Ven, Señor. Sigue viniendo.
No te canses de venir, en espíritu, en palabra, en verdad y vida.
Ven a este mundo que hambrea sentido y de esperanza.
Ven a habitar cada horizonte.
Ven a sacudir las inercias, a avivar los amores apagados, a calentar los hogares fríos, ven.
Ven, de nuevo niño, a mostrarnos esa fragilidad poderosa del Dios niño.
Sigue viniendo, contra viento y marea, contra escepticismos y rutinas, contra dudas y atrofias.
1. NECESIDAD DE DIOS - “Cuando te llamo, respóndeme Dios, defensor mío; tú que en el aprieto me diste holgura, ten piedad de mí, escucha mi oración”. (Sal 4,2)
Te necesitamos, Señor. NECESITAMOS EL AMOR, así, con mayúsculas, que Tú nos das. Necesitamos redescubrirte, en espacios que a veces parecen vacíos. Por eso te llamamos, en voz baja o gritando. Cada uno con nuestro acento, suben hasta ti las voces del niño con sus primeras preguntas, del joven con sus primeras angustias, del adulto con inquietudes que van echando raíz, del anciano, que vuelve a ser un poco niño, pero más sabio.
Te llamamos, a veces con desesperación, y otras con euforia. Desde la soledad o desde la plenitud que aún aspira a más.
¡VEN!
¡Ven, Señor! A nuestra vida, a nuestro hoy. ¡Ven!
Un buen mantra para este Adviento.
¿Cuál es hoy mi grito, mi llamada, mi necesidad de Dios?
2. LO TRANSFORMAS TODO – “Cambiaste mi luto en danza, me desataste el sayal y me ceñiste de fiesta”. (Sal 30,12)
Cuando llegas todo cambia. Llenas los vacíos. Tranquilizas al espíritu inquieto. Nos levantas si es que andamos caídos, y quizás nos bajas los humos cuando vivimos de espaldas a ti como si fuéramos dioses. De golpe una palabra, o una parábola, o una imagen, se convierte en grito vivo para nosotros. No siempre es fácil hacerte sitio, y lo sabes, en medio de nuestras vidas superpobladas. Hay que quitarse muchas capas para acabar desnudos ante Ti, para que tu Verdad ponga un poco de sentido en nuestras seguridades y para que tu evangelio nos mueve hacia el prójimo. No es fácil. Pero las veces que ocurre, todo parece mejor. Así que no desistas.
Cuando Dios ha entrado de lleno en mi vida, ¿qué ha cambiado?