El evangelio de Juan presenta a Jesús con imágenes originales y bellas. Quiere que sus lectores descubran que sólo él puede responder plenamente a las necesidades más fundamentales del ser humano.
Jesús es el pan de la vida: quien se alimente de él, no tendrá hambre.
Es la luz del mundo: quien le siga, no caminará en la oscuridad.
Es el buen pastor: quien escuche su voz, encontrará la vida.
Entre estas imágenes hay una, humilde y casi olvidada, que, sin embargo, encierra un contenido profundo;
Yo soy la puerta.
Así es Jesús. Una puerta abierta. Quien le sigue, cruza un umbral que conduce a un mundo nuevo: una manera nueva de entender y vivir la vida.
El evangelista lo explica con tres rasgos: “Quien entre por mí, se salvará”. La vida tiene muchas salidas. No todas llevan al éxito ni garantizan una vida plena. Quien, de alguna manera, entiende a Jesús y trata de seguirle, está entrando por la puerta acertada. No echará a perder su vida. La salvará.
El evangelista dice algo más. Quien entra por Jesús, “podrá salir y entrar”. Tiene libertad de movimientos. Entra en un espacio donde puede ser libre, pues sólo se deja guiar por el Espíritu de Jesús.
No es el país de ninguna oligarquía, ningún autoritarismo, anarquía o libertinaje. “Entra y sale” pasando siempre a través de esa puerta que es Jesús, y se mueve siguiendo sus pasos.
Todavía añade el evangelista otro detalle: quien entre por esa puerta que es Jesús encontrará pastos, no pasará hambre ni sed. Encontrará alimento sólido y abundante para vivir.
Cristo es la puerta por la que hemos de entrar también hoy los cristianos, si queremos reavivar nuestra identidad.
Un cristianismo formado por bautizados que se relacionan con un Jesús mal conocido, vagamente recordado, afirmado de vez en cuando de manera abstracta, con palabras repetidas, un Jesús mudo que no dice nada especial al mundo de hoy, un Jesús que no toca los corazones… es un cristianismo sin futuro.
Sólo Cristo nos puede conducir a un nivel nuevo de vida cristiana, mejor fundamentada, motivada y alimentada en el evangelio.
Cada uno de nosotros podemos contribuir a que, en la Iglesia de los próximos años, se le sienta y se le viva a Jesús de manera más viva y apasionada. Podemos hacer que la Iglesia sea más de Jesús.
Jesús es el pan de la vida: quien se alimente de él, no tendrá hambre.
Es la luz del mundo: quien le siga, no caminará en la oscuridad.
Es el buen pastor: quien escuche su voz, encontrará la vida.
Entre estas imágenes hay una, humilde y casi olvidada, que, sin embargo, encierra un contenido profundo;
Yo soy la puerta.
Así es Jesús. Una puerta abierta. Quien le sigue, cruza un umbral que conduce a un mundo nuevo: una manera nueva de entender y vivir la vida.
El evangelista lo explica con tres rasgos: “Quien entre por mí, se salvará”. La vida tiene muchas salidas. No todas llevan al éxito ni garantizan una vida plena. Quien, de alguna manera, entiende a Jesús y trata de seguirle, está entrando por la puerta acertada. No echará a perder su vida. La salvará.
El evangelista dice algo más. Quien entra por Jesús, “podrá salir y entrar”. Tiene libertad de movimientos. Entra en un espacio donde puede ser libre, pues sólo se deja guiar por el Espíritu de Jesús.
No es el país de ninguna oligarquía, ningún autoritarismo, anarquía o libertinaje. “Entra y sale” pasando siempre a través de esa puerta que es Jesús, y se mueve siguiendo sus pasos.
Todavía añade el evangelista otro detalle: quien entre por esa puerta que es Jesús encontrará pastos, no pasará hambre ni sed. Encontrará alimento sólido y abundante para vivir.
Cristo es la puerta por la que hemos de entrar también hoy los cristianos, si queremos reavivar nuestra identidad.
Un cristianismo formado por bautizados que se relacionan con un Jesús mal conocido, vagamente recordado, afirmado de vez en cuando de manera abstracta, con palabras repetidas, un Jesús mudo que no dice nada especial al mundo de hoy, un Jesús que no toca los corazones… es un cristianismo sin futuro.
Sólo Cristo nos puede conducir a un nivel nuevo de vida cristiana, mejor fundamentada, motivada y alimentada en el evangelio.
Cada uno de nosotros podemos contribuir a que, en la Iglesia de los próximos años, se le sienta y se le viva a Jesús de manera más viva y apasionada. Podemos hacer que la Iglesia sea más de Jesús.