La liturgia de este domingo nos invita a reflexionar sobre nuestra corresponsabilidad comunitaria. La fe es una respuesta personal, pero se vive en el seno de una comunidad. Por eso todos somos responsables de la vida de cada hermano.
El evangelio de Mateo nos presenta el pasaje que se ha denominado comúnmente la corrección fraterna. El texto revela los conflictos internos que vivía la comunidad.
Nos encontramos, ante una página de carácter catequético que pretende enfrentar y resolver el problema de los conflictos comunitarios.
El pecado no es solamente de orden individual o moral. Aquí se trata de faltas graves en contra de la comunidad.
El evangelio de Mateo nos presenta el pasaje que se ha denominado comúnmente la corrección fraterna. El texto revela los conflictos internos que vivía la comunidad.
Nos encontramos, ante una página de carácter catequético que pretende enfrentar y resolver el problema de los conflictos comunitarios.
El pecado no es solamente de orden individual o moral. Aquí se trata de faltas graves en contra de la comunidad.
El evangelista pretende señalar dos cosas importantes:
.- No se trata de caer en un laxismo total que conduzca al caos comunitario.
.- Tampoco se trata de un rigorismo tal que nadie pueda fallar o equivocarse.
El evangelista coloca el término medio. Se trata de resolver los asuntos complicados en las relaciones interpersonales siguiendo la pedagogía de Jesús. No es un proceso jurídico lo que aquí se señala. El evangelista quiere dejar en claro que se trata ante todo de salvar al trasgresor, de no condenarlo ni expulsarlo de entrada. Es un proceso pedagógico que intenta por todos medios salvar a la persona. Ahora bien, si la persona se resiste, no acepta la invitación, no da signos de arrepentimiento, al no aceptar la oferta de perdón la persona misma se excluye de la comunión.
Vivimos una cultura contradictoria. Por una parte, frente a la corrupción personal y colectiva se asume una postura de laxismo. Por otra parte, se juzga, se condena y se excluye a las personas sin antes haber averiguado los hechos a fondo. Cuando se trata de difamar a una persona, basta con que alguien tire del hilo para que se vayan difundiendo por todas partes los comentarios, murmuraciones y calumnias.
Los medios de comunicación social, que viven de chismes o de sensacionalismos, no escatiman sacrificios para buscar, alterar y tergiversar noticias sobre hechos que resulten escandalosos. Fácilmente se condena y se estigmatiza a personas, grupos e instituciones que no piensan como todo el mundo, o actúan de manera diferente o cuestionan el orden establecido.
Nuestro compromiso como creyentes es luchar por la verdad. Nuestras familias y comunidades cristianas deben ser, ante todo, lugares de reconciliación y de verdad. Exigir respeto por las personas que se equivocan pero que quieren rectificar su error es imperativo evangélico. Tampoco se trata de caer en actitudes que respalden la impunidad. Pero ante todo, el compromiso con la justicia, la verdad y la reconciliación es una actitud profética.
¿Cómo vivimos los valores de la verdad, la justicia, la reparación y la reconciliación al interior de nuestras comunidades?
¿Qué actitud asumimos frente a los medios de comunicación que manipulan y tergiversan la verdad?
¿Nos sentimos corresponsables de la suerte de nuestros hermanos?
.- No se trata de caer en un laxismo total que conduzca al caos comunitario.
.- Tampoco se trata de un rigorismo tal que nadie pueda fallar o equivocarse.
El evangelista coloca el término medio. Se trata de resolver los asuntos complicados en las relaciones interpersonales siguiendo la pedagogía de Jesús. No es un proceso jurídico lo que aquí se señala. El evangelista quiere dejar en claro que se trata ante todo de salvar al trasgresor, de no condenarlo ni expulsarlo de entrada. Es un proceso pedagógico que intenta por todos medios salvar a la persona. Ahora bien, si la persona se resiste, no acepta la invitación, no da signos de arrepentimiento, al no aceptar la oferta de perdón la persona misma se excluye de la comunión.
Vivimos una cultura contradictoria. Por una parte, frente a la corrupción personal y colectiva se asume una postura de laxismo. Por otra parte, se juzga, se condena y se excluye a las personas sin antes haber averiguado los hechos a fondo. Cuando se trata de difamar a una persona, basta con que alguien tire del hilo para que se vayan difundiendo por todas partes los comentarios, murmuraciones y calumnias.
Los medios de comunicación social, que viven de chismes o de sensacionalismos, no escatiman sacrificios para buscar, alterar y tergiversar noticias sobre hechos que resulten escandalosos. Fácilmente se condena y se estigmatiza a personas, grupos e instituciones que no piensan como todo el mundo, o actúan de manera diferente o cuestionan el orden establecido.
Nuestro compromiso como creyentes es luchar por la verdad. Nuestras familias y comunidades cristianas deben ser, ante todo, lugares de reconciliación y de verdad. Exigir respeto por las personas que se equivocan pero que quieren rectificar su error es imperativo evangélico. Tampoco se trata de caer en actitudes que respalden la impunidad. Pero ante todo, el compromiso con la justicia, la verdad y la reconciliación es una actitud profética.
¿Cómo vivimos los valores de la verdad, la justicia, la reparación y la reconciliación al interior de nuestras comunidades?
¿Qué actitud asumimos frente a los medios de comunicación que manipulan y tergiversan la verdad?
¿Nos sentimos corresponsables de la suerte de nuestros hermanos?