Ahora que se acerca el carnaval, y que tal vez yo mismo en estos días me disfrazaré, puedo dedicar este rato de oración a entender cómo la vida, la vida real, va más allá de las máscaras o de los fingimientos…
Que los disfraces están bien para un día, para jugar, por un rato a ser quien no soy, pero que lo importante, luego, en el día a día, es ir aprendiendo a quitarse las caretas y ofrecer, a Dios y a los otros, nuestra verdad frágil y desnuda…
DISFRAZARSE - “Guárdense de los falsos profetas que se acercan disfrazados de ovejas y por dentro son lobos rapaces”. (Mt 7,15)
El disfraz tiene algo de protección. Se convierte en un muro. Una barrera. Una fachada que yo adorno como quiero. Por un rato puedo ser príncipe o pirata, monstruo o ángel, puedo ser cualquier personaje. También a veces en la vida me puedo poner máscaras. Para evitar conflictos.
Para no tener que dar explicaciones. Para dar una imagen… No es con malicia, tal vez es comodidad. Y camuflo el miedo de enfado. La inseguridad de ironía. La pereza de indiferencia. O me pongo una capa de compromiso, un sombrero de fe, una túnica de buen rollo y una máscara de perfección… sin estar muy seguro de cuánto de eso es real.
Señor, lucidez para no confundir el disfraz con la vida…
VESTIRSE – “Por tanto, como elegidos de Dios, consagrados y amados, revestíos de compasión entrañable, amabilidad, humildad, modestia, paciencia” (Col 3,12)
Sin embargo, también está la ropa que llevamos habitualmente, la de cada día, la que gastamos en el bregar diario, las que se deshilacha, o se gasta, o se ensucia.
La que la gente identifica con nosotros, porque están acostumbrados a vernos así vestidos. La que cubre nuestro frío.
Esa es un poco más real. Y, más allá de la tela, está también ese otro vestirse más auténtico: Es no ocultarse, ni enmascararse. Es mostrar la propia verdad, los puntos fuertes y también los débiles; las capacidades, y las manías; tomar la propia vida con humor, y dejar que otros compartan lo que soy.
Es no tener miedo de ser uno mismo, mostrar –y llevar por bandera- los valores que uno tiene, y abrigarse del sin sentido con metas que merezcan la pena.
AL FINAL EL AMOR, SIN MASCARAS - “Entonces entenderéis la verdad, y la verdad os hará libres” (Jn 8,32)
Esto es lo que tú me dices. Que aunque puede haber en mi vida momentos de carnaval o de ficción, y otros de verdad desnuda, hay algunas cosas que no deberían caer del lado del disfraz: la amistad, los miedos, los anhelos más profundos –esos que definen hacia dónde ir; y, sobre todo, el amor que lo engloba todo.
Eso es lo que te pido hoy, Señor. Que me enseñes a amar sin trampa ni cartón. A poner el corazón a tiro. A aprender de ti. Que no se trata de ser imitador, sino discípulo.
No se trata de jugar al evangelio, sino de zambullirme en él. Enséñame, Señor, a construir desde lo real, desde lo auténtico, desde esa verdad tuya…
Pastoral Universitaria Jesuita.