Me gusta pensar y decir que a “Amar, se aprende Amando”, y cuanta distancia tiene la naturalidad del amor, con la sobrecarga de deberes y obligaciones que le imprimimos al rol de papa y mama.
Hoy asistimos al fenómeno de padres paralizados frente a la “novedosa originalidad de expresión de nuestros hijos” y también asistimos a agobiantes bombardeos de recomendaciones y frases pre hechas, como recuperar el valor de la familia, los padres educan con el ejemplo, los niños aprenden por modelos, etc., etc.
No pretendo destruir un modelo históricamente instituido, ni negar parámetros que nos acompañaron desde siempre; pero indudablemente la familia primaria cambió y adoptó múltiples formas de convivencia: parejas unidas de hecho, separados en nuevas uniones, familias ensambladas; tíos o abuelos cumpliendo el rol de padres, etc. etc. Estas nuevas modelos son estructuras ya instaladas y que debemos como sociedad encontrar el equilibrio para reconocerlas y legitimarlas.
Resignificar el rol de la familia tiene que ver con afianzar el sentido de pertenencia y de convivencia al interior de un grupo primario en el que mas allá de la diversidad de modelos imperantes, los lazos de amor y confianza contienen, protegen, dan seguridad, animan en la incertidumbre, predisponen para un proyecto de vida, construyen futuros audaces.
No es suficiente hablar del valor de la familia como organizadora social, es imprescindible recuperar los roles y funciones de la familia, trascendiendo las estructuras.
El rol de padres es “full time”, se supone que los padres somos los adultos en la convivencia familiar, cuanta confusión se observa en este sentido. Cuantos padres trasgresores, por ser “amigotes” se olvidan de ser padres!, cuantos delirios con mostrar apariencias de ser eternamente jóvenes.
A diario escuchamos frases como “yo ya no se que mas hacer por mi hijo”; “su conducta me preocupa”, “no lo puedo controlar, me supera”, “no se con quien sale”; “sospecho que toma hasta morir” y muchas otras, que dan cuenta de ausencias prolongada y signos de alarma ante la evidencia de que algo no esta bien. Ni el estado, ni la escuela pueden cumplir el rol supletorio de la familia. Cumplen roles complementarios.
En la familia el aprendizaje es una constante, no hay un día determinado en el que digo “veni hijito, hoy charlemos”, “vamos dialogar de la vida, o de sexualidad, o del alcohol”... en lo cotidiano, dialogo, converso, trasmito valores, construyo identidades, supero debilidades. El aprendizaje es una marca imborrable, lo que se asimila con la educación, no lo quita nadie.
Información, formación, experiencia y modelos confiables interactúan para lograr el equilibrio entre disciplina y normas imprescindibles para la convivencia social y la flexibilidad y tolerancia necesarios para el desarrollo personal.
Deberes y derechos son una realidad vinculante entre los padres y los hijos, los limites entre los derechos de unos y los otros muchas veces son confusos y se mezclan con las aspiraciones y la capacidad de trascender.
Necesitamos un sinceramiento público, superar ciertas hipocresías, superar viejos y nuevos miedos y reconocer el valor fundante de la familia en el desarrollo social de una comunidad.
Los invito a que juguemos el juego de los espejos; mirándonos como familia y mirando nuestra ciudad y que en ese sinceramiento público, reconozcamos gestos y actitudes que se repiten y se replican en los hogares y en las calles.
El nosotros social es una construcción colectiva, donde el capital social es mucho más que la suma de muchos individuos o de muchas familias. Capital Social es la interacción, las relaciones interpersonales cimentadas en la confianza, en la capacidad de asociarnos, en conductas cívicas ciudadanas reconocidas, en valores éticos compartidos. En este sentido la familia fue y sigue siendo el principal organizador de la cohesión social de un país.-
El desafío de recrear una nueva institucionalidad de la Familia, es hacernos cargo unos de otros, ceder con alegría, superar egoísmos, es en definitiva, volver a creer en el poder trasformador del amor.
Graciela Salazar