La mala actitud quita vida. |
Para muchos los lunes son una dificultad, pero también puede ser una posibilidad que nos pone Dios, de generar vida, de aprender, de compartir y de ayudar a otros que caminan con nosotros los ambientes del trabajo, el estudio y la diversión.
Posibilidad de ser agradecidos por poder trabajar, estudiar y tener una familia, amigos, una Patria, una Iglesia y un Movimiento con sus Comunidades para perseverar. Y por supuesto multiplicar y mejorar todo lo que tenemos. Ofrecemos esta reflexión para la semana.
Aunque te parezca un simple juego literario, tú y yo sabemos que es posible andar por la vida sin vivir. Todos conocemos a seres humanos que transitan por nuestras calles como si fueran muertos vivientes o vivos murientes. Las almas en pena no son creaciones de poetas o alucinaciones de amargas pesadillas, sino individuos reales que ensombrecen el horizonte, enfrían el ambiente y apenan el ánimo del vecindario.
¿Te has fijado cómo algunos, afligidos, disfrutan contando penas, narrando miserias y lamentado desgracias? ¡Por favor! No trates de consolarlos porque se sentirían ofendidos. El dolor, el sufrimiento y la angustia constituyen para ellos el ecosistema que, paradójicamente, los sostiene y los alimenta. Sin amarguras o sin tormentos, perderían los alicientes que los mantienen vivos-muertos y se difuminarían los estímulos que dan sentido a sus muertes-vidas.
Otros mortales, por el contrario, son todo juventud y vida, e, incluso, cuando fallecen, se despiden de nosotros sin haber llegado a envejecer. Todos conocemos a seres privilegiados que, tras prolongadas y dolorosas enfermedades, no son capaces de frenar su dinamismo juvenil; y no faltan quienes, postrados en el lecho, soportan durante larguísimos años agudos padecimientos sin que se les apague el entusiasmo vital.
Mueren llenos aún de ganas de vivir y de hacer cosas: de seguir aprendiendo, de ser útiles a los demás. Se despiden de todos nosotros mostrando sus anhelos de que sigamos contando con ellos, con su tiempo y con sus experiencias que ofrecen sin esperar nada a cambio.
El otro día un amigo me explicaba cómo el deporte constituye para él una expresiva metáfora de la vida; cómo le sirve para explicar el talante con el que debemos asumir los dolores.
“Hemos de ser –fueron sus palabras- como los deportistas que están perfectamente entrenados para perder y para ganar; hemos de sentirnos empujados por una voluntad de hierro; hemos de seguir corriendo con entusiasmo y con un afán constante de superación; hemos de ser esforzados y, en ocasiones, intrépidos, sin darnos nunca por vencidos”.
Cordialmente, José Antonio Hernández Guerrero