EL CENTRO DE LA VIDA - Convertirse uno mismo en el centro es demasiado minúsculo. Es mejor salir y dejarse atravesar en el encuentro, en el choque, en la diversidad y la diferencia.

Yo, me, mí, conmigo. El síndrome de Juan Palomo (“Yo hago el guiso y yo me lo como”, no necesito ayuda, yo puedo, yo me sano, yo me sostengo…) es bastante contemporáneo. Después de todo, ¿no se me invita a instaurar, al menos de puertas para adentro, la república independiente de mi vida? 
Cuando hacemos un mapa tendemos a poner nuestro país en el centro. Es normal. Parece que la vida arranca de uno mismo, y luego, en círculos concéntricos, van entrando los otros. 
Mis padres, mis hermanos, mis amigos, mis amores, conocidos, desconocidos que pasan por mis días. E incluso oigo hablar de desconocidos a quienes no conozco… 
Pero, en el centro, yo y mis circunstancias, mi trabajo o mis estudios, mis días buenos y los que estoy de malas. Mis problemas e ilusiones. ¡No hay forma! La vida así es demasiado raquítica.

- EL EGOCENTRISMO - “Se puso muy triste, porque tenía muchos bienes.” (Mt 19, 22)
Vivir curvado sobre uno mismo no es demasiado recomendable. Al final pierdes horizonte, perspectiva y realidad. 
Todo lo propio se vuelve urgente, y ante lo ajeno te vuelves indiferente. Pero la verdad es que la vida está hecha también de otras historias, de cosas que les pasan a los demás. De sus alegrías y sus dramas. De sus proyectos y sus amores. Y Vivir, así, en mayúsculas, es ir tendiendo redes con esos otros, sintiéndose parte de algo mayor, sabiéndose vinculado a esas otras historias. De otro modo, un ego enorme puede hacerte ciego a los otros. Y ese es el camino seguro a la soledad más vital.
¿Hay momentos en que te descubras así, curvado sobre ti mismo? ¿Cuándo ocurre?

- EN EL CENTRO, DIOS, Y LOS OTROS – “Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte, mi refugio.” (2Sm 22, 3)
¿A que parece una locura? Descentrarse. Pero no lo es. Locura es lo contrario. Hacer que todo pivote tan en torno a uno que te quedes como ensimismado. 
De hecho, ¿no es verdad que las mayores preocupaciones, emociones, y lo que de verdad nos apasiona y alegra en la vida, tiene que ver con esos otros, y con el Dios que le pone sentido a todo? Es ahí donde se juega el amor, las mayores ilusiones, lo que nos quita el sueño o lo que nos eleva al cielo. 
Convertirse uno mismo en el centro es demasiado minúsculo. Es mejor salir. Salir y dejarse bandear en el encuentro, en el choque, en la diversidad y la diferencia, en las preguntas que uno mismo no sabe responder.
Piensa, ¿a quién o qué querrías poner en el centro de tu vida?