
La
primera vez que entre al Instituto Roca lo hice con Tony, que se reía de verme
tan asustada. Nos metimos en un arresto a charlar con Maxi, un rubio de ojos
verdes al que le decían, ocasionalmente, “rubio”. En la calle todos tienen
apodos. Recuerdo que tenía ganas de llorar, porque tenía miedo y me daba pena
sentir el frio que hacía y ellos ahí, con un plástico rotoso tapando las rejas
para engañar al viento helado. Esa fue mi bienvenida a este mundo. Ese fue el
día en que nací a esta vida, el día que Cristo abrió mis ojos y me saco la
venda con la cual había vivido 19 años. Ya hacen cuatro años y pico de eso.
Benditos cuatro años.
Yo
creo que algo que define a Filemón es “andar con el corazón en la mano”.
Todos estos años de perseverar en Palestra y en mi comunidad a la que amo, me
han hecho abrir los ojos y el corazón de una manera descomunal. En la comunidad
aprendí a perderle el miedo a ese niño que iba a apostolar, a ese al que antes
le tenía recelo, lo rechazaba, hasta lo detestaba. Cristo, en su inmensa
sabiduría, me ha hecho chocar de frente con estos presos, estas prostitutas,
estos drogadictos, estas niñas abusadas, estos niños abandonados, estos
asesinos, violadores, chorros. Estos pedazos de amor tras las rejas. Me ha
hecho chocar contra esa realidad y darme cuenta lo amada que me podría llegar a
sentir, lo aburrida que podría haber sido mi vida sin ellos, lo vacía que
estaría sin mis sábados cargados de esa adrenalina, santa adrenalina de ir a apostolar.
Aunque ahora vaya menos que en mis inicios, sigo sintiendo, gracias a Dios, lo
mismo.
El
Filemón siempre se ha caracterizado por ser de una manera diferente. Lo sentí
desde el primer día, y así lo vivo. Nosotros, como comunidad, tratamos de salvar
la mayor cantidad de almas para Dios. Año a año hacemos los PM, donde sentimos
la inmensa dicha y felicidad de meternos en las villas a buscar palancas,
conocer la familia de los chicos y chicas, ver cómo viven, de donde vienen para
poder adivinar hacia donde van. Lo digo con la mano en el corazón: amamos eso.
Cada PM de File reafirma una fe viva que tenemos en los “pollos”, como le
decimos al apostolado. Reafirma el llamado y carisma que nos hace ser
filemones, que nos hace amar este estilo de vida. Es imposible para mi dar un
testimonio en concreto de lo que vivo en File, de lo que viví estos años.
Pienso en cada chico y chica a la que apostolamos, en sus vidas, en sus
dolores, en sus anhelos, en los sueños que tienen y que capaz que no se
cumplan, capaz que sí. Pienso en todo lo que ha obrado Dios en mi corazón a
través de ellos, en cómo me voy tratando de santificar por medio de ellos, en
como los amo y en cómo voy a tener siempre este carisma que me hace ser
Filemona acá, en Brasil o en la China. Filemón es eso. Es vivir con el corazón
en la mano, entregando lo que somos y lo que tratamos de ser. Es amar a ese
excluido y discriminado por la sociedad. Es ese cruzarse a la orilla opuesta
del rio para estar lado a lado con el Cristo de la calle. Es una sensación que
antes no la había sentido, amar así a algo tan diferente, a pesar de los
obstáculos, de las decepciones, de las lágrimas, de los dolores, de verlos
sufrir, de sufrir nosotros con ellos. A pesar de todo, sigo eligiendo y siempre
elegiría esta comunidad, porque hay algo más grande que nos une, algo que nos
hace laburar como negros cuando hay que hacerlo, gritarnos cuando no nos
ponemos de acuerdo, ser frontales y poco caritativos. Hay algo que hace que
nada de eso nos importe, y es ese Cristo preso y abandonado, que nos ha salvado
la vida y nos ha rescatado a cada miembro de la comunidad de la maldición de
vivir a los ojos de lo socialmente “aceptado”. Les dejo una oración que me la
hizo conocer la Sarabia, es del Padre Mugica, un curita villero, y en esta
oración se resume a la perfección lo que siento por File, lo que todos
sentimos:
"Señor,
perdóname por haberme acostumbrado a ver que los chicos, que parecen tener ocho
años; tengan trece;
Señor, perdóname por haberme acostumbrado a chapotear por el barro; yo me puedo
ir, ellos no:
Señor, perdóname por haberme aprendido a soportar el olor de las aguas servidas
de las que me puedo ir y ellos no;
Señor, perdóname por encender la luz y olvidarme de que ellos no pueden
hacerlo;
Señor, yo puedo hacer huelga de hambre y ellos no: porque nadie hace huelga con
su hambre;
Señor, perdóname por decirles no solo del pan vive el hombre, y no luchar con
todo para que rescaten su pan;
Señor, quiero quererlos por ellos y no por mí. Ayúdame.
Señor, sueño con morir por ellos: ayúdame a vivir para ellos.
Señor, quiero estar con ellos a la hora de la luz. Ayúdame” Amén
Señor, mantén siempre vivo nuestro carisma Filemón,
para que cuando nos vean, Te vean.
Josefina
Sidán – PM 77 – Comunidad Filemón.