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COMUNIDAD FILEMÓN - "Estando ahí abrí los ojos, al ver a los chicos en ese estado, no solo por las condiciones precarias en las que se encuentran, sino al verlos un poco perdidos en la vida, con esos ojos que reflejan la poca o ninguna esperanza que tienen".


Mi nombre es Nicolás Toledo Levalle, tengo 22 años, pertenezco al movimiento católico Palestra y persevero en una comunidad llamada Filemón. Mi comienzo en el movimiento se remonta hace poco más de un año, cuando un amigo me invitó al período iniciador, del cual yo desconocía, todavía recuerdo aquella primera reunión del iniciador donde todo parecía extraño y no entendía casi nada de lo que pasaba, pero aun así algo me llevo a seguir asistiendo sábado a sábado, y luego sin dudar demasiado me subí al período motivador. Para mí, ese retiro espiritual, por llamarlo de alguna manera, fue una de esas pequeñas cosas que te marcan significativamente la vida, en mi caso no tuve cambios a nivel de persona, pero sí en el punto de vista sobre la vida y los demás. Al momento del regreso, tenía un sentimiento y una fuerza para cambiar el entorno que me rodeaba, que poco se puede expresar con palabras. Luego empezó mi etapa en el período sedimentador, y en la expo comunidad conocí a Filemón, una comunidad que se dedica a llevar y predicar el evangelio, sobre todo a Dios, a jóvenes privados de la libertad, en situaciones de riesgo, y/o abandonados, y en ese momento sentí que eso es lo que debía hacer.


Al comienzo en la comunidad, me tocó escuchar los testimonios del apostolado mientras esperaba ansioso el tiempo de tres reuniones antes de poder apostolar. Con el tiempo fui conociendo a los integrantes que forman parte de esta gran comunidad, personas que al igual que yo estamos llenos de defectos, pero tenemos esa virtud, ese algo que nos caracteriza y nos hace ser distintos, es ese carisma único de Filemón, esa entrega, dedicación, y ese enorme amor a Dios que como cristianos tratamos de transmitirles a esos jóvenes, que como sociedad, mas hemos marginado y abandonado. En mis compañeros, mejor dicho, hermanos en Cristo, encontré una gran amistad y hasta algo más. 

Y así transcurrido ese tiempo fui a apostolar por primera vez, primero al Instituto Roca y luego al Hogar Belgrano, recuerdo esa sensación incómoda antes de entrar, me hacía preguntas como ¿Qué es lo que realmente voy a hacer aquí?, ó ¿Qué les puedo decir sobre la vida?, si seguro vivieron mil veces más que yo, pero gracias a Dios vencí ese miedo y pude entrar, estando ahí abrí los ojos, al ver a los chicos en ese estado, no solo por las condiciones precarias en las que se encuentran, sino al verlos un poco perdidos en la vida, con esos ojos que reflejan la poca o ninguna esperanza que tienen, que muchos de ellos por injusticias de la vida, o por hallar algo de felicidad cayeron en las adicciones, desviándose de lo que consideramos el camino en la vida, perdiendo en muchos casos sus sueños y ambiciones, todo esto se grabó a fuego en mi corazón, ayudándome a encontrar las respuestas a esas preguntas, que lo poco y nada que les puedo llevar son mis sueños y esperanzas, porque aunque también me equivoco pude encontrar a Dios, y él me da la fe para seguir adelante, y gracias a él y con un poco de tiempo, pude verlos a estos chicos regresar del PM de nuestra comunidad, con esos ojos llorosos, cambiados, llenos de alegría por haber encontrado algo más  que felicidad, por haberse encontrado a sí mismos y a Dios, esto hace que cada día ame un poco más a mi apostolado y a mi comunidad. Y para resumir lo que hace mi comunidad no encuentro mejor forma de la que dijo Blaise Pascal: “Sólo conozco dos tipos de personas razonables: las que aman a Dios de todo corazón porque le conocen, y las que le buscan de todo corazón porque no le conocen”.    

Nicolás Toledo Levalle - PM 84 - Comunidad Filemón.

TESTIMONIO FILEMÓN – “Sé que mi comunidad está bendecida con muchas posibilidades que pocos tienen, y ser instrumento de Dios para una misión tan especial como es el apostolado en realidades marginales es la más importante”.

Siempre cuento, consciente de lo tonto que suena, pero con la certeza de que es una buena forma de explicarlo, que mi primer día de apostolado fue un 14 de Febrero, un día de los enamorados. Y mi enamoramiento fue inusual, primero porque de inmediato tuve la certeza de que duraría para toda la vida, y segundo por que sin terminar de comprender lo que estaba pasando, cuando volví a pisar la calle a la salida del hogar Adoratrices, el mundo ya tenía un color distinto.
Ese mismo día, y después cada vez más al sumar lo que vivía Jueves y Sábados en el Roca, en el Belgrano, en el Goretti y en Adoratrices, comencé a sentir que llevaba conmigo a cada paso menos cargas. De a poco la mochila de pre conceptos, resentimientos, juicios, condenas, etc, que me había acompañado toda mi vida, se fue desprendiendo de mí espalda y fue haciendo mi caminar más liviano.
Cruzar del otro lado de las rejas y los paredones no es solo un acto literal que hace el Filemón. Es un signo que Cristo nos regala para representar nuestra misión de amor. Cuando estás del otro lado la mochila no pesa, la mochila se te olvida... y ese pibe que está en frente tuyo ya no es un asesino, un choro, un pecador, un golpeado o un golpeador, una nena abusada, una madre adolescente violenta, una joven drogadicta, un nene abandonado. Cuando estás del otro lado ya no ves de la misma forma, tus ojos están limpios y puros, y ves exactamente lo que Cristo quiere que veas... ves un hermano, un hijo de Dios, exactamente como vos. Esa verdad que tanto necesita saber el mundo de hoy en día.
Y estoy segura de que esa mirada especial no es una virtud del Filemón... es sencillamente un don de Cristo, que nos permite cumplir con su misión, nos salva la vida, y nos da absoluta libertad para amar.

¿Y dónde tiene sentido la libertad si no es para amar?
 Ya lo dijo San Pablo, refiriéndose al preso Onésimo  en su carta a Filemón: "...que lo recuperes para siempre, no ya como un esclavo, sino como algo mucho mejor, como un hermano muy amado."  Cada miembro de la comunidad está aquí por elegir el amor, debe hacerlo para recuperar un alma para Dios y para salvar también la suya propia. Y en estos casi dos años que llevo eligiendo el amor estoy cada vez más segura que es la única forma de vivir que vale la pena.
Vale la pena a pesar de las enormes dificultades, de las caídas, de las realidades duras que nos intentan convencer de que nuestra misión había fracasado antes de comenzarla. Pero nosotros aún así elegimos apostar por el marginado, por el que nadie apuesta, porque nuestra forma de ver las cosas debe ser la de Cristo y no la del mundo. Así, donde la mayoría de la gente ve sólo dolor, miseria y muerte es donde más siento la presencia del amor, la fe y la esperanza. Por eso también digo que en todas las necesidades de los chicos tengo el motor de mi perseverancia. Ellos me motivan a la santidad para poder hacer cada vez más por ellos. Apuesto toda mi confianza en ellos, y en sus recaídas pruebo mi fe y confianza en Dios. En las dificultades sigo abrazada bien fuerte a la esperanza. Siempre que pienso que voy a llevarles alegría son ellos los que terminan contagiándome una sonrisa inexplicable. Y siempre siento que el amor que los pollos me devuelven es infinitamente mayor al que yo entrego, es desbordante y me llena de felicidad.

Por eso Filemón me plantea cada segundo la necesidad de entregar un poco más.

Sé que mi comunidad está bendecida con muchas posibilidades que pocos tienen, y ser instrumento de Dios para una misión tan especial como es el apostolado en realidades marginales es la más importante. Tuve la posibilidad de ser consejera en un PM de Filemón en mi primer año en la comunidad y entonces supe que lo que Dios pedía de mi era mucho más grande que el tiempo de una o dos tardes a la semana...  Pedía mi corazón entero.
 Y desde entonces es para mí decisión permanente, de abandonarme completamente y confiar. Y no pasa un segundo en que me arrepienta.  Quiero ser corazón de barro en manos de mi alfarero y dejar que El lo moldee a través de los chicos. Y sea cual sea el camino por el que me dirija, lo único que sé es que esta vocación del amor sin medidas nunca se va a terminar.

Por eso hoy mi certeza, es lo que pido a Dios con más fuerza, como pedía Don Bosco:
"Da mihi animas caetera tolle" ..."Dame almas y llévate lo demás".


MARISA GARAT - PM 82 - COMUNIDAD FILEMÓN.

COMUNIDAD FILEMÓN – “Nosotros, como comunidad, tratamos de salvar la mayor cantidad de almas para Dios”.


La primera vez que entre al Instituto Roca lo hice con Tony, que se reía de verme tan asustada. Nos metimos en un arresto a charlar con Maxi, un rubio de ojos verdes al que le decían, ocasionalmente, “rubio”. En la calle todos tienen apodos. Recuerdo que tenía ganas de llorar, porque tenía miedo y me daba pena sentir el frio que hacía y ellos ahí, con un plástico rotoso tapando las rejas para engañar al viento helado. Esa fue mi bienvenida a este mundo. Ese fue el día en que nací a esta vida, el día que Cristo abrió mis ojos y me saco la venda con la cual había vivido 19 años. Ya hacen cuatro años y pico de eso. Benditos cuatro años.
Yo creo que algo que define a Filemón es “andar con el corazón en la mano”. Todos estos años de perseverar en Palestra y en mi comunidad a la que amo, me han hecho abrir los ojos y el corazón de una manera descomunal. En la comunidad aprendí a perderle el miedo a ese niño que iba a apostolar, a ese al que antes le tenía recelo, lo rechazaba, hasta lo detestaba. Cristo, en su inmensa sabiduría, me ha hecho chocar de frente con estos presos, estas prostitutas, estos drogadictos, estas niñas abusadas, estos niños abandonados, estos asesinos, violadores, chorros. Estos pedazos de amor tras las rejas. Me ha hecho chocar contra esa realidad y darme cuenta lo amada que me podría llegar a sentir, lo aburrida que podría haber sido mi vida sin ellos, lo vacía que estaría sin mis sábados cargados de esa adrenalina, santa adrenalina de ir a apostolar. Aunque ahora vaya menos que en mis inicios, sigo sintiendo, gracias a Dios, lo mismo.

El Filemón siempre se ha caracterizado por ser de una manera diferente. Lo sentí desde el primer día, y así lo vivo. Nosotros, como comunidad, tratamos de salvar la mayor cantidad de almas para Dios. Año a año hacemos los PM, donde sentimos la inmensa dicha y felicidad de meternos en las villas a buscar palancas, conocer la familia de los chicos y chicas, ver cómo viven, de donde vienen para poder adivinar hacia donde van. Lo digo con la mano en el corazón: amamos eso. Cada PM de File reafirma una fe viva que tenemos en los “pollos”, como le decimos al apostolado. Reafirma el llamado y carisma que nos hace ser filemones, que nos hace amar este estilo de vida. Es imposible para mi dar un testimonio en concreto de lo que vivo en File, de lo que viví estos años. Pienso en cada chico y chica a la que apostolamos, en sus vidas, en sus dolores, en sus anhelos, en los sueños que tienen y que capaz que no se cumplan, capaz que sí. Pienso en todo lo que ha obrado Dios en mi corazón a través de ellos, en cómo me voy tratando de santificar por medio de ellos, en como los amo y en cómo voy a tener siempre este carisma que me hace ser Filemona acá, en Brasil o en la China. Filemón es eso. Es vivir con el corazón en la mano, entregando lo que somos y lo que tratamos de ser. Es amar a ese excluido y discriminado por la sociedad. Es ese cruzarse a la orilla opuesta del rio para estar lado a lado con el Cristo de la calle. Es una sensación que antes no la había sentido, amar así a algo tan diferente, a pesar de los obstáculos, de las decepciones, de las lágrimas, de los dolores, de verlos sufrir, de sufrir nosotros con ellos. A pesar de todo, sigo eligiendo y siempre elegiría esta comunidad, porque hay algo más grande que nos une, algo que nos hace laburar como negros cuando hay que hacerlo, gritarnos cuando no nos ponemos de acuerdo, ser frontales y poco caritativos. Hay algo que hace que nada de eso nos importe, y es ese Cristo preso y abandonado, que nos ha salvado la vida y nos ha rescatado a cada miembro de la comunidad de la maldición de vivir a los ojos de lo socialmente “aceptado”. Les dejo una oración que me la hizo conocer la Sarabia, es del Padre Mugica, un curita villero, y en esta oración se resume a la perfección lo que siento por File, lo que todos sentimos:


"Señor, perdóname por haberme acostumbrado a ver que los chicos, que parecen tener ocho años; tengan trece;

Señor, perdóname por haberme acostumbrado a chapotear por el barro; yo me puedo ir, ellos no:

Señor, perdóname por haberme aprendido a soportar el olor de las aguas servidas de las que me puedo ir y ellos no;

Señor, perdóname por encender la luz y olvidarme de que ellos no pueden hacerlo;

Señor, yo puedo hacer huelga de hambre y ellos no: porque nadie hace huelga con su hambre;

Señor, perdóname por decirles no solo del pan vive el hombre, y no luchar con todo para que rescaten su pan;

Señor, quiero quererlos por ellos y no por mí. Ayúdame.

Señor, sueño con morir por ellos: ayúdame a vivir para ellos.

Señor, quiero estar con ellos a la hora de la luz. Ayúdame” Amén


Señor, mantén siempre vivo nuestro carisma Filemón, para que cuando nos vean, Te vean.


Josefina Sidán – PM 77 – Comunidad Filemón.

LOS JÓVENES PRIVADOS DE LIBERTAD - El desafío es tener la mirada que el Señor nos da en el Evangelio de Mateo (25, 36): el preso no es un enemigo sino un hermano al que amar y ayudar.

Nunca voy a olvidar el primer día que entré a la cárcel de Villa Urquiza. Tenía 22 años. Dentro de la formación sacerdotal me habían pedido que ese año me uniese a la Pastoral Penitenciaria en su tarea de acompañar al privado de libertad.
Como muchos cristianos, tenía prejuicios hacia el preso. Desde de una estructura moralista -sostenida mucho tiempo por la Iglesia- el mundo se dividía en "buenos" y "malos". Por supuesto, "adentro" estaban los malos y "afuera", los buenos.
Los voluntarios de la Pastoral Penitenciaria despertaron en mí la mirada misericordiosa del Padre Dios que más allá de excluir, apartar o negar a los malos, amaba a todos los hombres por el simple hecho de ser sus hijos.
El contacto directo con los reclusos me puso rostros concretos de personas con riquezas y pobrezas, alegrías y esperanzas, aciertos y desaciertos.
La Pastoral de la Iglesia sostiene que el privado de la libertad es el pobre entre los pobres: le falta de todo (un lugar digno dónde residir, abrigo, comida, etc.) y también afecto, paz, comprensión y, por supuesto, libertad. Por eso se le lleva el mensaje liberador del Evangelio y el amor misericordioso de Dios. Muchos años después, siendo ya sacerdote, el Obispo me pidió que sea capellán de los Institutos Roca y Santa María Goretti, que alojan a adolescentes en conflicto con la ley penal. Al igual que en el Penal de Villa Urquiza, encontré voluntarios de la Pastoral que visitaban desde hacía años a los adolescentes. 
Eran jóvenes voluntarios del Movimiento Palestra que habían asumido el desafío de que el joven evangelice al joven. En consonancia con lo que pide nuestro papa Francisco, éstos jóvenes habían salido del encierro y habían entrado en un mundo con gran sed de Dios y de amor, desconocido o negado por muchos.
El Papa Francisco, en el marco de la Jornada Mundial de la Juventud, se encontró con jóvenes privados de la libertad, testimonio de la actitud que tenemos que tener como sociedad y como Iglesia. Lejos de excluir a estos jóvenes tenemos que preguntarnos con sinceridad qué es lo que les estamos ofreciendo para que sus vidas sean distintas.
Coincidimos con nuestro Papa en que el hombre de hoy busca llenar su vida con cosas materiales, pero tiene vacío su corazón: perdió el interés en el otro, en su persona, y lo tiene puesto en el bien material.
Los jóvenes privados de libertad son el signo más elocuente de una realidad que como sociedad no queremos ver: la falta de sentido de la vida y la sensación de desamor y desamparo que genera el materialismo. Si a esto se suma que el joven proyecta su vida únicamente en el bien material, vemos como resultado la frustración, el fracaso, la desesperanza. Estos son los jóvenes que hoy encontramos privados de libertad. El delito no es el problema estructural en sus vidas, sino la falta de un proyecto de vida que los llene de esperanzas y les dé un sentido pleno marcándoles un rumbo. 
Por eso, en los institutos más que "delincuentes" encontramos adictos. Con el uso de sustancias psicoactivas buscan inhibir el dolor, modificar el estado anímico o alterar las percepciones de la realidad circundante. De ahí que la Pastoral de la Iglesia trata de generar en ellos un encuentro personal con Jesucristo que les dé paso a un cambio de vida. A través del Evangelio se les propone un camino de liberación y que se sientan amados con la misericordia de Dios.
Muchas cosas condicionan nuestra Pastoral: el escaso número de voluntarios, su falta de perseverancia y de creatividad para anunciar el Evangelio en la realidad en la que viven los privados de libertad. Además, falta un trabajo ecuménico con los otros credos que visitan las instituciones. En vez de ser verdaderos hogares que contengan y reinserten al adolescente en la sociedad, suelen ser "lugares de paso" que generan mayores vicios y frustraciones. El Estado, que a veces quiere dejar a Dios afuera de la sociedad, traba iniciativas que tratan de acercar al joven a una verdadera experiencia de Dios.
El desafío es tener la mirada que el Señor nos da en el Evangelio de Mateo (25, 36): el preso no es un enemigo sino un hermano al que amar y ayudar. Debemos imitar el ejemplo que el papa Francisco dio en Río de Janeiro.

Daniel Clérici - Capellán de los Hogares e Institutos de Menores de la Provincia