Los humanos tenemos la tremenda manía de colocarnos mutuamente etiquetas. Y las etiquetas que nos ponemos son como caricaturas que resaltan una de nuestras facetas, la más destacada.
Hay quien nace bueno o malo, listo o torpe, marginado o integrado en la sociedad, y campea por la vida y de por vida como si estuviera obligado a ejercerlo ininterrumpidamente. Si se sale del papel, cae en desgracia.
En las películas de “acción”, más dañinas que los desnudos escénicos, desde los primeros fotogramas se presenta un protagonista (el bueno) y su antagonista (el malo) luchando frente a frente.
Algo similar ocurre en las pocas afortunadas y viejas películas de indios y cowboys. Desde niños nos habían metido tan dentro la bondad de los vaqueros y la maldad de los indios, que parecía imposible invertir los papeles.
La historia, la escriben los conquistadores o “vencedores” para afirmar su poderío. Y ellos asignan el papel que cada país o raza tiene que representar en la escena mundana.
"Buenos y malos". Hemos partido el mundo en dos, con un muro berliniano infranqueable entre ellos. Dos mundos que se rechazan en bloque sin reconocer que los buenos pueden tener algo de malo, y los malos, de bueno. Pero no hay que alarmarse. Esto viene de antiguo. Siempre existieron "dos mundos", según los hombres.
Cuenta el Evangelio que Jesús salió un día de su país hacia la región de Tiro y Sidón. Una mujer pagana se le acercó para pedirle la curación de su hija endemoniada. v Jesús, participando de Ia mentalidad de la época, respondió a su súplica de un modo un tanto descortés (quizás como una forma de enseñar, como otras veces nos sorprende?):
"No está bien echar a los perros el pan de los hijos". "Los perros" era el término despectivo e injurioso con que los judíos designaban a los paganos, oficialmente malos. El mundo andaba ya dividido en bloques, como hoy.
Y fue precisamente una mujer pagana, un “perro”, una mala, la que hizo cambiar a Jesús de modo de pensar. "Tienes razón, Señor, le dijo. Pero también los perros (los malos) se comen las migajas que caen de la mesa de los amos". También los oficialmente tratados de malos tenemos derecho a vivir y a gozar de la salud. También los endemoniados paganos.
Jesús se rindió ante la evidencia. Las flores pueden nacer en los estercoleros y, a veces, más bellas, por más abono natural. Las dificultades forjan los espíritus más aguerridos.
"Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas”, apostilló el Maestro.
Curando a su hija, Jesús sentó las bases para hacer de los dos mundos (judío y pagano) uno. No hay ni buenos ni malos oficiales. Son las obras, la fe en aquel caso, quienes hablan de la bondad o maldad de las personas. Y son malos todos aquellos que, por su bondad oficial y reconocida, etiquetan de malos a los que no son como ellos.
Por este camino convertimos nuestro mundo en un mundo de perros... de malos, lo contrario que enseña Jesús.
Hay quien nace bueno o malo, listo o torpe, marginado o integrado en la sociedad, y campea por la vida y de por vida como si estuviera obligado a ejercerlo ininterrumpidamente. Si se sale del papel, cae en desgracia.
En las películas de “acción”, más dañinas que los desnudos escénicos, desde los primeros fotogramas se presenta un protagonista (el bueno) y su antagonista (el malo) luchando frente a frente.
Algo similar ocurre en las pocas afortunadas y viejas películas de indios y cowboys. Desde niños nos habían metido tan dentro la bondad de los vaqueros y la maldad de los indios, que parecía imposible invertir los papeles.
La historia, la escriben los conquistadores o “vencedores” para afirmar su poderío. Y ellos asignan el papel que cada país o raza tiene que representar en la escena mundana.
"Buenos y malos". Hemos partido el mundo en dos, con un muro berliniano infranqueable entre ellos. Dos mundos que se rechazan en bloque sin reconocer que los buenos pueden tener algo de malo, y los malos, de bueno. Pero no hay que alarmarse. Esto viene de antiguo. Siempre existieron "dos mundos", según los hombres.
Cuenta el Evangelio que Jesús salió un día de su país hacia la región de Tiro y Sidón. Una mujer pagana se le acercó para pedirle la curación de su hija endemoniada. v Jesús, participando de Ia mentalidad de la época, respondió a su súplica de un modo un tanto descortés (quizás como una forma de enseñar, como otras veces nos sorprende?):
"No está bien echar a los perros el pan de los hijos". "Los perros" era el término despectivo e injurioso con que los judíos designaban a los paganos, oficialmente malos. El mundo andaba ya dividido en bloques, como hoy.
Y fue precisamente una mujer pagana, un “perro”, una mala, la que hizo cambiar a Jesús de modo de pensar. "Tienes razón, Señor, le dijo. Pero también los perros (los malos) se comen las migajas que caen de la mesa de los amos". También los oficialmente tratados de malos tenemos derecho a vivir y a gozar de la salud. También los endemoniados paganos.
Jesús se rindió ante la evidencia. Las flores pueden nacer en los estercoleros y, a veces, más bellas, por más abono natural. Las dificultades forjan los espíritus más aguerridos.
"Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas”, apostilló el Maestro.
Curando a su hija, Jesús sentó las bases para hacer de los dos mundos (judío y pagano) uno. No hay ni buenos ni malos oficiales. Son las obras, la fe en aquel caso, quienes hablan de la bondad o maldad de las personas. Y son malos todos aquellos que, por su bondad oficial y reconocida, etiquetan de malos a los que no son como ellos.
Por este camino convertimos nuestro mundo en un mundo de perros... de malos, lo contrario que enseña Jesús.