La tierra, ¿quién la cuida? De los países a los que emigraron llegan las golondrinas comunes, negras azuladas por encima y blancas por debajo. Son de allí y son de aquí, y nadie les ha pedido documentos al atravesar fronteras. ¡Son bienvenidas! ¿Quién las cuida?
El día de Pascua, en el desayuno, una amiga nos contó una historia familiar. Días antes, ella contaba a su hija pequeña la historia de Jesús, o del buen Dios que nos cuida, y de cómo las malas gentes o las malas leyes lo mataron en una cruz, y de cómo resucitó a los tres días.
“¿A los tres días? -le interrumpió su hija pequeña, consternada-.
Y en esos días, ¿quién nos cuidó?”.
Nos gustó tanto la pregunta, que no le dimos tiempo para decirnos cómo la había respondido. Parece más interesante la pregunta de su hija que todas nuestras respuestas.
Provoca, sugiere, revela. El secreto de la buena teología consiste en hacer buenas preguntas. Y son buenas preguntas aquellas que inspiran y excitan, abren horizontes y nunca se dejan responder del todo.
Dios es “El que cuida” o “La que cuida”. Cuando Jesús veía lirios en el campo, admiraba su belleza, sentía con emoción que Dios las cuidaba.
“Dios los cuida”, enseñaba Jesús. Y lo mismo cuando veía volar a las golondrinas que unos meses después migrarían a estas tierras nuestras que son de todos. “Dios las cuida, y a ustedes también. No teman”.
Sí, pero ¿quién cuidó a Jesús en su cruz? ¡Cómo nos inquieta esta pregunta! Y cuando murió, ¿quién lo cuidó durante tres largos días?
“Tres días”, es decir, todo el tiempo que duran todas las cruces y todas las muertes. ¿Es que ya no nos cuida Dios como a los lirios y a los pájaros? Pero los lirios mueren, y los pájaros de frío y de hambre.
También Jesús murió, el profeta de la bondad, como tantos profetas y tantas profetisas de siempre. ¿Dejó Dios de cuidar a Jesús cuando gritaba en la cruz y cuando le sepultaron en una tumba o le arrojaron a una fosa?
Una antiquísima tradición dice que Jesús, una vez muerto, “descendió a los infiernos”, lugar de los muertos o lugar de los condenados. En su origen significa simplemente “Jesús murió”.
Pero la cruz y la muerte no son tan simples. ¿Dónde está el Dios que cuida? ¿Dónde puede estar, sino con Jesús crucificado, con Jesús muerto, y con todos los muertos y con todos los condenados?
Ésa es su manera de cuidarnos, y ésa es nuestra confianza en todos nuestros valles oscuros. Dios no es la “Providencia” lejana y fría que todo lo rige como “desde arriba”.
Dios no es la “Providencia” que hunde y salva a quien quiere. Dios es la compañía, la presencia, la cercanía universal.
Cuando gozamos, goza en nosotros. Cuando sufrimos, sufre en nosotros, y así nos consuela. Cuando morimos, muere con nosotros, y así nos resucita como a Jesús. Y durante “los tres días” que dura el dolor y la muerte de Jesús y de todas las criaturas, Dios está con nosotros y suavemente nos besa la frente.
Así nos cuida Dios, así nos cuidó Jesús en su cruz y en su fosa, y descendió a nuestro infierno y nos tomó de la mano a todos los hijos de Adán y de Eva, inmigrantes sin tierra, y a los lirios del campo y a todos los animales vagabundos.
Y no puede cuidarnos de otra forma.
Y también Él necesita ser cuidado. ¿Quién cuidará a Dios mientras duren los “tres días”? Vienen a la memoria la escena y la oración conmovedoras de Etty Hillesum, que en medio de un infierno de desamparo cuidaba a la pobre gente destinada al infierno de Auschwitz, a donde también ella estaba destinada, cuando rezaba a Dios:
“¡Dios! Tú no puedes cuidarnos. Yo te cuidaré. Y será la mejor manera de cuidarme”.
Amigos/as, cuídense como Dios te cuida, o procura al menos respirar en paz.
Cuida al otro como Dios lo cuida, o alivia un poco al menos su dolor.
Cuida a Dios en todos los seres, o haz lo que puedas.
Cuando cuidamos a Dios, Dios nos cuida, y pasan los tres días cada día y es Pascua florida.
¡Que tengas la paz de Jesús!
El día de Pascua, en el desayuno, una amiga nos contó una historia familiar. Días antes, ella contaba a su hija pequeña la historia de Jesús, o del buen Dios que nos cuida, y de cómo las malas gentes o las malas leyes lo mataron en una cruz, y de cómo resucitó a los tres días.
“¿A los tres días? -le interrumpió su hija pequeña, consternada-.
Y en esos días, ¿quién nos cuidó?”.
Nos gustó tanto la pregunta, que no le dimos tiempo para decirnos cómo la había respondido. Parece más interesante la pregunta de su hija que todas nuestras respuestas.
Provoca, sugiere, revela. El secreto de la buena teología consiste en hacer buenas preguntas. Y son buenas preguntas aquellas que inspiran y excitan, abren horizontes y nunca se dejan responder del todo.
Dios es “El que cuida” o “La que cuida”. Cuando Jesús veía lirios en el campo, admiraba su belleza, sentía con emoción que Dios las cuidaba.
“Dios los cuida”, enseñaba Jesús. Y lo mismo cuando veía volar a las golondrinas que unos meses después migrarían a estas tierras nuestras que son de todos. “Dios las cuida, y a ustedes también. No teman”.
Sí, pero ¿quién cuidó a Jesús en su cruz? ¡Cómo nos inquieta esta pregunta! Y cuando murió, ¿quién lo cuidó durante tres largos días?
“Tres días”, es decir, todo el tiempo que duran todas las cruces y todas las muertes. ¿Es que ya no nos cuida Dios como a los lirios y a los pájaros? Pero los lirios mueren, y los pájaros de frío y de hambre.
También Jesús murió, el profeta de la bondad, como tantos profetas y tantas profetisas de siempre. ¿Dejó Dios de cuidar a Jesús cuando gritaba en la cruz y cuando le sepultaron en una tumba o le arrojaron a una fosa?
Una antiquísima tradición dice que Jesús, una vez muerto, “descendió a los infiernos”, lugar de los muertos o lugar de los condenados. En su origen significa simplemente “Jesús murió”.
Pero la cruz y la muerte no son tan simples. ¿Dónde está el Dios que cuida? ¿Dónde puede estar, sino con Jesús crucificado, con Jesús muerto, y con todos los muertos y con todos los condenados?
Ésa es su manera de cuidarnos, y ésa es nuestra confianza en todos nuestros valles oscuros. Dios no es la “Providencia” lejana y fría que todo lo rige como “desde arriba”.
Dios no es la “Providencia” que hunde y salva a quien quiere. Dios es la compañía, la presencia, la cercanía universal.
Cuando gozamos, goza en nosotros. Cuando sufrimos, sufre en nosotros, y así nos consuela. Cuando morimos, muere con nosotros, y así nos resucita como a Jesús. Y durante “los tres días” que dura el dolor y la muerte de Jesús y de todas las criaturas, Dios está con nosotros y suavemente nos besa la frente.
Así nos cuida Dios, así nos cuidó Jesús en su cruz y en su fosa, y descendió a nuestro infierno y nos tomó de la mano a todos los hijos de Adán y de Eva, inmigrantes sin tierra, y a los lirios del campo y a todos los animales vagabundos.
Y no puede cuidarnos de otra forma.
Y también Él necesita ser cuidado. ¿Quién cuidará a Dios mientras duren los “tres días”? Vienen a la memoria la escena y la oración conmovedoras de Etty Hillesum, que en medio de un infierno de desamparo cuidaba a la pobre gente destinada al infierno de Auschwitz, a donde también ella estaba destinada, cuando rezaba a Dios:
“¡Dios! Tú no puedes cuidarnos. Yo te cuidaré. Y será la mejor manera de cuidarme”.
Amigos/as, cuídense como Dios te cuida, o procura al menos respirar en paz.
Cuida al otro como Dios lo cuida, o alivia un poco al menos su dolor.
Cuida a Dios en todos los seres, o haz lo que puedas.
Cuando cuidamos a Dios, Dios nos cuida, y pasan los tres días cada día y es Pascua florida.
¡Que tengas la paz de Jesús!