Y esa historia estuvo presente con Palestristas venidos desde todos los rincones de esta corta historia de Palestra en Tucumán, Palestristas de los años 70, 71, 72, de las décadas de los 80, de los 90 y de los comienzos de este siglo, familias enteras, matrimonios con años de casados, con hijos y nietos Palestristas, otros recién casados, mujeres y varones con las vivencias y experiencias de muchos y pocos años, de diferentes épocas y maneras de percibir la vida.
Pero unidos por un mismo Señor, una misma mística, un Ser y Hacer de Palestra. La riqueza de esta experiencia estuvo en Jesús, pero se manifestó en los saberes y vivencias de las distintas edades y generaciones, adonde el participar, hablar y expresar no fue un impedimento, al contrario, la diversidad fue constatar que el Espíritu de Dios sopla y promueve el Amor como personas únicas y libres que somos.
El Espíritu nos hizo comprender una vez más que tenemos que cuidar la riqueza de la diversidad, de no tener miedo a estar juntos varones y mujeres, porque así comprendimos muchas cosas unos de otros, que no debemos tener miedo y poner limites a la vivencia comunitaria entre personas de distintas edades y estados, porque así nos enriquecemos todos.
El Espíritu una vez más, actuó, soplo, limpió y clarificó los climas interiores de cada uno de nosotros, desde el llegar a la Palestra de distintas maneras y ánimos hasta irnos con el corazón renovado.
Fue un largo y hermoso caminar, no libre de obstáculos para aferrarnos a ese resto fiel, a ese Dios interior que siempre está y no nos abandona, porque somos sus hijos y siempre nos espera.
Nos comprometimos y nos responsabilizamos de muchas maneras, pero la común, la que coincidimos todos, es mostrar en nuestra vida, en la Captación, en la multiplicación de la Buena Nueva ese Dios interior.