- EL DIOS QUE ANUNCIAMOS - Si quieres ser amado, ama. Este comportamiento irá en beneficio de todos.

Vivimos en un mundo duro y competitivo en el que predominan la razón y el interés considerando inferior todo lo que gira en torno a los sentimientos que eran propios de las mujeres.
El varón que se atrevía a aflorarlos era tachado de afeminado. Un camino equivocado pues desde su nacimiento el ser humano necesita del cuidado, del afecto y la ternura para sobrevivir, unas carencias que no se terminan en la vida de adulto y que nos acompañan hasta la muerte.

Entre todos tenemos que poner manos a la obra y tejer una urdimbre de ternura en nuestras relaciones con la convicción de que no es un atributo de género sino propio de la convivencia que afecta por igual a varones y mujeres.
Fomentar que nuestras manos acaricien, que nuestros labios besen y que nuestros brazos abracen al que camina a nuestro lado, un comportamiento acompañado de palabras que explican el por qué de nuestros actos: nos importan los otros y compartimos sus alegrías y sus penas.
Hoy, nos puede tocar ser fuente de afecto pero mañana serán otros los que nos demuestran su cercanía en nuestra necesidad.
Lo malo es que todos nos quejamos de que no tenemos tiempo y la ternura se tiene que olvidar de la hora. La mano que acaricia va lenta, la palabra que alienta tiene que ser repetitiva y al llanto no se le puede exigir que cese cuando irrumpe desbordado.
El puente del amor es frágil y si se trata con brusquedad se rompe demostrando sus carencias.
Junto a la falta de tiempo otro escollo es el pudor con el que se enfrenta la persona educada a no mostrar sus sentimientos ya que considera que está desnudando su alma en público. Como en todas nuestras actuaciones el problema está en empezar para que, poco a poco, lo que antes nos resultaba difícil se haga más natural.
Al final este comportamiento irá en beneficio de todos pues; si quieres ser amado, ama.
Isabel Gomez Acebo - Teóloga