- COMENSALIDAD. Reservar tiempos para la mesa en su sentido pleno y la conversación libre y desinteresada.

Comensalidad significa comer y beber juntos alrededor de la misma mesa. Esta es esta una de las referencias más ancestrales de la familiaridad humana, pues en ella se hacen y se rehacen continuamente las relaciones que sostienen la familia.
La mesa, antes que a un mueble, remite a una experiencia existencial y a un rito. Es el lugar privilegiado de la familia, de la comunión y de la hermandad.
En ella se comparte el alimento y con él se comunica la alegría de encontrarse, el bienestar sin disimulos, la comunión directa con comentarios sin ceremonia de los hechos cotidianos, en opiniones sin censura de acontecimientos de la crónica local, nacional e internacional.
Los alimentos son algo más que cosas materiales. Son sacramentos de encuentro y de comunión. El alimento es apreciado y es objeto de comentarios. La mayor alegría de la madre o de quien cocina es notar la satisfacción de los comensales.
Debemos reconocer que la mesa es también lugar de tensiones y de conflictos familiares, donde las cosas se discuten abiertamente, se explicitan las diferencias y establecerse acuerdos, donde existen silencios perturbadores que revelan todo un malestar colectivo.
La cultura contemporánea en función del trabajo y de la productividad, ha debilitado la referencia simbólica de la mesa.
Ésta ha quedado reservada para los domingos, fiestas o aniversarios, cuando los familiares y amigos se encuentran.
Pero, ha dejado de ser el punto de convergencia permanente de la familia. La mesa familiar ha sido sustituida por la comida rápida que sólo hace posible la nutrición pero no la comensalidad.
La comensalidad es tan central que está ligada a la esencia del ser humano en cuanto humano. Hace siete millones de años habría comenzado la separación lenta y progresiva entre los simios superiores y los humanos, a partir de un ancestro común.
La especificidad del ser humano surgió de forma misteriosa y de difícil reconstrucción histórica. Sin embargo, etnobiólogos y arqueólogos llaman nuestra atención sobre un hecho singular: cuando nuestros antepasados antropoides salían a recolectar frutos, semillas, caza y peces no comían individualmente lo que conseguían reunir.
Tomaban los alimentos y los llevaban al grupo. Y ahí praticaban la comensalidad: distribuían los alimentos entre ellos y los comían grupal y comunitariamente.

Por lo tanto, la comensalidad, que supone la solidaridad y la cooperación de unos con otros, permitió el primer salto de la animalidad en dirección a la humanidad.
Fue sólo un primerísimo paso, pero decisivo, porque le cupo inaugurar la característica básica de la especie humana, diferente de otras especies complejas (entre los chimpancés y nosotros hay solamente un 1,6% de diferencia genética): la comensalidad, la solidaridad y la cooperación en el acto de comer. Y esa pequeña diferencia hace toda una diferencia.
Esa comensalidad que ayer nos hizo humanos, continúa hoy haciéndonos de nuevo humanos siempre.
Por eso, importa reservar tiempos para la mesa en su sentido pleno de la comensalidad y de la conversación libre y desinteresada.
Ella es una de las fuentes permanentes de renovación de la humanidad hoy globalmente anémica.