- CUANDO ESTÁS HECHO PEDAZOS...

Cuando estás hecho pedazos…

…no pasa nada. O, mejor dicho, no es el fin del mundo. Puede ser por muchos motivos: un conflicto, algún fracaso, el exceso de trabajo, el amor o el desamor, los exámenes que parecen abocarte a un túnel, la búsqueda de horizontes cuando todo te parece anodino…

Hay tantas razones para estar fastidiado a veces… Ahora bien, en la vida hay un reto. No venirte abajo cuando se te tuerce un poco la existencia.

No creer que es el fin del mundo. No caer en espirales de desaliento en las que parece que se tambalea tu vida.

“Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo: Su tiempo el nacer, y su tiempo el morir; su tiempo el plantar, y su tiempo el arrancar lo plantado, su tiempo el matar y su tiempo el sanar”

Y eso la hace hermosa. Hay días –o épocas- en que todo marcha bien. Y hay otras temporadas mucho más áridas, en las que parece que no puedo más.

Entonces me parece inevitable desmoronarme, venirme abajo, lamentarme con llanto triste. Pero, ¿no es vivir reconocer que los momentos buenos no están garantizados, ni los malos tienen la última palabra? ¿No hay que perseguir aquello que amas, sabiendo que a veces el camino no es fácil? ¿No hay algo profundamente liberador en aceptar lo que venga y luchar sin certidumbres por aquello que siento que merece la pena?

Bienvenidos sean los contrastes.

¿Qué pasa con Dios en esos momentos de ahogo, de agobio o de tristeza?

Parece más claro que Dios me acompaña cuando la vida me sonríe. Entonces entiendo que Dios me cuida. Pero, ¿y cuándo estoy fastidiado? ¿Cuándo pierdo pie en la vida? Hay veces en que es casi imposible sentirle. Ni siquiera encuentro la paz suficiente para buscarle.

En esos momentos quiero protestar, gritar, quejarme o reclamarle porque me parece que no está siendo tan infinitamente tierno ni protector como “prometió”.

Entonces la oración se vuelve lamento o reproche. Pero voy aprendiendo a reconocer que ahí, en la tormenta, también me sigue cuidando. Que Dios no es un Dios blandito para vidas mullidas, sino un Dios encarnado para vidas humanas, un Dios volcado en sus hijos frágiles.

Que me hace fuerte en la debilidad, que a veces me alivia en rostros amigos, en bromas familiares o me da la esperanza suficiente para ir tirando –que no es poco.