El barba, el flaco, el colega... |
No hay nada peor que acostumbrarse a Dios, convertirlo en nuestro colega, hasta que deja de sorprendernos. Y empezamos a hacer nuestros planes al margen de Él, esperando que venga a rubricar nuestras opciones en el último momento, como el GRAN JEFE, que nos protege y firma los cheques, porque el resto es cosa nuestra.
Resulta que un día, casi sin saber cómo, te acercas a Dios y le dices: “Oye Colega, te doy mi voto, soy catequista, voy a la eucaristía, toco la guitarra, hago sacrificios y peregrinaciones… ... y te estás tranquilito, sin darme sobresaltos”.
Dicho de otra manera, hacemos un pacto de buena onda con Él: nosotros rellenamos todos los apartados del contrato, y una vez controlados todos los flecos, le presentamos el contrato de nuestra vida a Dios para que lo firme. Aquí empieza y acaba el protagonismo que le damos a Dios.
¿Cómo va pedirme Dios algo con lo que quizá no voy a estar de acuerdo?
¿Cómo va a exigirme que cambie de planes?
¿Cómo se va a atrever a poner en duda mis logros, mis conquistas?
Si Dios es mi colega y no quiere otra cosa que mi felicidad, entonces para discernir cuál es su voluntad para mi vida tengo que convertirme en un experto en tirar pelotas incómodas a córner, y para ello no hay como dominar la muletilla del "no hace falta": no hace falta consagrarse para vivir la entrega a la misión con exclusividad, no hace falta arriesgar las propias seguridades para ser cristiano, no hace falta rezar para amar más y mejor a los demás; no hace falta dar lo que uno necesita, sinó sólo lo que a uno le sobra...
Jesús criticó duramente a los que echaban en la alcancía del templo lo que les sobraba, mientras alababa a una viuda que depositó lo que necesitaba para vivir. Seguro que más de uno se hubiera acercado a la viuda y, con toda la buena intención, hubiera intentado disuadirla: “Bien mujer, la intención es buena, pero no hace falta; tú eres pobre y Dios no necesita tus dos monedas, ya dan suficiente los ricos, guárdatelas para vos y para tus necesidades, Dios es tu colega y no quiere que te pases por él”.
¿Te imaginas la cara de estupor de la viuda?
¿Te imaginas la cara de indignación de Jesús, colega?
Marcos Vilarassau