- PARA HACER OTRA DEMOCRACIA, UNA MEJOR - Ser democracia en la familia y en el vecindario, en la calle, en el trabajo, en la comunidad de fe.

Democracia. Traída y llevada, palabra pública casi tan profanada como la palabra amor o como la palabra Dios, palabra escrita, perorada, justificada con todas las verdades y todas las mentiras.
En una editorial, se presentaba el tema con esta justificación: “En un contexto en el que vemos al presidente norteamericano apropiarse del término democracia para justificar su política de intervención militarista, se hace necesario, rediscutir este concepto que asume, cada vez más y de manera muchas veces contradictoria, carácter polisémico”.
¿De qué hablamos cuando hablamos de democracia? La democracia actual, que es la forma política común de Occidente, en qué es o no es democracia; ¿”Votar, callar y ver la tele”, como decía el humorista? La democracia que conocemos, para las mayorías es apenas democracia fundamentalmente electoral y aun con todas las restricciones impuestas por el capital y sus medios de comunicación. No es democracia económica, ni democracia social, ni democracia étnico-cultural.
No es democracia participativa; es, cuando mucho, delegada o representativa; pero ¿representativa de qué intereses y delegada con qué controles?
Es una democracia que empalaga y que indigna. Alguien ha hablado de fatiga democrática. La periodista Katrina van den Heuvel, la define como “el gobierno de las corporaciones, por las corporaciones y para las corporaciones”,y Pablo González Casanova, como “una democracia de los pocos, con los pocos y para los pocos”.
Aquello de “gobierno del pueblo, con el pueblo y para el pueblo” se evaporó en populismos ilusorios y en sarcasmos neoliberales.
Creemos que es hora de dar el paso de afirmar esa posibilidad, a exigir y hacer ese otro mundo, como necesario y urgente. Y para eso EXIGIMOS Y HACEMOS OTRA DEMOCRACIA.
La exigimos como un derecho fundamental de las personas y de los pueblos, en todas las latitudes. Porque exigimos los derechos básicos y los derechos complementarios. No podemos aceptar una democracia-privilegio, una democracia-primer-mundo; menos aún, una democracia-imperial, "a punta de pistola". Los indígenas piden enfáticamente, “la descolonización de la democracia”.
El profesor Agustí de Semir reconocía que la democracia actual es; “la forma política del capitalismo”. Por su parte, el sociólogo Herbert José de Souza, en un curso de obispos latinoamericanos, nos recordaba el antagonismo esencial que existe entre democracia y liberalismo, entre capitalismo y democracia. Ni el liberalismo ni el capitalismo, explicaba él, pueden pretender la democracia realmente popular, participativa, igualitariamente fraterna, mundial.
El liberalismo, decía, porque promete una igualdad abstracta con una desigualdad real. Y el capitalismo, porque está asentado en la desigualdad y en la desigualdad creciente.
Lo que va de historia de la democracia en Occidente puede ser una buena lección para no identificar a priori una sociedad democrática con una sociedad verdaderamente humana.
La respectiva vivencia religiosa de la fe se debe abrir al diálogo en el pluralismo y debe compartir en la acción volcada hacia las grandes causas comunes de la vida y de todo el ser del universo.
EXIGIMOS otra democracia, pero también prometemos, HACER esa otra democracia. No nos será dada de favor; deberemos conquistarla. Hemos de ser personalmente democracia para ayudar a hacer socialmente esa democracia otra. Siguiendo la regla vital del cada día y en cada lugar. Ser democracia en la familia y en el vecindario, en la calle y en el trabajo, en la comunidad de fe, en el sindicato o en la asociación.
Es eso; lo que hay que hacer. Hagamos, pues.