- EL DIRIGENTE Y LA PACIENCIA

Soy de carácter impulsivo, lo cual, siempre me trajo algunos problemas, cuando alguien me hacia enbroncar o cuando me enojaba a la menor provocación. Pasado esos momentos, la mayoría de las veces, me sentía avergonzado y sentía la necesidad de consolar a quien había dañado.
Un día, el profe en el colegio, que me vio una vez más, dar disculpas después de una de mis explosiones, me llevó al patio y me entregó una hoja de papel lisa y me dijo ¡Arrugala!.
Sin entender, hice con el una bolita.
Luego me dijo; ahora dejalo como estaba antes. Por supuesto que no pude dejarlo como estaba, por más que traté el papel quedó lleno de pliegues y arrugas.
El corazón de las personas es como ese papel... La impresión que en los demás dejamos, será tan difícil de borrar como esas arrugas y esos pliegues.
Así empecé el largo camino de ser más comprensivo y paciente. Cuando siento ganas de estallar, recuerdo ese papel arrugado.
La impresión que dejamos en los demás es imposible de borrar...Más cuando lastimamos con nuestras reacciones o con nuestras palabras...Luego queremos enmendar el error pero ya es tarde...
Por impulso no nos controlamos y sin pensar arrojamos en la cara del otro palabras llenas de odio o rencor y luego cuando pensamos en ello nos arrepentimos. Pero no podemos dar marcha atrás, no podemos borrar lo que quedó grabado en el otro.
Muchas personas dicen:
- Aunque le duela se lo voy a decir...,
-La verdad siempre duele...,
-No le gustó porque le dije la verdad...
Si sabemos que algo va a doler, a lastimar, si por un instante imaginamos cómo podríamos sentirnos nosotros si alguien nos hablara así...¿Lo haríamos?
Otras personas dicen ser “frontales”, “sinceras” y de esa forma se justifican al lastimar:
-Se lo dije al fin...
-para qué le voy a mentir...
-yo siempre digo la verdad aunque duela...
Qué distinto sería todo si pensáramos antes de actuar, si frente a nosotros estuviéramos sólo nosotros y todo lo que sale de nosotros lo recibiéramos nosotros mismos no?

Son diversos los campos en los que podemos ejercitar la PACIENCIA. Ir a la palestra, al estadio de la Comunidad a prepararnos;
PACIENCIA con nosotros mismos, puesto que es fácil desalentarse ante los propios defectos que se repiten una y otra vez, sin lograr superarlos del todo. La superación de un defecto o la adquisición de una virtud no se logra a base de violentos esfuerzos, con rigidez y disciplina dañina, sino a base de esfuerzo, humildad, confianza en Dios, de pedir gracias, de una mayor docilidad. Uno de los grandes obstáculos que impiden el desarrollo de la paciencia, es, curiosamente, la impaciencia de esperar resultados a corto plazo, sin detenerse a considerar las posibilidades reales de éxito, el tiempo y esfuerzo requeridos para alcanzar el fin.
PACIENCIA con quienes nos relacionamos, sobre todo si, hemos de ayudarles en su formación, en su enfermedad... Hay que contar con los defectos de las personas que tratamos -muchas veces están luchando con empeño por superarlos-, quizá con su mal genio, con faltas de educación, suspicacias... que, sobre todo cuando se repiten con frecuencia, podrían hacernos faltar a la caridad, romper la convivencia o hacer ineficaz nuestro interés en socorrerles. No debemos olvidar que la madurez se da con el tiempo, la experiencia y la formación. La paciencia debe llevarnos a enseñar la manera de hacer las cosas; al ofuscarnos, los resultados suelen ser totalmente contrarios a nuestros deseos.
Todo supone un proceso, en esto no hay magia, no es de un día para otro.
PACIENCIA con aquellos acontecimientos que llegan: la enfermedad, la pobreza, el excesivo calor o frío.... los diversos infortunios que se presentan en un día corriente: el teléfono que no funciona o no deja de comunicar, el excesivo tráfico que nos hace llegar tarde a una cita importante, el olvido del material de trabajo, una visita que se presenta en el momento menos oportuno... las llegadas tardes.

Son las adversidades, quizá no muy trascendentales, que nos llevan a reaccionar tal vez con falta de paz. Nada ganamos con la desesperación, antes de reaccionar debemos darnos tiempo para escuchar, razonar y actuar o emitir nuestra opinión. Ahí nos espera el Señor, ahí se ven los dirigentes, los lideres.
En esos pequeños sucesos se ha de poner la paciencia, manifestación del ánimo fuerte de un cristiano que ha aprendido a santificar todas las menudas incidencias de un día cualquiera.

“La paciencia no es pasividad ante el sufrimiento, no reaccionarante los hechos de la vida o un simple aguantarse lo que nos toca: es fortaleza para aceptar con serenidad lo que somos, lo que provocamos en el otro y en nosotros mismos con nuestra manera negativa de ser. Es fotaleza para construir en nosotros el Hombre Nuevo, el Dirigente o Lider Nuevo en Cristo.”