Podemos haber olvidado la lista de los reyes godos o de Luises de Francia, que tantos problemas nos dieron en los exámenes de historia; alguno se nos escapará de la de monarcas españoles desde Pelayo hasta Juan Carlos I; pero no dudo al afirmar que hay un rey famoso e inolvidable, al que llamaban Midas, que nos llegó a través de la mitología a través del boca a boca o los libros infantiles.
¡Pobre rey Midas, era tan ambicioso que pidió a los dioses que le concedieran convertir en oro todo lo que tocase y se lo concedieron!
No sabía lo que pedía pues, como decía mi abuela, “la ambición rompe la bolsa”. Iba emocionado y pletórico convirtiendo todo lo que tocada en oro, sintiéndose feliz por haber recibido tal gracia de los dioses y de pronto sintió hambre y no pudo comer, quiso acariciar a su perro (se puede añadir: hijo, mujer, etc.) que se convirtió inmediatamente en estatua de oro, ya no le recibía con cabriolas y moviendo la cola, las estatuas no se mueven.
¡Pobre rey Midas, era tan ambicioso que pidió a los dioses que le concedieran convertir en oro todo lo que tocase y se lo concedieron!
No sabía lo que pedía pues, como decía mi abuela, “la ambición rompe la bolsa”. Iba emocionado y pletórico convirtiendo todo lo que tocada en oro, sintiéndose feliz por haber recibido tal gracia de los dioses y de pronto sintió hambre y no pudo comer, quiso acariciar a su perro (se puede añadir: hijo, mujer, etc.) que se convirtió inmediatamente en estatua de oro, ya no le recibía con cabriolas y moviendo la cola, las estatuas no se mueven.
Empezó a agobiarse y para tranquilizarse pidió le sirvieran una copa de buen vino... ¡infeliz... todo lo convertía en oro!
Reyes y guerreros, príncipes y princesas, hadas y brujas, dragones y caballos alados, un sinfín de personajes que viven en el país de la Mitología permanecen para siempre en la bodega interior de cada uno, espacio donde, por intuición natural, se percibe el bien y el mal mucho antes de que desde el exterior nos hablen de leyes y moral.
Siempre creí que los habitantes del país de la Mitología no viajaban al mundo real, pero observo que el rey Midas decidió ampliar su reino mitológico y ha iniciado una campaña de conquista de territorios del mundo en que vivimos.
Por donde pasa y con la gracia que se le concedió, lo va dejando todo devastado. El brillo del oro le ciega y la sensación de poder es insaciable e implacable. Pero este no es el mayor peligro.
Midas no viene vestido de armiño y tocado con corona real, ni siquiera va dejando todo plagado de estatuas doradas; si viniera así le llevarían rápidamente a un espacio de cuentacuentos y los niños aplaudirían al acabar la función.
Midas nos visita desde su ser invisible, que es como viajan los que salen del reino de la Mitología, y se introduce en todos los campos: política, economía, psicología, religión... con las dos mismas manías que le llevaron a pedir a los dioses su propia perdición: la ambición y el miedo.
Para Midas, todo tiene precio: el amor, la salud, la educación, el tiempo, el descanso, la creatividad, la persona, la naturaleza, los hijos, los viejos, los pobres, el cielo, el mar, el espacio, la religión, la cultura, el arte, la medicina, el deporte... Desde su perspectiva nada es gratis.
Ha puesto precio a la vida y a la muerte. Lo que no resulta rentable, aquello que no le proporciona beneficios lo desprecia, reduciéndolo al olvido y a la desaparición. El rey Midas ambiciona todo y no comparte nada, compra y vende al mejor postor.
En su delirio especula con los bienes de la tierra, acapara fuentes de energía, provoca guerras y movimientos migratorios, contrata mano de obra esclavista, destruye culturas milenarias y controla medios de comunicación en una espiral que no tiene fin y que va dejando restos de naufragios y damnificados por todos lados.
Mientras Midas va por ahí como “elefante en bazar” intentando saciar su desmedida ambición, hay un reino que se extiende silenciosamente, desde lo escondido, lo sencillo, implicando a muchos que han descubierto el tesoro escondido del Reino de los Cielos (Mt 13, 44) y no se dejan seducir por el brillo del oro y la opulencia.
En este Reino no hay crisis ni recesión porque la moneda de cambio es el Amor que se entrega, no se escatima y por lo tanto no devalúa.
MARI PAZ LÓPEZ SANTOS, pazsantos@wanadoo.es
Reyes y guerreros, príncipes y princesas, hadas y brujas, dragones y caballos alados, un sinfín de personajes que viven en el país de la Mitología permanecen para siempre en la bodega interior de cada uno, espacio donde, por intuición natural, se percibe el bien y el mal mucho antes de que desde el exterior nos hablen de leyes y moral.
Siempre creí que los habitantes del país de la Mitología no viajaban al mundo real, pero observo que el rey Midas decidió ampliar su reino mitológico y ha iniciado una campaña de conquista de territorios del mundo en que vivimos.
Por donde pasa y con la gracia que se le concedió, lo va dejando todo devastado. El brillo del oro le ciega y la sensación de poder es insaciable e implacable. Pero este no es el mayor peligro.
Midas no viene vestido de armiño y tocado con corona real, ni siquiera va dejando todo plagado de estatuas doradas; si viniera así le llevarían rápidamente a un espacio de cuentacuentos y los niños aplaudirían al acabar la función.
Midas nos visita desde su ser invisible, que es como viajan los que salen del reino de la Mitología, y se introduce en todos los campos: política, economía, psicología, religión... con las dos mismas manías que le llevaron a pedir a los dioses su propia perdición: la ambición y el miedo.
Para Midas, todo tiene precio: el amor, la salud, la educación, el tiempo, el descanso, la creatividad, la persona, la naturaleza, los hijos, los viejos, los pobres, el cielo, el mar, el espacio, la religión, la cultura, el arte, la medicina, el deporte... Desde su perspectiva nada es gratis.
Ha puesto precio a la vida y a la muerte. Lo que no resulta rentable, aquello que no le proporciona beneficios lo desprecia, reduciéndolo al olvido y a la desaparición. El rey Midas ambiciona todo y no comparte nada, compra y vende al mejor postor.
En su delirio especula con los bienes de la tierra, acapara fuentes de energía, provoca guerras y movimientos migratorios, contrata mano de obra esclavista, destruye culturas milenarias y controla medios de comunicación en una espiral que no tiene fin y que va dejando restos de naufragios y damnificados por todos lados.
Mientras Midas va por ahí como “elefante en bazar” intentando saciar su desmedida ambición, hay un reino que se extiende silenciosamente, desde lo escondido, lo sencillo, implicando a muchos que han descubierto el tesoro escondido del Reino de los Cielos (Mt 13, 44) y no se dejan seducir por el brillo del oro y la opulencia.
En este Reino no hay crisis ni recesión porque la moneda de cambio es el Amor que se entrega, no se escatima y por lo tanto no devalúa.
MARI PAZ LÓPEZ SANTOS, pazsantos@wanadoo.es