanos llega a citar 26 colaboradores suyos.
Tanto Hechos como la correspondencia paulina afirman la presencia activa de mujeres en la misión paulina. Algunas eran conversas, como Lois y Eunice, Damaris o Lidia; otras llegaron a ocupar puestos de responsabilidad en las comunidades locales, como Cloe y Ninfa; unas compartieron con Pablo misión apostólica: Evodia y Síntique; otras llegaron, probablemente, a ejercer funciones ministeriales, como Febe, diaconisa en Cencres y protectora del apóstol y Junia, ilustre entre los apóstoles y compañera de prisión de Pablo; con algunas, la querida Pérside y la madre de Rufo, que la considera como propia, mantuvo relaciones de afecto.
Bien sabía Pablo que esos colaboradores no eran suyos, sino de la misión. En su modo de relacionarse y educar personalmente a sus colaboradores, a quienes concede libertad total de acción y de iniciativas, mientras espera de ellos que se atengan al evangelio y guarden la unidad con él reside la grandeza de Pablo apóstol.
PRIMERA LITERATURA CRISTIANA
Cuando aparecieron las cartas paulinas, entre los años 50 y 60 d.C., no se conocía todavía el evangelio escrito y, a lo sumo, circulaban por las comunidades colecciones de sentencias, resúmenes de milagros y alguna narración de los últimos días de Jesús. La correspondencia paulina, el testimonio literario más cercano a los hechos pascuales que ha llegado hasta nosotros, refleja las tensiones y los logros, las dificultades y los éxitos de una evangelización ya universal.
DOS IMPORTANTES CONSECUENCIAS
La primera es la más obvia. Antes de que existiera el NT, existió un apóstol, cuya urgencia por estar en comunicación con sus comunidades provocó el nacimiento de un epistolario.
Pablo, seguramente, jamás pensó en que sus cartas valieran más que para lo que fueron escritas: ser leídas por la comunidad destinataria. El hecho es que con su correspondencia nació el NT.
Bastó, pues, un apóstol que escribía sólo cuando no podía estar presente, que no abandonaba a sus comunidades aunque estuviera ausente de ellas, que se ocupaba de las preocupaciones de sus cristianos, para que Dios dejase escrita su voluntad, renovada, de cercanía: un testamento nuevo.
Sólo apóstoles cercanos a sus comunidades podrán acercarles el evangelio.
La segunda consecuencia, que Dios quiere abrir una nueva revelación mediante la correspondencia. Fue, sin duda, una decisión que nos descubre un rasgo típico de ese Dios, el haber elegido la carta como género literario y el hablarnos a través de la vida de las comunidades.
Mientras el Dios del AT se reveló, de modo preferente, a través de la historia de su pueblo, el Dios del NT se desvela en la crónica diaria de sus comunidades creyentes.
Ya no es el relato de hazañas pasadas lo que identifica a nuestro Dios, ni será la experiencia de los antepasados el criterio de la nueva experiencia de Dios.
Bastará con que se nos cuente la propia vida común, repleta de tensiones y de esfuerzos de fidelidad.
Bastará con hacer experiencia de la fe y del pecado común, para encontrarse con el Dios del Señor Jesús.
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