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Mario, María del Valle y Yoni Mendoza -El Nogalito |
La gente anda errante por la vida buscando algo que le sirva para echarle un poco de sentido a su vida. Vive buscando cómo satisfacer su necesidad de llenar vacíos, de completar deseos, de solucionar los apetitos que nunca terminan.
El Adviento es la espera de algo cierto, de un mesías glorioso que tiene una promesa para nosotros. Estamos esperando que algo se complete en esta vida. Pero no es algo, es Alguien que hace que suceda algo. Algo grande y maravilloso.
Es la espera de alguien que viviremos buscando, y seguiremos insatisfechos hasta no encontrarnos perfectamente con él. Es una realidad absoluta que nos sostiene a todos y en la que solo encontramos paz. Él es nuestro Dios, que se presenta en su Hijo Jesús. Dios no es cualquier cosa, u otra cosa o una cosa más. Nuestro Dios no es un eslogan, no es una frase posteada en Facebook, ni tampoco una ideología de la cual valerse. Dios es mucho más que eso, es mucho más que todo.
El tiempo de Adviento viene a decirnos que hay una esperanza mayor que completará la nuestra. Viene a abrirnos los ojos para que nos encontremos con una realidad eterna a la cual no estamos acostumbrados a pensar. El misterio de lo eterno nos pone en la encrucijada de nuestro propio “yo” que quiere eternizarse, pero para sí mismo. El eterno de Dios no es para la vanidad o la autosuficiencia. El eterno de Dios es la feliz novedad del ser plenamente con él y en él.
En el Adviento, esperamos que venga un niño, pero no es cualquier niño. Es el mismo Jesús, que no viene a darnos solo sentimientos superficiales de ternura, sino que, además, nos impulsa a ser hombres y mujeres nuevos.
Es verdad, nos faltan muchas cosas y siempre nos faltarán, pero, para ser feliz, no hacen falta demasiadas. El Adviento, quizá, nos puede ayudar a entender que, en la vida del cristiano, nuestra esperanza esta puesta solo en él.
Este mundo, nuestro mundo nos ha enseñado a depositar nuestra confianza en el mercado. El Adviento nos invita a poner nuestra vida en manos de Dios. Como María: “He aquí la esclava del Señor” Como José, obediente al plan de Dios y laborioso padre adoptivo para buscar el bien del Hijo de Dios. Como María y José, que dieron lugar al nacimiento más bello de la historia de la humanidad en un pobre establo. Este Adviento nos induce a decir: “En ti, Señor, hemos puesto nuestra fe y nuestra esperanza”.
El Adviento es camino hacia la esperanza o, mejor dicho, es la esperanza misma. La espera es siempre de los pobres. Los ricos y los poderosos nunca admiten que se los haga esperar, que formen filas, que sientan que no son los privilegiados. La familia santa de Nazaret supo lo que es la espera y también el rechazo. Qué buen tiempo para saborear la espera y entender el dolor de los rechazados.
Los que tienen mucho no saben esperar porque creen que todo se hace con plata. Los que tienen poco saben esperar porque de la limosna del rico, que siempre se hace rogar, cada tanto reciben un poco de lo mucho que necesitan. La misma espera de justicia de tantas madres del dolor, la misma espera de un poco de agua de los pobres más “pobres” de Formosa, la misma espera que se hace eterna y que nunca parece llegar.
Los que tienen mucho no saben esperar porque creen que todo se hace con plata. Los que tienen poco saben esperar porque de la limosna del rico, que siempre se hace rogar, cada tanto reciben un poco de lo mucho que necesitan. La misma espera de justicia de tantas madres del dolor, la misma espera de un poco de agua de los pobres más “pobres” de Formosa, la misma espera que se hace eterna y que nunca parece llegar.
Buen tiempo de Adviento para ir hasta los pobres, no nos quedemos en las compras navideñas. De ellas no sacamos vida eterna. De la única soga que nos podemos prender para llegar al cielo es de la mano de los pobres.
Algunos piensan cómo pasar bien la navidad, algunos piensan cuánto invertir, cuánto gastar. Mientras tanto, hay miles que piensan en el día a día. El 24 a la tarde serán pocos los invitados a la gran fiesta de los ricos y poderosos, y muchos los que tendrán que hacer largas colas para recibir un pan dulce barato y un poquito más de desprecio del enfermizo poder populista.
El Adviento o nos lleva a pensar en los demás o nos aleja más de los preferidos de Dios. Cuántas compras haremos vacíos de espiritualidad y llenos de nosotros mismos. Cuántas bolsas de “shopping” llenaremos con nuestro vacío de Dios. Cuántas luces colocaremos para tapar nuestra oscuridad y esperar a ese Jesús pobre y olvidado. No es más triste el Viernes Santo que la Navidad del egoísmo y la vanidad. No es más triste el Día de los Difuntos que la Navidad de lujos y ruidos que ocultan el silencio de los abandonados.
El Adviento o nos lleva a pensar en los demás o nos aleja más de los preferidos de Dios. Cuántas compras haremos vacíos de espiritualidad y llenos de nosotros mismos. Cuántas bolsas de “shopping” llenaremos con nuestro vacío de Dios. Cuántas luces colocaremos para tapar nuestra oscuridad y esperar a ese Jesús pobre y olvidado. No es más triste el Viernes Santo que la Navidad del egoísmo y la vanidad. No es más triste el Día de los Difuntos que la Navidad de lujos y ruidos que ocultan el silencio de los abandonados.
El Adviento nos llama a construir un mundo más justo, pero en casa, en el barrio, en la propia vereda. De nada sirve el Adviento si no salimos de nuestros caparazones duros e impermeables a la solidaridad y el perdón.
La corona de Adviento no solo debe ser una vela encendida, sino también un corazón que arde por los más necesitados, de lo contrario, todo será como siempre: puro cotillón y relleno.
Autor: Germán Díaz - Religioso Salesiano. Lic. en Comunicación Social - germansdb@gmail.com