- COMUNIDAD – Debe tener entrañas de Misericordia, pero también una musculatura de Misericordia.

La cosa es sencilla. La Iglesia es la comunidad de los seguidores de Jesús, y nuestra Comunidad se encarna en la realidad diaria al servicio del Reino.
Para ello, la Comunidad vive de los valores de Jesús, se alimenta de El, comparte sus opciones, vibra con sus sueños, sintoniza con su Corazón.
Pero, ¿cómo es ese corazón de Jesús? Si hubiera que quedarse con una única palabra, diría que es un corazón misericordioso.
Es decir, un corazón cercano, compasivo, amigable, servicial, atento, entrañable. La misma etimología latina de la palabra nos puede ayudar.
Misericordia significa “corazón-en-la-miseria”. O sea, en sentido estricto, ser misericordioso supone poner el corazón en las miserias humanas de cada persona, en la miseria humana global.
Es vibrar ante el sufrimiento, estremecerse, desgarrarse, sufrir, gritar, pelear contra esa misma miseria. Optar por los pobres y contra la pobreza.
Todo ello forma parte del paisaje cotidiano que vivimos como Comunidad. Constituye nuestra misma entraña, lo que mejor expresa qué es la Iglesia porque transparenta (aunque sea con grandes limitaciones) el mismo corazón de Jesús, la misma entraña de Dios Padre.
La realidad nos “ofrece” una variada realidad de personas; adolescentes y jóvenes que tienen su futuro muy oscuro, familias que luchan contra un sistema agobiador, instituciones que no tienen referentes evangélicos.
En esos lugares y muchos otros; como las cárceles de menores, las facultades, los colegios, las parroquias, los grupos y en muchas intituciones y fundaciones, se constata la respuesta de la Comunidad, encarnada en personas concretas.
Se trata de una respuesta cercana, atenta, servicial, gratuita. Una respuesta que muestra que somos una Comunidad con entrañas de misericordia.
Pero aún hay más, esas entrañas de misericordia no bastan para describir lo que es y lo que debe ser nuestra realidad cotidiana.
Hace falta también desarrollar una cierta “musculatura de misericordia”, es decir, no basta que respondamos al llamado para cultivar la cálida acogida en nuestra Comunidades, sino también la fortaleza para acoger siempre.
No basta el principio de las relaciones con las personas, sino como compartimos la vida con ellos. No basta transmitir solo unos principios del Evangelio, sinó como profundizamos juntos el mismo, como navegamos juntos por ese mar de conocimientos para llegar a otras personas necesitadas.
Por lo tanto, en nuestras Comunidades, necesitamos creatividad, estructura organizativa, esfuerzo sostenido, tejido articulado, mucha libertad de espíritu y mucha autodisciplina... y otros rasgos que nos permiten ser una comunidad tiernamente eficaz al servicio de las personas que sufren. Una Iglesia con entrañas y musculatura de misericordia.
Sobre un texto de Daniel Izuzquiza. SJ.