El 27 de octubre, en Asís, junto a Benedicto XVI y la multitud de representantes de las diversas confesiones cristianas y de las religiones del mundo, estará también un pequeño grupo de cinco personas, peregrinos en cierto modo particulares e inéditos en la ciudad del hermano Francisco.
Se trata, de hecho, de figuras de la cultura, de la ciencia, de la filosofía que no pertenecen a ninguna confesión religiosa codificada, más aún, encarnan —aunque sea con perfiles distintos— la multitud de los que no profesan ningún credo y, sin embargo, tienen una visión ética y humanística del ser y del existir. Estas personas, que representan en la diversidad de sus lenguas y orígenes la multiplicidad de las tierras y de las culturas, tienen en común una característica que expresaba bien un escritor agnóstico contemporáneo, el estadounidense Cormac McCarthy cuando, en su novela Sunset limited, declaraba: «Quien hace preguntas, quiere la verdad. Mientras que quien duda quiere que le digan que la verdad no existe».
Estos no creyentes, que han aceptado con interés ser peregrinos de la paz y la justicia junto a los creyentes, ciertamente custodian en su mente y en su corazón algunas respuestas, concepciones y perspectivas, pero desean hacer preguntas a quienes creen, precisamente para una confrontación eficaz en torno a nudos fundamentales donde se entrelazan y se enredan los temas últimos como vida y muerte, verdad y engaño, trascendencia e inmanencia, bien y mal, justicia y violencia, paz y guerra, amor y dolor.
La presencia de este grupo restringido —que evoca un horizonte muy vasto y variado de hombres y mujeres que no pertenecen a una confesión religiosa explícita, pero que quieren mirar más allá de la superficie de las cosas y de la piel de los cuerpos para intuir significados más profundos— ha sido querida con convicción y sostenida precisamente por Benedicto XVI, siguiendo una intuición que tuvo con ocasión de la Navidad de 2009, cuando durante el encuentro con sus más estrechos colaboradores —es decir, con los miembros de la Curia romana— declaró: «Creo que la Iglesia debería abrir también hoy una especie de 'patio de los gentiles' donde los hombres puedan entrar en contacto de alguna manera con Dios sin conocerlo y antes de que hayan encontrado el acceso a su misterio (…)
Al diálogo con las religiones debe añadirse hoy sobre todo el diálogo con aquellos para quienes la religión es algo extraño, para quienes Dios es desconocido y que, a pesar de eso, no quisieran estar simplemente sin Dios, sino acercarse a él al menos como Desconocido».
De estas palabras del Santo Padre surgió, en estos últimos meses, un “Patio de los gentiles”, es decir, un espacio de confrontación —los ojos frente a los ojos, y los oídos a la escucha— como acontecía en el homónimo espacio reservado a los paganos, las gentes, los gentiles precisamente, dentro del área del templo de Jerusalén.
Ese «Patio de los gentiles» fue organizado por el Consejo pontificio para la cultura e inaugurado solemnemente el pasado mes de marzo en París, en la Sorbona, en la Unesco, en la Académie Française, en la plaza de Notre-Dame, pero está destinado a reproducirse ramificándose en los meses futuros en decenas y decenas de ciudades (Bolonia, Bucarest, Tirana, Barcelona, Marsella, Praga, Palermo, Quebec, Washington, etc.).
Gianfranco Ravasi, Cardenal presidente del Consejo pontificio para la cultura.