Siempre cuento, consciente de lo
tonto que suena, pero con la certeza de que es una buena forma de explicarlo,
que mi primer día de apostolado fue un 14 de Febrero, un día de los enamorados.
Y mi enamoramiento fue inusual, primero porque de inmediato tuve la certeza de
que duraría para toda la vida, y segundo por que sin terminar de comprender lo
que estaba pasando, cuando volví a pisar la calle a la salida del hogar
Adoratrices, el mundo ya tenía un color distinto.
Ese mismo día, y después cada vez
más al sumar lo que vivía Jueves y Sábados en el Roca, en el Belgrano, en el
Goretti y en Adoratrices, comencé a sentir que llevaba conmigo a cada paso menos
cargas. De a poco la mochila de pre conceptos, resentimientos, juicios,
condenas, etc, que me había acompañado toda mi vida, se fue desprendiendo de mí
espalda y fue haciendo mi caminar más liviano.
Cruzar del otro lado de las rejas
y los paredones no es solo un acto literal que hace el Filemón. Es un signo que
Cristo nos regala para representar nuestra misión de amor. Cuando estás del
otro lado la mochila no pesa, la mochila se te olvida... y ese pibe que está en
frente tuyo ya no es un asesino, un choro, un pecador, un golpeado o un
golpeador, una nena abusada, una madre adolescente violenta, una joven
drogadicta, un nene abandonado. Cuando estás del otro lado ya no ves de la
misma forma, tus ojos están limpios y puros, y ves exactamente lo que Cristo quiere
que veas... ves un hermano, un hijo de Dios, exactamente como vos. Esa verdad
que tanto necesita saber el mundo de hoy en día.
Y estoy segura de que esa mirada especial no
es una virtud del Filemón... es sencillamente un don de Cristo, que nos permite
cumplir con su misión, nos salva la vida, y nos da absoluta libertad para amar.
¿Y dónde tiene sentido la
libertad si no es para amar?
Ya lo dijo San Pablo, refiriéndose al preso Onésimo en su carta a Filemón: "...que lo
recuperes para siempre, no ya como un esclavo, sino como algo mucho mejor, como
un hermano muy amado." Cada miembro
de la comunidad está aquí por elegir el amor, debe hacerlo para recuperar un
alma para Dios y para salvar también la suya propia. Y en estos casi dos años
que llevo eligiendo el amor estoy cada vez más segura que es la única forma de
vivir que vale la pena.
Vale la pena a pesar de las
enormes dificultades, de las caídas, de las realidades duras que nos intentan
convencer de que nuestra misión había fracasado antes de comenzarla. Pero
nosotros aún así elegimos apostar por el marginado, por el que nadie apuesta,
porque nuestra forma de ver las cosas debe ser la de Cristo y no la del mundo.
Así, donde la mayoría de la gente ve sólo dolor, miseria y muerte es donde más
siento la presencia del amor, la fe y la esperanza. Por eso también digo que en
todas las necesidades de los chicos tengo el motor de mi perseverancia. Ellos
me motivan a la santidad para poder hacer cada vez más por ellos. Apuesto toda
mi confianza en ellos, y en sus recaídas pruebo mi fe y confianza en Dios. En
las dificultades sigo abrazada bien fuerte a la esperanza. Siempre que pienso
que voy a llevarles alegría son ellos los que terminan contagiándome una
sonrisa inexplicable. Y siempre siento que el amor que los pollos me devuelven
es infinitamente mayor al que yo entrego, es desbordante y me llena de
felicidad.
Por eso Filemón me plantea cada
segundo la necesidad de entregar un poco más.
Sé que mi comunidad está
bendecida con muchas posibilidades que pocos tienen, y ser instrumento de Dios
para una misión tan especial como es el apostolado en realidades marginales es
la más importante. Tuve la posibilidad de ser consejera en un PM de Filemón en
mi primer año en la comunidad y entonces supe que lo que Dios pedía de mi era
mucho más grande que el tiempo de una o dos tardes a la semana... Pedía mi corazón entero.
Y desde entonces es para mí decisión
permanente, de abandonarme completamente y confiar. Y no pasa un segundo en que
me arrepienta. Quiero ser corazón de
barro en manos de mi alfarero y dejar que El lo moldee a través de los chicos.
Y sea cual sea el camino por el que me dirija, lo único que sé es que esta
vocación del amor sin medidas nunca se va a terminar.
Por eso hoy mi certeza, es lo que
pido a Dios con más fuerza, como pedía Don Bosco:
"Da mihi animas caetera
tolle" ..."Dame almas y llévate lo demás".
MARISA GARAT - PM 82 - COMUNIDAD
FILEMÓN.