Una anécdota de San Vicente de Paúl, es un consejo a su comunidad religiosa: “Cuando las exigencias de la vida les parezcan injustas, cuando estén agotados y tengan que saltar de la cama para prestar servicio, háganlo gozosamente, sin medir el precio, y sin autocompasión. Porque si perseveran sirviendo a otros, a los pobres, quizás algún día los mismos pobres les perdonarán de corazón. Porque la felicidad consiste más en dar que en recibir, y se consigue mucho más fácil.”
Consejo extraño. ¿Por qué los pobres tienen que perdonarnos? ¿Por qué necesitamos nosotros que los pobres nos perdonen? ¿Acaso no deberíamos sentirnos satisfechos por servir a otros?
Sabemos que, cuando necesitamos recibir, sentimos una cierta humillación; al igual que sentimos una cierta soberbia cuando podemos dar.
Las cosas de las que nos quejamos se convierten en nuestras mayores bendiciones:
- ¿Qué es peor que estar demasiado ocupado? No tener nada que hacer.
- ¿Qué es más doloroso que compartir algo que poseemos? No tener nada que compartir.
- ¿Qué es más molesto que salir de la cama para atender a algún necesitado? Estar en cama uno mismo y necesitar que alguien te ayude.
- ¿Qué es más duro que sentirse mal cuando nos reclaman nuestra energía y tiempo? Humillarnos nosotros mismos pidiendo a alguien que nos ofrezca su energía y su tiempo.
Produce más felicidad el poder dar que el recibir. Y además es más fácil. Pero hay más todavía.
En el poder dar, existe un cierto poder divino. Quien da logra “sentirse como Dios”. Y esto no es una exageración. Dios es la fuente de todo lo que existe, y la fuente de todo don. Cuando estamos en condiciones de dar, somos mediadores del poder divino y llegamos a sentir ese poder.
La ironía consiste en que nuestros mismos dones y capacidades, si no se comparten con la actitud debida, pueden provocar en los otros sentimientos de inferioridad.
Comprender esto es importante, para que tengamos más cuidado de no servir a otros de forma que los rebajemos o humillemos. No es fácil dar algo y que no avergüence a quien lo recibe.
El consejo subraya esta precaución. Podemos deducir una segunda lección. Vicente formuló su consejo como un antídoto contra la autocompasión.
A cualquiera que le toque el papel de dar (un padre, un cura, un maestro, un dirigente) se le presenta la tentación de dejarse llevar de la autocompasión:
“¡Miren todo lo que estoy haciendo! ¡Hago todo esto por los demás, pero nadie hace nada por mí! ¡Estoy tan cansado!. ¡Tengo mis propios problemas personales a los que debería atender”.
En la vida, cuando por falta de apoyo uno se siente cansado y frustrado, es fácil desalentarse, comenzar a sentirse triste por uno mismo, y tener el sentimiento de que nos usan, de que nos exigen más de lo que nos corresponde.
Es muy común. Muchos se sienten víctimas de aquellos a quienes se entregan generosamente.
Mucha gente buena se molesta por las exigencias y reclamos de los excluidos; hambre, trabajo, remedios para sus hijos, oportunidades, techo, cariño, tiempo, esfuerzo.
Sumados a todas las cosas negativas; rechazos, desconfianzas, robos, enojos, abandonos, etc…
Se siente la tentación de dejarlo todo, de dejar de caminar y de ceder a la tentación de volver a la comodidad de la casa.
Debemos, los evangelizadores, recordar constantemente el consejo de Vicente: Si dejamos de servir a los pobres, aun justificándolo con nuestro cansancio y autocompasión, los pobres no sentirán nunca en su corazón el deseo de perdonarnos.
Tenemos que recordar que la felicidad consiste más en dar que en recibir, y que también se consigue mucho más fácil.
Sobre un texto de Ciudad Redonda.
Consejo extraño. ¿Por qué los pobres tienen que perdonarnos? ¿Por qué necesitamos nosotros que los pobres nos perdonen? ¿Acaso no deberíamos sentirnos satisfechos por servir a otros?
Sabemos que, cuando necesitamos recibir, sentimos una cierta humillación; al igual que sentimos una cierta soberbia cuando podemos dar.
Las cosas de las que nos quejamos se convierten en nuestras mayores bendiciones:
- ¿Qué es peor que estar demasiado ocupado? No tener nada que hacer.
- ¿Qué es más doloroso que compartir algo que poseemos? No tener nada que compartir.
- ¿Qué es más molesto que salir de la cama para atender a algún necesitado? Estar en cama uno mismo y necesitar que alguien te ayude.
- ¿Qué es más duro que sentirse mal cuando nos reclaman nuestra energía y tiempo? Humillarnos nosotros mismos pidiendo a alguien que nos ofrezca su energía y su tiempo.
Produce más felicidad el poder dar que el recibir. Y además es más fácil. Pero hay más todavía.
En el poder dar, existe un cierto poder divino. Quien da logra “sentirse como Dios”. Y esto no es una exageración. Dios es la fuente de todo lo que existe, y la fuente de todo don. Cuando estamos en condiciones de dar, somos mediadores del poder divino y llegamos a sentir ese poder.
La ironía consiste en que nuestros mismos dones y capacidades, si no se comparten con la actitud debida, pueden provocar en los otros sentimientos de inferioridad.
Comprender esto es importante, para que tengamos más cuidado de no servir a otros de forma que los rebajemos o humillemos. No es fácil dar algo y que no avergüence a quien lo recibe.
El consejo subraya esta precaución. Podemos deducir una segunda lección. Vicente formuló su consejo como un antídoto contra la autocompasión.
A cualquiera que le toque el papel de dar (un padre, un cura, un maestro, un dirigente) se le presenta la tentación de dejarse llevar de la autocompasión:
“¡Miren todo lo que estoy haciendo! ¡Hago todo esto por los demás, pero nadie hace nada por mí! ¡Estoy tan cansado!. ¡Tengo mis propios problemas personales a los que debería atender”.
En la vida, cuando por falta de apoyo uno se siente cansado y frustrado, es fácil desalentarse, comenzar a sentirse triste por uno mismo, y tener el sentimiento de que nos usan, de que nos exigen más de lo que nos corresponde.
Es muy común. Muchos se sienten víctimas de aquellos a quienes se entregan generosamente.
Mucha gente buena se molesta por las exigencias y reclamos de los excluidos; hambre, trabajo, remedios para sus hijos, oportunidades, techo, cariño, tiempo, esfuerzo.
Sumados a todas las cosas negativas; rechazos, desconfianzas, robos, enojos, abandonos, etc…
Se siente la tentación de dejarlo todo, de dejar de caminar y de ceder a la tentación de volver a la comodidad de la casa.
Debemos, los evangelizadores, recordar constantemente el consejo de Vicente: Si dejamos de servir a los pobres, aun justificándolo con nuestro cansancio y autocompasión, los pobres no sentirán nunca en su corazón el deseo de perdonarnos.
Tenemos que recordar que la felicidad consiste más en dar que en recibir, y que también se consigue mucho más fácil.
Sobre un texto de Ciudad Redonda.