Mostrando las entradas con la etiqueta Reflexiones. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Reflexiones. Mostrar todas las entradas

LA COMUNICACIÓN Y LA CULTURA DEL ENCUENTRO – “No se ofrece un testimonio cristiano bombardeando mensajes religiosos, sino con la voluntad de donarse a los demás.”


Con motivo de la 48ª JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES, realizada el 1 de junio pasado, el Papa Francisco les hizo llegar una carta con reflexiones y gestos concretos para pensar en función de la cultura del encuentro.

Nuestro Blog nació con la intención de la evangelización en la era digital, se nutrió de los acontecimientos de esta época y tuvo una presencia desde un primer momento. Los medios de comunicación estuvieron siempre presentes en la vida del movimiento en Tucumán, por eso adherimos a esta cartas y sus conceptos, que hacemos llegar algunos de ellos y los invitamos a seguir leyendo el texto completo en el vínculo que ponemos.

Expresiones de Francisco en la carta:
- “En este mundo, los medios de comunicación pueden ayudar a que nos sintamos más cercanos los unos de los otros, a que percibamos un renovado sentido de unidad de la familia humana que nos impulse a la solidaridad y al compromiso serio por una vida más digna para todos. Comunicar bien nos ayuda a conocernos mejor entre nosotros, a estar más unidos.”

- La variedad de las opiniones expresadas puede ser percibida como una riqueza, pero también es posible encerrarse en una esfera hecha de informaciones que sólo correspondan a nuestras expectativas e ideas, o incluso a determinados intereses políticos y económicos. El mundo de la comunicación puede ayudarnos a crecer o, por el contrario, a desorientarnos. El deseo de conexión digital puede terminar por aislarnos de nuestro prójimo, de las personas que tenemos al lado. Sin olvidar que quienes no acceden a estos medios de comunicación social –por tantos motivos-, corren el riesgo de quedar excluidos.”

- “Si tenemos el genuino deseo de escuchar a los otros, entonces aprenderemos a mirar el mundo con ojos distintos y a apreciar la experiencia humana tal y como se manifiesta en las distintas culturas y tradiciones.”

- “¿cómo se puede poner la comunicación al servicio de una auténtica cultura del encuentro? Para nosotros, discípulos del Señor, ¿qué significa encontrar una persona según el Evangelio? ¿Es posible, aun a pesar de nuestros límites y pecados, estar verdaderamente cerca los unos de los otros?
Estas preguntas se resumen en la que un escriba, es decir un comunicador, le dirigió un día a Jesús: «¿Quién es mi prójimo?» (Lc. 10,29). La pregunta nos ayuda a entender la comunicación en términos de proximidad.”

- “Cuando la comunicación tiene como objetivo preponderante inducir al consumo o a la manipulación de las personas, nos encontramos ante una agresión violenta como la que sufrió el hombre apaleado por los bandidos y abandonado al borde del camino, como leemos en la parábola. El levita y el sacerdote no ven en él a su prójimo, sino a un extraño de quien es mejor alejarse.”

- “No basta pasar por las «calles» digitales, es decir simplemente estar conectados: es necesario que la conexión vaya acompañada de un verdadero encuentro. No podemos vivir solos, encerrados en nosotros mismos. Necesitamos amar y ser amados. Necesitamos ternura. Las estrategias comunicativas no garantizan la belleza, la bondad y la verdad de la comunicación.”

- “Lo repito a menudo: entre una Iglesia accidentada por salir a la calle y una Iglesia enferma de autoreferencialidad, prefiero sin duda la primera. Y las calles del mundo son el lugar donde la gente vive, donde es accesible efectiva y afectivamente.”

- “Estamos llamados a dar testimonio de una Iglesia que sea la casa de todos. ¿Somos capaces de comunicar este rostro de la Iglesia?”

- “Que la imagen del buen samaritano que venda las heridas del hombre apaleado, versando sobre ellas aceite y vino, nos sirva como guía. Que nuestra comunicación sea aceite perfumado para el dolor y vino bueno para la alegría. Que nuestra luminosidad no provenga de trucos o efectos especiales, sino de acercarnos, con amor y con ternura, a quien encontramos herido en el camino.
No tengan miedo de hacerse ciudadanos del mundo digital.”
Vaticano, 24 de enero de 2014, memoria de san Francisco de Sales
FRANCISCO

LEER COMPLETO EN: http://www.pccs.va/index.php/es/giornate-mondiali-delle-comunicazioni-sociali-4/2014?fb_action_ids=10204185596828588&fb_action_types=og.likes 

VOLVER A GALILEA - ¿Por qué hay que volver a Galilea para ver al Resucitado? ¿Qué sentido profundo se encierra en esta invitación? ¿Qué se nos está diciendo a los cristianos de hoy?


Los evangelios han recogido el recuerdo de tres mujeres admirables que, al amanecer del sábado, se han acercado al sepulcro donde ha sido enterrado Jesús. No lo pueden olvidar. Lo siguen amando más que a nadie. Mientras tanto, los varones han huido y permanecen tal vez escondidos. El mensaje, que escuchan al llegar, es de una importancia excepcional. 
El evangelio más antiguo dice así: “¿Buscan a Jesús de Nazaret, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado”. Es un error buscar a Jesús en el mundo de la muerte. Está vivo para siempre. Nunca lo podremos encontrar donde la vida está muerta.
No lo hemos de olvidar. Si queremos encontrar a Cristo resucitado, lleno de vida y fuerza creadora, no lo hemos de buscar en una religión muerta, reducida al cumplimiento externo de preceptos y ritos rutinarios, o en una fe apagada, que se sostiene en tópicos y fórmulas gastadas, vacías de amor vivo a Jesús.
Entonces, ¿dónde lo podemos encontrar? Las mujeres reciben este encargo: “Ahora vayan a decir a sus discípulos y a Pedro: Él va delante de ustedes a Galilea. Allí lo verán”. ¿Por qué hay que volver a Galilea para ver al Resucitado? ¿Qué sentido profundo se encierra en esta invitación? ¿Qué se nos está diciendo a los cristianos de hoy?
En Galilea se escuchó, por vez primera y en toda su pureza, la Buena Noticia de Dios y el proyecto humanizador del Padre. Si no volvemos a escucharlos hoy con corazón sencillo y abierto, nos alimentaremos de doctrinas venerables, pero no conoceremos la alegría del Evangelio de Jesús, capaz de “resucitar” nuestra fe.
A orillas del lago de Galilea, empezó Jesús a llamar a sus primeros seguidores para enseñarles a vivir con su estilo de vida, y a colaborar con él en la gran tarea de hacer la vida más humana. Hoy Jesús sigue llamando. 
Si no escuchamos su llamada y él no “va delante de nosotros”, ¿hacia dónde se dirigirá el cristianismo?
Por los caminos de Galilea se fue gestando la primera comunidad de Jesús. Sus seguidores viven junto a él una experiencia única. Su presencia lo llena todo. Él es el centro. Con él aprenden a vivir acogiendo, perdonando, curando la vida y despertando la confianza en el amor insondable de Dios. Si no ponemos, cuanto antes, a Jesús en el centro de nuestras comunidades, nunca experimentaremos su presencia en medio de nosotros.

Si volvemos a Galilea, la “presencia invisible” de Jesús resucitado adquirirá rasgos humanos al leer los relatos evangélicos, y su “presencia silenciosa” recobrará voz concreta al escuchar sus palabras de aliento.

NO ENMASCAREMOS LA VIDA - No se trata de jugar al evangelio, sino de zambullirme en él. Enséñame, Señor, a construir desde lo real, desde lo auténtico, desde esa verdad tuya…

“Nosotros somos templos del Dios vivo. Como dijo Dios, habitaré entre ellos y me desplazaré con ellos. Seré su Dios y ellos serán mi pueblo” (2 Cor 6,16)

Ahora que se acerca el carnaval, y que tal vez yo mismo en estos días me disfrazaré, puedo dedicar este rato de oración a entender cómo la vida, la vida real, va más allá de las máscaras o de los fingimientos…
Que los disfraces están bien para un día, para jugar, por un rato a ser quien no soy, pero que lo importante, luego, en el día a día, es ir aprendiendo a quitarse las caretas y ofrecer, a Dios y a los otros, nuestra verdad frágil y desnuda…




DISFRAZARSE - “Guárdense de los falsos profetas que se acercan disfrazados de ovejas y por dentro son lobos rapaces”. (Mt 7,15) 
El disfraz tiene algo de protección. Se convierte en un muro. Una barrera. Una fachada que yo adorno como quiero. Por un rato puedo ser príncipe o pirata, monstruo o ángel, puedo ser cualquier personaje. También a veces en la vida me puedo poner máscaras. Para evitar conflictos. 
Para no tener que dar explicaciones. Para dar una imagen… No es con malicia, tal vez es comodidad. Y camuflo el miedo de enfado. La inseguridad de ironía. La pereza de indiferencia. O me pongo una capa de compromiso, un sombrero de fe, una túnica de buen rollo y una máscara de perfección… sin estar muy seguro de cuánto de eso es real.
Señor, lucidez para no confundir el disfraz con la vida… 

VESTIRSE – “Por tanto, como elegidos de Dios, consagrados y amados, revestíos de compasión entrañable, amabilidad, humildad, modestia, paciencia” (Col 3,12) 
Sin embargo, también está la ropa que llevamos habitualmente, la de cada día, la que gastamos en el bregar diario, las que se deshilacha, o se gasta, o se ensucia. 
La que la gente identifica con nosotros, porque están acostumbrados a vernos así vestidos. La que cubre nuestro frío.
Esa es un poco más real. Y, más allá de la tela, está también ese otro vestirse más auténtico: Es no ocultarse, ni enmascararse. Es mostrar la propia verdad, los puntos fuertes y también los débiles; las capacidades, y las manías; tomar la propia vida con humor, y dejar que otros compartan lo que soy.
Es no tener miedo de ser uno mismo, mostrar –y llevar por bandera- los valores que uno tiene, y abrigarse del sin sentido con metas que merezcan la pena. 

AL FINAL EL AMOR, SIN MASCARAS - “Entonces entenderéis la verdad, y la verdad os hará libres” (Jn 8,32) 
Esto es lo que tú me dices. Que aunque puede haber en mi vida momentos de carnaval o de ficción, y otros de verdad desnuda, hay algunas cosas que no deberían caer del lado del disfraz: la amistad, los miedos, los anhelos más profundos –esos que definen hacia dónde ir; y, sobre todo, el amor que lo engloba todo. 
Eso es lo que te pido hoy, Señor. Que me enseñes a amar sin trampa ni cartón. A poner el corazón a tiro. A aprender de ti. Que no se trata de ser imitador, sino discípulo. 
No se trata de jugar al evangelio, sino de zambullirme en él. Enséñame, Señor, a construir desde lo real, desde lo auténtico, desde esa verdad tuya…

Pastoral Universitaria Jesuita.

EL CENTRO DE LA VIDA - Convertirse uno mismo en el centro es demasiado minúsculo. Es mejor salir y dejarse atravesar en el encuentro, en el choque, en la diversidad y la diferencia.

Yo, me, mí, conmigo. El síndrome de Juan Palomo (“Yo hago el guiso y yo me lo como”, no necesito ayuda, yo puedo, yo me sano, yo me sostengo…) es bastante contemporáneo. Después de todo, ¿no se me invita a instaurar, al menos de puertas para adentro, la república independiente de mi vida? 
Cuando hacemos un mapa tendemos a poner nuestro país en el centro. Es normal. Parece que la vida arranca de uno mismo, y luego, en círculos concéntricos, van entrando los otros. 
Mis padres, mis hermanos, mis amigos, mis amores, conocidos, desconocidos que pasan por mis días. E incluso oigo hablar de desconocidos a quienes no conozco… 
Pero, en el centro, yo y mis circunstancias, mi trabajo o mis estudios, mis días buenos y los que estoy de malas. Mis problemas e ilusiones. ¡No hay forma! La vida así es demasiado raquítica.

- EL EGOCENTRISMO - “Se puso muy triste, porque tenía muchos bienes.” (Mt 19, 22)
Vivir curvado sobre uno mismo no es demasiado recomendable. Al final pierdes horizonte, perspectiva y realidad. 
Todo lo propio se vuelve urgente, y ante lo ajeno te vuelves indiferente. Pero la verdad es que la vida está hecha también de otras historias, de cosas que les pasan a los demás. De sus alegrías y sus dramas. De sus proyectos y sus amores. Y Vivir, así, en mayúsculas, es ir tendiendo redes con esos otros, sintiéndose parte de algo mayor, sabiéndose vinculado a esas otras historias. De otro modo, un ego enorme puede hacerte ciego a los otros. Y ese es el camino seguro a la soledad más vital.
¿Hay momentos en que te descubras así, curvado sobre ti mismo? ¿Cuándo ocurre?

- EN EL CENTRO, DIOS, Y LOS OTROS – “Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte, mi refugio.” (2Sm 22, 3)
¿A que parece una locura? Descentrarse. Pero no lo es. Locura es lo contrario. Hacer que todo pivote tan en torno a uno que te quedes como ensimismado. 
De hecho, ¿no es verdad que las mayores preocupaciones, emociones, y lo que de verdad nos apasiona y alegra en la vida, tiene que ver con esos otros, y con el Dios que le pone sentido a todo? Es ahí donde se juega el amor, las mayores ilusiones, lo que nos quita el sueño o lo que nos eleva al cielo. 
Convertirse uno mismo en el centro es demasiado minúsculo. Es mejor salir. Salir y dejarse bandear en el encuentro, en el choque, en la diversidad y la diferencia, en las preguntas que uno mismo no sabe responder.
Piensa, ¿a quién o qué querrías poner en el centro de tu vida?

VIVIR A CORAZÓN ABIERTO - A veces uno necesita oír una declaración de amor. Una declaración de que hay alguien, Alguien, que siempre está ahí para mí, conmigo.


Uno podría pensar que es mejor no implicarse con casi nada. Utilizar mucho la cabeza y el bolsillo, y proteger el corazón. Porque es turbulento, voluble y frágil, y a veces nos lleva por la calle de la incertidumbre. Pero luego imaginas lo que sería una vida sin poner el corazón en juego, y te ves frío, autómata, calculador… ¿Y quién quiere eso? Es verdad que a veces sufriremos. Pero la vida son cuatro días, y Dios no nos ha creado para la gelidez, sino para la pasión profunda de quien apuesta.

¿DE QUIÉN ES PARTIDARIO MI CORAZÓN? – “Donde está tu tesoro allí está tu corazón.” (Mt 6, 23)
De vez en cuando conviene volver a hacerse esa pregunta. ¿Dónde pongo las expectativas, los anhelos, las ilusiones? Si es en un espejo o es en un fajo de billetes, o en la comodidad o la diversión. O en los aplausos, o el éxito. O en algunos nombres. O en la fe. Y la justicia. Y la gente.
Es importante saber qué es lo que me llena, lo que me inquieta, lo que me ocupa y me preocupa, a lo que le doy la oportunidad de quitarme la tranquilidad. Porque ahí es donde estoy viviendo con más implicación.
¿Dónde está hoy tu corazón?

AMOR YA CORRESPONDIDO – “No temas, que yo te he elegido, te he llamado por tu nombre, tú eres mío. Eres precioso a mis ojos, y yo te amo.” (Is 43, 1-4)
A veces uno necesita oír una declaración de amor. Una declaración de que hay alguien, Alguien, que siempre está ahí para mí, conmigo. De que el amor, en mi vida, ya está sembrado. De que cuando me levanto, cuando me siento solo, cuando estoy con otros, cuando me enamoro o cuando se me rompe el corazón.
Cuando me siento como un volcán, cuando soy feliz y cuando mi vida es drama, cuando la fe flaquea o cuando es firme, cuando los motivos tiran de mí o cuando parecen difuminarse… siempre, siempre, hay quien me ama primero.

Déjate envolver por esa confirmación, de que Alguien te ama…

«Ámame más, Señor, para quererte». 
Búscame más, para mejor hallarte. 
Desasosiégame, por no buscarte. 
Desasosiégame, por retenerte.
Pódame más, para más florecerte. 
Desnúdame, para no disfrazarte. 
Enséñame a acoger, para esperarte. 
Mírame en todos, para en todos verte.
¡Por los que no han sabido sospecharte, 
por los que tienen miedo de encontrarte, 
por los que piensan que ya te han perdido,
por todos los que esperas en la muerte, 
quiero cantarte, Amor, agradecido, 
porque siempre acabamos por vencerte!
Pedro Casaldáliga

MARÍA, MUJER DE ESPERANZA - Esperaste en ese adviento, al niño cargado de promesas, viéndole crecer, a ver qué sería de su vida. Le esperaste cuando se echó a los caminos. A veces ibas detrás, y te fuiste haciendo discípula.

En estos tiempos se hace necesario volver los ojos a quien puede ser para nosotros referencia, ejemplo y estímulo. 
Hay muchos hombres y mujeres que, con sus vidas, demuestran que es posible plantar cara a la tormenta y luchar por lo que creen justo. 
Pero quizás, entre todos, una mujer, María, es para cada uno de nosotros refugio, maestra y guía en el camino. Ella es la mujer del adviento, la señora de la espera, la que fue capaz de afrontar lo incierto desde la fe y la confianza profunda.

CON UN “HÁGASE” - “Respondió María: He aquí la esclava del Señor. Que se cumpla en mí según tu palabra.” (Lc 1, 38)
Te fiaste. Sin sucumbir al temor, a las prevenciones, a lo sorprendente. Te fiaste de Dios, aunque hacerlo te pusiera en situaciones complicadas. Dijiste «sí», poniendo tu vida en sus manos, sin hacer caso a las habladurías, a las posibles incomprensiones. 
Y esa palabra valiente se convierte, también hoy, para mí, en llamada. A tener valentía a la hora de vivir la fe. A tener coraje para tomar en serio el evangelio. A tener audacia para buscar formas de hacerlo real en este mundo, hoy, aquí y ahora.
¿Qué “Hágase” es necesario hoy en mi vida?

SIN RENDIRTE - “Proclama mi alma la grandeza del Señor, y se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador.” Lc 1, 46.47
Que esto es la esperanza. Esa disposición para seguir luchando cuando todo parece cuesta abajo. Cuando nubarrones amenazan tormenta. Cuando uno no entiende, o no cree, o no sabe por dónde seguir. 
Esperaste, en ese adviento primero inesperado, al niño cargado de promesas. Y esperaste, viéndole crecer, a ver qué sería de su vida. Le esperaste cuando se echó a los caminos. A veces ibas detrás, y te fuiste haciendo discípula. 
Esperaste, atravesada por el dolor, al pie de la cruz. Y luego, con los que se encerraban, temerosos, también allí estuviste, siendo para ellos madre y amiga. Y con ellos confiaste. Hasta que se hizo la Luz. 
Y por eso me invitas, también a mí, a fiarme, y a esperar, activamente. A Dios, en este mundo, y su reino, que juntos habremos de ir construyendo, entre muchos.
¿Qué espero hoy de Dios? ¿Y de la vida?

GRANDES ESPERANZAS - Se acerca el amor, en un nacimiento, en un niño, la presencia que una vez más ha de llenar nuestro horizonte.

Anhelo, sed, expectación. Eso es lo que nos invade cuando sentimos que se aproxima algo que deseamos de veras.
Pues eso es este Adviento. Tiempo para los grandes sueños. Solo los mediocres o los desesperados renuncian a soñar.
Pues bien, si nos asalta la rendición, es tiempo de nuevo para alzar la cabeza, mirar a lo lejos, bien fuera, bien dentro. Dejar que resuene como una promesa el grito de un Dios que atraviesa el tiempo para decirnos: «Se acerca su liberación».

LA ESPERA
– “Cuando empiece a suceder esto, levantarse, alzar la cabeza, se acerca nuestra liberación.” (Lc 21, 28)
Esperamos con ganas, con deseo. Esperamos, pero no sentados, sino muy vivos. Miramos alrededor. Buscando… el bien para nosotros y para otros. Escuchando tu palabra y las palabras de quienes están cerca. Esperamos, sin desesperar.
Conscientes de que estás cerca, de que hay que aprender a descubrirte. Con la ilusión renacida de quien escucha otra vez un anuncio deseado. Te necesitamos, y por eso ahí va un grito, una plegaria, un canto: «Ven».
¿Cómo vivo yo este Adviento?
¿Qué hay en mi vida de búsqueda, sueño, anhelo, deseo… vinculado con Dios?

LO QUE VIENE – “El Señor me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros la libertad." (Is 61, 1-2)
Se acerca el amor, los motivos, la presencia que una vez más ha de llenar nuestro horizonte. Viene la palabra que pondrá sentido en el día a día. Quizás te nos harás un poco más visible. Vencerá el perdón… Resonará muy dentro una canción que ha de despertar oleadas de júbilo. Se pronunciará una palabra que será la mejor herramienta.
El ritmo de los días volverá a ser danza. Venceremos el miedo a vivir. El abrazo será hogar, y habitarás nuestra oración. Y lo sorprendente es que todo eso que viene en realidad ya está aquí. El germen crece imparable.
¿En qué se concreta para mí la promesa de Dios?
¿Qué espero o deseo de verdad?
¿Cuál es la buena noticia en la que creo?

ADVIENTO, CAMINO DE ESPERANZA - Son tiempos para acercarnos a los "otros", de no quedarnos en las compras navideñas. De ellas no sacamos vida eterna.

Mario, María del Valle y Yoni Mendoza -El Nogalito 
La gente anda errante por la vida buscando algo que le sirva para echarle un poco de sentido a su vida. Vive buscando cómo satisfacer su necesidad de llenar vacíos, de completar deseos, de solucionar los apetitos que nunca terminan.
El Adviento es la espera de algo cierto, de un mesías glorioso que tiene una promesa para nosotros. Estamos esperando que algo se complete en esta vida. Pero no es algo, es Alguien que hace que suceda algo. Algo grande y maravilloso.


Es la espera de alguien que viviremos buscando, y seguiremos insatisfechos hasta no encontrarnos perfectamente con él. Es una realidad absoluta que nos sostiene a todos y en la que solo encontramos paz. Él es nuestro Dios, que se presenta en su Hijo Jesús. Dios no es cualquier cosa, u otra cosa o una cosa más. Nuestro Dios no es un eslogan, no es una frase posteada en Facebook, ni tampoco una ideología de la cual valerse. Dios es mucho más que eso, es mucho más que todo.
El tiempo de Adviento viene a decirnos que hay una esperanza mayor que completará la nuestra. Viene a abrirnos los ojos para que nos encontremos con una realidad eterna a la cual no estamos acostumbrados a pensar. El misterio de lo eterno nos pone en la encrucijada de nuestro propio “yo” que quiere eternizarse, pero para sí mismo. El eterno de Dios no es para la vanidad o la autosuficiencia. El eterno de Dios es la feliz novedad del ser plenamente con él y en él.
En el Adviento, esperamos que venga un niño, pero no es cualquier niño. Es el mismo Jesús, que no viene a darnos solo sentimientos superficiales de ternura, sino que, además, nos impulsa a ser hombres y mujeres nuevos.
Es verdad, nos faltan muchas cosas y siempre nos faltarán, pero, para ser feliz, no hacen falta demasiadas. El Adviento, quizá, nos puede ayudar a entender que, en la vida del cristiano, nuestra esperanza esta puesta solo en él.
Este mundo, nuestro mundo nos ha enseñado a depositar nuestra confianza en el mercado. El Adviento nos invita a poner nuestra vida en manos de Dios. Como María: “He aquí la esclava del Señor” Como José, obediente al plan de Dios y laborioso padre adoptivo para buscar el bien del Hijo de Dios. Como María y José, que dieron lugar al nacimiento más bello de la historia de la humanidad en un pobre establo. Este Adviento nos induce a decir: “En ti, Señor, hemos puesto nuestra fe y nuestra esperanza”.

El Adviento es camino hacia la esperanza o, mejor dicho, es la esperanza misma. La espera es siempre de los pobres. Los ricos y los poderosos nunca admiten que se los haga esperar, que formen filas, que sientan que no son los privilegiados. La familia santa de Nazaret supo lo que es la espera y también el rechazo. Qué buen tiempo para saborear la espera y entender el dolor de los rechazados.
Los que tienen mucho no saben esperar porque creen que todo se hace con plata. Los que tienen poco saben esperar porque de la limosna del rico, que siempre se hace rogar, cada tanto reciben un poco de lo mucho que necesitan. La misma espera de justicia de tantas madres del dolor, la misma espera de un poco de agua de los pobres más “pobres” de Formosa, la misma espera que se hace eterna y que nunca parece llegar.

Buen tiempo de Adviento para ir hasta los pobres, no nos quedemos en las compras navideñas. De ellas no sacamos vida eterna. De la única soga que nos podemos prender para llegar al cielo es de la mano de los pobres.
Algunos piensan cómo pasar bien la navidad, algunos piensan cuánto invertir, cuánto gastar. Mientras tanto, hay miles que piensan en el día a día. El 24 a la tarde serán pocos los invitados a la gran fiesta de los ricos y poderosos, y muchos los que tendrán que hacer largas colas para recibir un pan dulce barato y un poquito más de desprecio del enfermizo poder populista.
El Adviento o nos lleva a pensar en los demás o nos aleja más de los preferidos de Dios. Cuántas compras haremos vacíos de espiritualidad y llenos de nosotros mismos. Cuántas bolsas de “shopping” llenaremos con nuestro vacío de Dios. Cuántas luces colocaremos para tapar nuestra oscuridad y esperar a ese Jesús pobre y olvidado. No es más triste el Viernes Santo que la Navidad del egoísmo y la vanidad. No es más triste el Día de los Difuntos que la Navidad de lujos y ruidos que ocultan el silencio de los abandonados. 
El Adviento nos llama a construir un mundo más justo, pero en casa, en el barrio, en la propia vereda. De nada sirve el Adviento si no salimos de nuestros caparazones duros e impermeables a la solidaridad y el perdón.
La corona de Adviento no solo debe ser una vela encendida, sino también un corazón que arde por los más necesitados, de lo contrario, todo será como siempre: puro cotillón y relleno.

Autor: Germán Díaz - Religioso Salesiano. Lic. en Comunicación Social - germansdb@gmail.com

ADVIENTO, DESEO Y BÚSQUEDA - Me recuerdas que estás viniendo, una y otra vez, a mi mundo, a mi historia, a mi vida. Y me das un toque de atención para que no me distraiga con otros anhelos que se agotan pronto.

Un año más entramos en este tiempo litúrgico. Vuelve a empezar, para nosotros, el ciclo en el que haremos memoria de la vida de Dios en Jesús. 
Ahora lo comenzamos desde los preparativos, la esperanza, la consciencia de que a un Dios que viene hay que esperarlo y buscarlo. Ese es el sentido de estas semanas. 
Un tiempo de búsqueda, de deseo, de preguntas. Un plato con dos ingredientes principales: el deseo y la actitud de búsqueda. De esto se trata, en estos días, de desenterrar el anhelo de Dios, que a veces queda sepultado por otras urgencias y prisas. 
Y de hacerlo de manera activa, dinámica, cada día.

EL DESEO DE DIOS – “¡Atención, sedientos!, acudan por agua, también los que no tienen dinero: vengan, compren trigo, coman sin pagar, vino y leche de balde.” (Is 55, 1)
Siempre ha estado ahí ese anhelo, esa mirada, esa pregunta. No siempre le sé poner nombre, pero, Señor, tengo sed de ti, de justicia, de respuestas, sobre todo, de amor. De un amor radical, profundo, incondicional y eterno. Y todo eso eres tú.
En este tiempo de Adviento me recuerdas que estás viniendo, una y otra vez, a mi mundo, a mi historia, a mi vida. Y me das un toque de atención para que no me distraiga con otros anhelos que se agotan pronto, con otras hambres que nunca me satisfacen, con otros motivos que entretienen, pero no dan sentido. Porque lo que deseo, eso es lo que voy a perseguir con todas mis fuerzas. Pues, Señor, te necesito a ti. Ven, Señor Jesús.
¿En qué se nota tu anhelo, tu sed, tu necesidad de Dios?

LA BÚSQUEDA - “Me invocarán. Vendrán a rezarme, y yo los escucharé. Me buscarán y me encontrarán, si me buscan de todo corazón» (Jer 29, 12-13)
Supongo que decir que uno espera o desea no es suficiente. Hay que buscar. Buscarte. En puentes, calles, casas, palabras, versos, silencio, personas, gestos, besos, abrazos, heridas, conversaciones, miedos; en tormentas y calmas, sueño y vigilia, de día o de noche.
Buscarte en los momentos de júbilo y en alguna que otra decepción. Solo o con otros. Voy a buscarte, Señor. Voy a preguntarle al mundo por ti. Toda la vida, si hace falta. Pero si paso cerca y me ves despistado, dame un grito.
¿Dónde buscas hoy a Dios?

HARTAZGO - Vengan a mí los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré.

Llega a veces con motivo, o incluso, sin él. Te sientes en el límite, sin fuerzas, sin ganas. La pelea de cada día te pilla en baja forma. 
Te da el bajón, y te preguntas para qué tanto esfuerzo, si no sería mejor tirar por la calle del medio, romper la baraja y sentarte a dormir. 
En distintas etapas puede llegar el cansancio. El estudiante en mitad del curso, cuando parece que las horas dedicadas no rinden y se oscurecen los motivos. 
Los enamorados, cuando se va enfriando la intensidad primera y empieza a asomar la rutina. 
El trabajador, hastiado, quizás por entrar una y otra vez en los mismos ciclos vitales. El que llega al final de los días fatigado y con ganas de tirar la toalla. 
¿Qué hacer con ese cansancio que no encuentra reposo?

AFLOJAR – “Jesús les dijo: - Ustedes vengan aparte, a un paraje despoblado, a descansar un rato. Pues los que iban y venían eran tantos, que no les quedaba tiempo ni para comer.” (Mc 6,31)
Todos necesitamos algunos momentos de aflojar un poco. Ritmo, trabajo, exigencia… En ocasiones, en algunos aspectos de la vida, uno necesita descansar. Respirar hondo. Rezar. Darse un paseo. Leer una novela. Irse a tomar un café con los amigos. 
Desenterrar motivos. Burlarse de la propia intensidad. Darse alguna tregua. Sin maximalismos. Sin apuestas a todo o nada. Sin tragedia. Es tan solo buscar un cierto equilibrio. 
Peleando las batallas de cada día, y sin hacer demasiada leña de la situación.
¿Descansas lo suficiente?
¿Eres consciente de tus propios límites?

DEJARSE CUIDAR – “Jesús les dijo: Vengan a mí los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré.” (Mt 11,28)
Y al tiempo, conviene pedir ayuda. O compartir la fatiga. Compartir el desaliento, que no necesitamos ser héroes. Decirle a alguien: “Ando flojito”, incluso aunque te parezca que tus motivos son ridículos visto lo que hay por ahí. 
Dios mismo nos invita a acudir a él, a confiar, a sentir que él pelea de nuestro lado. Y nos invita a abrirnos a los otros, hoy con brazos que piden que alguien tire de ti, otros días con brazos que habrán de seguir levantando a otros.
¿Sabes pedir ayuda, compartir los momentos de bajón?

EL DIRIGENTE Y LA PACIENCIA - La paciencia debe llevarnos a enseñar la manera de hacer las cosas; al ofuscarnos, los resultados suelen ser totalmente contrarios a nuestros deseos.

Soy de carácter impulsivo, lo cual, siempre me trajo algunos problemas, cuando alguien me hacia embroncar o cuando me enojaba a la menor provocación. 
Pasado esos momentos, la mayoría de las veces, me sentía avergonzado y sentía la necesidad de consolar a quien había dañado.
Un día, el profe en el colegio, que me vio una vez más, dar disculpas después de una de mis explosiones, me llevó al patio y me entregó una hoja de papel lisa y me dijo ¡Arrugala!.
Sin entender, hice con el una bolita.
Luego me dijo; ahora dejalo como estaba antes. Por supuesto que no pude dejarlo como estaba, por más que traté el papel quedó lleno de pliegues y arrugas.
El corazón de las personas es como ese papel... La impresión que en los demás dejamos, será tan difícil de borrar como esas arrugas y esos pliegues.
Así empecé el largo camino de ser más comprensivo y paciente. Cuando siento ganas de estallar, recuerdo ese papel arrugado.
La impresión que dejamos en los demás es imposible de borrar...Más cuando lastimamos con nuestras reacciones o con nuestras palabras...Luego queremos enmendar el error pero ya es tarde...
Por impulso no nos controlamos y sin pensar arrojamos en la cara del otro palabras llenas de odio o rencor y luego cuando pensamos en ello nos arrepentimos. Pero no podemos dar marcha atrás, no podemos borrar lo que quedó grabado en el otro.

Muchas personas dicen:
- Aunque le duela se lo voy a decir...,
- La verdad siempre duele...,
- No le gustó porque le dije la verdad...

Si sabemos que algo va a doler, a lastimar, si por un instante imaginamos cómo podríamos sentirnos nosotros si alguien nos hablara así...¿Lo haríamos?
Otras personas dicen ser “frontales”, “sinceras” y de esa forma se justifican al lastimar:
- Se lo dije al fin...
- para qué le voy a mentir...
- yo siempre digo la verdad aunque duela...

Qué distinto sería todo si pensáramos antes de actuar, si frente a nosotros estuviéramos sólo nosotros y todo lo que sale de nosotros lo recibiéramos nosotros mismos no?
Son diversos los campos en los que podemos ejercitar la PACIENCIA. Ir a la palestra, al estadio de la Comunidad a prepararnos;

PACIENCIA con nosotros mismos, puesto que es fácil desalentarse ante los propios defectos que se repiten una y otra vez, sin lograr superarlos del todo. La superación de un defecto o la adquisición de una virtud no se logra a base de violentos esfuerzos, con rigidez y disciplina dañina, sino a base de esfuerzo, humildad, confianza en Dios, de pedir gracias, de una mayor docilidad. 
Uno de los grandes obstáculos que impiden el desarrollo de la paciencia, es, curiosamente, la impaciencia de esperar resultados a corto plazo, sin detenerse a considerar las posibilidades reales de éxito, el tiempo y esfuerzo requeridos para alcanzar el fin.

PACIENCIA con quienes nos relacionamos, sobre todo si, hemos de ayudarles en su formación, en su enfermedad... Hay que contar con los defectos de las personas que tratamos -muchas veces están luchando con empeño por superarlos-, quizá con su mal genio, con faltas de educación, suspicacias... que, sobre todo cuando se repiten con frecuencia, podrían hacernos faltar a la caridad, romper la convivencia o hacer ineficaz nuestro interés en socorrerles. 
No debemos olvidar que la madurez se da con el tiempo, la experiencia y la formación. La paciencia debe llevarnos a enseñar la manera de hacer las cosas; al ofuscarnos, los resultados suelen ser totalmente contrarios a nuestros deseos.
Todo supone un proceso, en esto no hay magia, no es de un día para otro.

PACIENCIA con aquellos acontecimientos que llegan: la enfermedad, la pobreza, el excesivo calor o frío.... los diversos infortunios que se presentan en un día corriente: el teléfono que no funciona o no deja de comunicar, el excesivo tráfico que nos hace llegar tarde a una cita importante, el olvido del material de trabajo, una visita que se presenta en el momento menos oportuno... las llegadas tardes.
Son las adversidades, quizá no muy trascendentales, que nos llevan a reaccionar tal vez con falta de paz. Nada ganamos con la desesperación, antes de reaccionar debemos darnos tiempo para escuchar, razonar y actuar o emitir nuestra opinión. Ahí nos espera el Señor, ahí se ven los dirigentes, los lideres.
En esos pequeños sucesos se ha de poner la paciencia, manifestación del ánimo fuerte de un cristiano que ha aprendido a santificar todas las menudas incidencias de un día cualquiera.

“La paciencia no es pasividad ante el sufrimiento, no reaccionar ante los hechos de la vida o un simple aguantarse lo que nos toca: es fortaleza para aceptar con serenidad lo que somos, lo que provocamos en el otro y en nosotros mismos con nuestra manera negativa de ser. 

Es fortaleza para construir en nosotros el Hombre Nuevo, el Dirigente o Líder Nuevo en Cristo.”

SANTOS O PECADORES - Los Padres de la Iglesia creían que cada uno de nosotros tiene dos almas: una grande y otra pequeña...

Después de todo, ¿qué somos, santos o pecadores? ¿Qué es lo más profundo que hay en nuestro interior, la bondad o el egoísmo? ¿O somos dualistas con dos principios innatos dentro de nosotros, uno bueno y otro malo, cada uno en perpetua dualidad con el otro?

Sin duda, a nivel de experiencia, somos conscientes de un conflicto. Dentro de nosotros hay un santo que quiere reflejar la grandeza de la vida, aun cuando hay también dentro de nosotros algún otro que se empeña en caminar por un sendero más tortuoso. 

Me encanta la honradez de Henri Nouwen cuando describe este conflicto de su propia vida: “Quiero ser un gran santo -confesó una vez- pero me resisto a privarme de todas las sensaciones que experimentan los pecadores”. Es por esta bipolar tensión de nuestro interior por lo que encontramos tan duro esclarecer opciones morales. Queremos las cosas correctas, pero no menos muchas de las censurables. 
Cada elección supone una renuncia, y así la lucha entre el santo y el pecador que llevamos dentro lo manifiesta con frecuencia en nuestra incapacidad para llevar a cabo opciones difíciles.
Pero no sentimos esta tensión solo en nuestra lucha por esclarecer decisiones morales; lo sentimos diariamente en nuestras espontáneas reacciones a situaciones que nos afectan adversamente. Dicho simplemente: cada vez que otros nos influyen de forma negativa, estamos bandeándonos entre ser mezquinos y bondadosos, rencorosos e indulgentes.

Por ejemplo, todos nosotros hemos tenido esta clase de experiencia. Estamos en el trabajo y en un buen estado emocional, teniendo pensamientos de paz y compañerismo, fomentando sentimientos de colaboración, sin desear mal a nadie, cuando de pronto un compañero de trabajo entra y, sin ninguna razón, nos ofende o insulta de alguna manera. En un instante, todo nuestro mundo interior se revuelve: una puerta se cierra de golpe y nosotros empezamos a sentir frialdad y rencor, pensando cualquier cosa menos piropos, mientras manifiestamente nos volvemos otras personas: pasando de ser amables a avivar rencor, de ser santos a fomentar sentimientos de venganza.

¿Cuál es nuestra verdadera persona? ¿Qué somos en realidad, santos con un gran corazón, o mezquinos y rencorosos? Al parecer, somos ambas cosas: santos y pecadores, puesto que la bondad y el orgullo corren por nosotros.
Curiosamente, no siempre reaccionamos del mismo modo. A veces, ante un desaire, insulto o incluso ataque o injusticia, reaccionamos con paciencia, comprensión y disculpa. ¿Por qué? ¿Qué es lo que cambia la química? ¿Por qué a veces respondemos a una mezquindad con un gran corazón, y otras con encono? Después de todo, no sabemos la razón; eso es parte del misterio de la libertad humana. Ciertos factores, desde luego, actúan dentro; por ejemplo, si nos hallamos en un buen espacio interior cuando somos ignorados, desairados o tratados groseramente, estamos más dispuestos a reaccionar con paciencia y comprensión, con un gran corazón. Por el contrario, si nos sentimos cansados, tensos y faltos de amor y estima, estamos más prontos a reaccionar negativamente, y devolvemos rencor por rencor.
Pero, sea como sea, en definitiva, en todo esto actúan realidades más profundas, más allá de nuestro bienestar emocional de un día determinado. Nuestra reacción ante una situación determinada, con simpatía o con rencor, depende de algo más. 

Los Padres de la Iglesia tenían un concepto y un nombre para esto. Ellos creían que cada uno de nosotros tiene dos almas: una grande y otra pequeña; y la manera como reaccionamos a cualquier situación depende mayormente de con qué alma pensamos y actuamos en ese momento. 

Así que, si recibo un insulto o una injuria con mi alma grande, me encuentro más dispuesto a tomarlo con paciencia, comprensión y perdón. Por el contrario, si recibo un insulto o daño cuando está actuando mi alma pequeña, estoy más pronto a responder con mezquindad, frialdad y rencor. 

Y, para los Padres de la Iglesia, ambas almas están dentro de nosotros y son reales; así que somos de gran corazón a la vez que mezquinos; somos santos a la vez que pecadores.
Pero debemos tener cuidado para no entender esto dualísticamente. Afirmando que tenemos dos almas, una grande y otra pequeña, los Padres de la Iglesia no están enseñando una variación de un viejo dualismo, a saber, que hay dentro de nosotros dos principios innatos, uno bueno y otro malo, luchando constantemente por controlar nuestros corazones y almas. Esa clase de lucha entra de hecho en nosotros, pero no se da entre dos principios separados.
El santo y el pecador que hay dentro de nosotros no son dos entidades separadas. Más bien sucede que el santo que hay en nosotros, el alma grande, es no solo nuestra verdadera identidad sino nuestra única identidad. 

El pecador que hay dentro de nosotros, el alma pequeña, no es una persona separada o una fuerza moral separada que libra perpetua lucha con el santo; es simplemente la parte dañada del santo, esa parte del santo que ha sido maldita y nunca bendecida propiamente.
Nuestra dañada identidad no debería ser demonizada ni maldecida de nuevo; más bien necesita ser amparada y bendecida. Entonces dejará de ser mezquina y rencorosa ante cualquier adversidad.
Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano) - Jueves 24 de Octubre del 2013

ANDANDO - Es un tiempo lindo de movimientos nuevos, aunque parezcan antiguos y conocidos.

Me gusta percibirme en movimiento, siento que dice de mí, que SOY en movimiento. 

A veces experimento cansancios, aburrimientos, ciertas temporadas de hastío que me desdibujan, tiempos en los que siento que me pierdo un poco, en que no soy del todo yo.



No nací para la espera inmóvil al borde del camino. Me gusta la vida fluyendo, incluso dando pasos errados.
Así y todo, hay tiempos en donde me descubro casi girando en el mismo lugar; tiempos mal centrados, demasiado sobre mí, pierdo horizonte, ritmo, entusiasmo, deseo. 
No reniego de esas temporadas, son justamente las que, por contraste, me devuelven la ilusión de caminante y la mirada más abierta, el corazón más desapegado y menos pesar en los riesgos que asumo, el sentir con los otros que van saliendo al paso o que yo misma encuentro en mi andar.
Es un tiempo lindo de movimientos nuevos, aunque parezcan antiguos y conocidos. Es un tiempo que entusiasma, de sacar fuera, de airear las percepciones, de darle brillo a lo cotidiano, de regalarle energía a aquello que me alimenta también.
Es un tiempo para asentar algunos aprendizajes, lo sé. Un tiempo para agradecer pase lo que pase, mientras va pasando. Un tiempo para tender manos, puentes y palabras. Un tiempo para no perder el tiempo. Un tiempo para agradecer los encuentros que nos alegran y sacan del encierro, y un tiempo también para despedir y liberar; y entender que los caminos se seguirán abriendo hacia adelante: siempre.
No voy a detenerme a ver pasar las horas, a ver pasar la vida, la historia, la posibilidad,ni a calcular cuánto he perdido ni cómo hubieran sido las cosas si... -y hacer listas con eso- No soy así. No quiero enredarme en esas cosas.
No es esa la espera-esperanza que yo quiero. Ojalá quiera ser siempre esperanza que construye mientras espera, que está en ese movimiento mientras tanto.
Analía Damboriana.

SILENCIOS – “A veces es puente hacia el Otro, en forma de oración. Es una distancia necesaria con los otros para poner las cosas en perspectiva.

Prueba a hacer silencio. Silencio total. Absoluto. Verás que no es fácil. Aunque te aísles, y apagues la radio, o la televisión, o te alejes del móvil, siempre se cuela algún sonido. 
En nada empezarás a oír ruidos. Voces lejanas, el tráfico en la calle, el sonido de algún aparato que está cerca –la compu, o la calefacción, o las cañerías–. 
El aviso de un wassap. Un teléfono. Todo suena. De hecho, es posible que el silencio prolongado te agobie. No estamos acostumbrados. 
Pero hace falta, en algún momento, parar y dejar que el pensamiento vague a su ritmo, que las voces de dentro tengan su lugar y las de fuera se acallen. Lo que pasa es que no todo silencio es igual. Y de ahí la necesidad de separarlos.

SILENCIO OPRESIVO - «Vivo sin paz, sin calma, en continuo sobresalto» (Job 3, 26)
Hay un tipo de silencio deshabitado, vacío, solitario. Generalmente, duele o inquieta. Es el silencio de las tardes sin plan, de las llamadas que no terminan de llegar, de las palabras añoradas. 
Es el silencio de la oración que no encuentra eco más allá de los propios pensamientos. O el que se impone a cualquier ruido con un pesado manto de apatía. Cuando eso ocurre, y ocurre a veces, uno lo cuestiona todo y el estado de ánimo se te pone sombrío. Piensas en soledad, fracaso, sinsentido… 
Pero es mentira. Es tan solo que te has vuelto un poco sordo a las voces que siguen ahí. Por eso no deberías creértelo del todo.
¿Alguna vez te sientes así?
¿Cómo luchas contra eso?

SILENCIO HABITADO - «El efecto de la justicia será la paz, la función de la justicia, calma y tranquilidad perpetuas» (Is 32, 17)
Hay otro tipo de silencio poblado. Es más tranquilo. Es un silencio del que uno se adueña. Se acallan los ruidos que interrumpen, y se deja que resuenen, con calma, voces o memorias, palabras o sonidos que te invitan a pensar, a evocar, a amar. 
Es un silencio que a veces es puente hacia el Otro, en forma de oración. Es una distancia necesaria con los otros para poner las cosas en perspectiva. Es calma, o es tormenta –que de todo nos pasa por dentro en ocasiones– pero no te domina. En ocasiones es buscado. En otras llega sin prepararlo. Pero todos necesitamos momentos así.
¿Alguna vez te encuentras con espacios así?
¿Hay, en tu vida, espacios de este silencio habitado?
¿Cómo podrías buscarlos?
Pastoral universitaria jesuita.

LA VIDA SIEMPRE EN OBRAS - No puedo darle mucha importancia a mi vida, ni muy poca. La justa. Haciendo que cada día y cada hora importe.

No terminamos nunca de construir, de hacer, de inventar. Palabras, citas, amistades, proyectos, esfuerzos, preguntas… todo eso forma parte del quehacer cotidiano. 
Por el camino toca levantar paredes, abrir puertas, tirar algún que otro tabique que nos separa a unos de otros. Y así está más que bien. Algún día pararemos, si faltan las fuerzas o los motivos. Pero no ahora. 
Ahora es aún tiempo de pintar, construir, cavar, sembrar, recolectar, escribir e imaginar. Nadie debería llegar, demasiado pronto, a un punto en el que sienta que ya lo ha hecho todo. 
Hay tanto por hacer, tanto por vivir, tanto por ir descubriendo y reconociendo…

NUESTROS PEQUEÑOS GRANDES LOGROS - «Para ello trabajo y peleo, con la energía suya que actúa eficazmente en mí» (Col 1,29)
Uno piensa en los constructores de las pirámides o de grandes obras como el Taj-Majal, obras milenarias que perdurarán en la memoria de la humanidad… y al lado de eso todo parece efímero. 
Uno podría pensar que poco va a significar la propia vida. Poco mis sueños, mis desvelos, mis estudios, mis noches sin pegar ojo por las preocupaciones cotidianas. Poco mis decisiones, mis amores, mis renuncias… 
Pero no es verdad. No es poco. Es todo, a ojos de un Dios para quien, cada uno de nosotros, somos la niña de sus ojos. Mi vida, mis sueños, mis logros, mis éxitos y fracasos, todo ello importa. Aunque no siempre lo veamos. Y porque importa, merece la pena intentar que sea, de algún modo, eterno.
¿Qué puedo hacer?
¿Qué espero hacer?
¿Qué quiero hacer con mi vida?

MI PARCELA DE TIEMPO  - «Todo tiene su tiempo y sazón, todas las tareas bajo el sol» (Ecc, 3,1)
Yo no sé si es mucho o poco el tiempo de que dispongo. No sé si mis años se contarán como largos o cortos. Y así está bien.
No saber, imaginar, proyectar, pero siendo conscientes de lo limitado de nuestro tiempo. Ese es el límite. Una vida. Una. 
Y en ese límite, me toca ser artista, creador, amante, hermano, escribir páginas hermosas, encender fuego que ilumine este pedazo de mundo que mis pies caminan. 
No puedo darle mucha importancia a mi vida, ni muy poca. La justa. Haciendo que cada día y cada hora importe.

¿Y SI SALIMOS DE LA TIERRA CONOCIDA? - Y más que soñar creer. Creer que hay caminos para acercarse a ese mundo mejor. Caminos necesarios, fascinantes.

Loma Bola - San Javier - Tucumán
¿No tienes ganas, a veces, de romper un poco las fronteras cotidianas, las convenciones sólidamente arraigadas, las seguridades que forman parte del día a día?
¿No tienes ganas de cambiar los horarios, darle la vuelta a las expectativas, decir versos inesperados? 
¿No tienes ganas de zambullirte en una fe que te zarandee hasta la entraña, que le dé la vuelta a tu horizonte, que te inquiete, te llame, te fascine y te seduzca? 
¿No tienes ganas, a veces, de volar para ver...

- DEMASIADO SE DA POR SENTADO -«El Señor dijo a Abraham: Sal de tu tierra nativa y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré.» (Gen 12, 1)
La gente da por sentadas muchas cosas, muchas seguridades, muchos prejuicios: los jóvenes son superficiales; los cristianos son de derechas; los justos son de izquierdas; los viejos se quejan; los pobres son buenos; los creyentes son ingenuos o necios; los políticos son malos y corruptos; los curas tienen panza, y viven como Dios; las monjas son monjitas; los científicos son ateos; los guapos son tontos… suma y sigue.
¿No hace falta, alguna vez, zarandear tantas estupideces, tantas afirmaciones que no tienen otro fundamento que el vacío, y mirar, con audacia y valentía, el mundo de otra manera…?
¿Por qué no intentar mirar a tu mundo y a tu gente, por un día, sin dar demasiadas cosas por sentado?

- LA AUDACIA DE SOÑAR - «Después derramaré mi espíritu sobre todos: vuestros hijos e hijas profetizarán, vuestros ancianos soñarán sueños, vuestros jóvenes verán visiones.» (Joel 3, 1)
Eso sí merece la pena. Soñar en otro mundo posible. Soñar en otra vida, en otra justicia, en otra humanidad mucho más capaz de resolver sus cuitas. 
Y más que soñar creer. Creer que hay caminos para acercarse a ese mundo mejor. Caminos necesarios, fascinantes.
Caminos alternativos. Lógicas que prescinden de lo que el mundo vende como imprescindible, necesario e inevitable. Formas que arrancan del amor y la búsqueda de una verdad diferente. No puede ser de otra manera.
¿En qué sueñas vos?