- QUE TE DESEE, TE BUSQUE Y TE HALLE - Como el azúcar disuelto en los alimentos, no se le ve pero se siente. Disfrutar a Dios, con verdad y realismo.

He insistido -a tiempo y a destiempo- que en la oración más que "pedir" hay que "expresar". ¿Qué expresar? Lo primero que sale de nuestra fragilidad humana son las NECESIDADES.
Poner en las manos del Padre nuestras necesidades, quejas, tristezas, limitaciones, heridas, etc. es positivo y ayuda. Siempre que busquemos las respuestas en nuestro interior y no nos conformemos con "colgarle" a Dios, nuestra palabrería (bastante frecuente, por desgracia). Hay que partir del convencimiento (fe) de que Él ya nos lo tiene todo dado.
Como muy bien decía nuestro hermano Agustín de Hipona: "La oración no es para mover a Dios, sino para movernos a nosotros". ¡Cuán lejos estamos de esa certeza y cuánto se predica en contra!
Pero lo que realmente alimenta y hace crecer es "expresar" y "vivir" nuestras ASPIRACIONES profundas, los íntimos deseos de nuestro corazón, esos movimientos interiores que salen del fondo -como flecha ascendente sin esperar respuesta- y sólo buscan desplegarse. Es el "dinamismo de crecimiento" que late en todos los seres vivos y que en el ser humano no es sólo material e instintivo, sino principalmente espiritual y libre. Quienes viven instalados en su parte material tienen adormecido ese dinamismo interior.

El punto emisor de esas aspiraciones es el SER, ese fondo positivo que constituye a la persona humana, el intangible lugar donde residen nuestros dones, capacidades o potencialidades, la "médula de mi alma". Ahí nacen las aspiraciones profundas porque toda capacidad -"imagen y semejanza" del Creador- tiende a crecer y desplegarse.
Es el lugar sagrado donde "se toca" y "se saborea" a Dios porque precisamente Él es: "la Infinitud de las aspiraciones profundas del Hombre". No he encontrado definición más concreta, vital, real y experimentable que ésa.
Cuando nos relacionamos con Dios y le expresamos nuestras aspiraciones, nuestros deseos de ser más y mejor, estamos alimentando el "dinamismo de crecimiento", estamos creciendo realmente y siguiendo la voluntad de Dios fielmente. Porque, como decía san Ireneo, "la gloria de Dios es la vida plena del hombre".
A ese tipo de oración la llamo "ORACIÓN DE IMPREGNACIÓN" porque consiste en sumergirse en nuestro "FONDO PRECIOSÍSIMO" y bañarse conscientemente (con palabras o sin ellas) en nuestros dones y en las ansias más íntimas que brotan de ellos. A veces esas ansias (aspiraciones) se resumen en palabras y parecen peticiones, pero en realidad son "expresión" de nuestras hondas aspiraciones.
No hace mucho me han enseñado que "Dios es azúcar", bella metáfora que apunta a la alegría y el gozo que Él puede aportar a nuestras vidas, aunque no lo veamos. Como el azúcar disuelto en nuestros alimentos, no se le ve pero se le siente y se le disfruta. Ya hablaban nuestros antepasados del disfrutar a Dios, con toda verdad y realismo.
Sobre texto de Jairo del Agua