- LAS MISMAS MANOS - Tus manos decidirán permanecer inmóviles o actuar ante las necesidades que tus ojos ven y humillaciones que tus labios denuncian.

Las mismas manos son las que dan y las que quitan. Las mismas manos son las que acarician y las que abofetean.
No son distintas las que se cierran para dar un puñetazo de las que lo hacen para dar un golpe sobre la mesa y poner freno a las injusticias.
Las que, abiertas, exigen tributo, son las mismas que quieren ofrecerse.
Las manos que acusan con el índice no son diferentes de las que señalan el camino a seguir. Las que alzan su pulgar mostrando acuerdo, optimismo o compenetración son las mismas que lo bajan autorizando la muerte de los gladiadores romanos (o de otros muchos). No son diferentes las manos cuyos dedos aprietan el gatillo o el detonador, de las que los usan para arrancarle al piano las más preciosas notas. TODOS NACIMOS CON LAS MISMAS MANOS.
Las manos que cubren los ojos son las mismas que quitan la venda.
Las manos que dan dudoso ejemplo son las mismas que educan.
Las mismas manos que manejan la cuchara del mejor guiso, empuñan el cuchillo del peor asesinato. Las que abrazan son las mismas que estrangulan. Las que acompañan a pasear por el parque no son distintas de las que secuestran.
Las manos que escriben poesías y novelas no se distinguen de las que redactan críticas destructivas o amenazas. Las mismas manos que abortan son las que tienen en brazos al bebé con tres segundos de vida.
Las manos que se esconden tras tirar la piedra son las mismas que se alzan para reconocer la culpa y juntan sus palmas pidiendo perdón. Las que empujan no difieren de las que sostienen. Las que destruyen y destrozan son las mismas que crean, pintan, moldean, esculpen, construyen.
Todos nacimos con las mismas manos y nada permite distinguirlas a simple vista (“por sus actos las conoceréis”). Sólo en nuestras manos está qué hacer con ellas.
Por las manos puede correr sangre de asesino y también de salvador, ¿qué te pides?
Extiende tus manos y cuéntame lo que son y lo que quieren ser. Pero no, no me digas que no son malas porque no quitan, ni abofetean, ni exigen, ni acusan, ni condenan. No me digas que no son malas porque ni estrangulan, ni secuestran, ni se esconden, ni amenazan, ni destruyen, ni matan.
Dime si son buenas: si dan, si acarician, si defienden al débil, si se ofrecen, si acompañan, si guían. Dime si son buenas: si abrazan, si sostienen, si admiten sus fallos y prometen subsanarlos, si dan vida, si crean, si hacen ver, si construyen.
Podría terminar con las ambivalencias de manera muy mística (el mismo Dios del que unos dicen que castiga, somete, prohíbe o invita a matar, es el que perdona, libera, ama y da la vida) pero seré muchos más terrenal:
Los mismos ojos que leen estas líneas pueden fijar su mirada en los más necesitados.
Los labios que ahora expresan “¡ah, pues es verdad!” son los mismos que podrían alzar la voz ante tanta injusticia.
Las manos que apretarán el ratón para cerrar este artículo son las mismas que decidirán permanecer inmóviles o actuar ante las necesidades que sus ojos ven y las humillaciones que sus labios denuncian.
Te propongo un trato: si tus manos se ofrecen, las mías (y muchas más) aplaudirán. ¿Aceptas? El mundo te necesita, ¡dale una mano!
Darío Pérez