Nos convoca María Inmaculada. Cuando el tiempo de Dios llegó a su plenitud, visitó la tierra y llamó a la puerta del corazón de una mujer, Habló con ella, traía una Buena Nueva para la humanidad.
Dios siempre escoge un lugar sencillo y pobre para entrar en el mundo, entra en la historia delicadamente, saludando, pidiendo acogida. Se acerca a la humanidad invitando a la alegría, generando vida y esperanza. María está a la espera. Su corazón pobre y sus manos vacías, abiertas y libres, acogen los planes de Dios, que traen la dicha y la paz para la humanidad. Ella es nuestro modelo y nuestra inspiración.
PRIMERA PALABRA
“Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo será esto?, pues no conozco varón.” (Lc 1, 34)
María, dialogando, responde al ángel con una pregunta. Ella está hablando con Dios. María pide una explicación, no una prueba. No duda. Lo que busca es entender a Dios. Su pregunta no supone una falta de fe, sino el deseo de superar su ignorancia.
También cada uno de nosotros en un momento de la vida le preguntamos a Dios: ¿Qué quieres que haga? El nos coloca en situaciones de riesgo. Hay que fiarse, sin comprender. La fe es la capacidad de confiar en Él cuando aún las cosas no están resueltas. El ángel le responde: Nada, sólo tienes que dejarte hacer. Es cosa de Dios y de su amor, es cosa del Espíritu. Para él nada hay imposible.
SEGUNDA PALABRA
“Dijo María: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. (Lc 1, 38)
Hágase es la palabra bendita que no nos cansaremos de agradecer. Con ella termina el largo Adviento del mundo y de la historia. María ha confesado su pequeñez después de escuchar las más grandes alabanzas que una mujer puede oír. Ella vive en la verdad.
María había sido preparada misteriosamente por el Espíritu para esta hora, para decir este “sí”. María es toda una historia afirmativa.
Madre enséñanos a decir Sí. Enséñanos a vivir el “sí” en clave vocacional.
TERCERA PALABRA
“María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá. Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel”. (Lc 1,39-40)
Es la Virgen caminante que, con su secreto en el corazón y con el Hijo en el seno, camina hacia el encuentro de Isabel.
Ella es icono perfecto de la Iglesia peregrina, solidaria y servidora que sale al encuentro del otro. Ante Dios se sintió hija, ante Isabel se va a sentir amiga y hermana. Ante ambos, siempre servidora.
Ella no vive para sí. Vive descentrada. Su vocación es poner su centro fuera de sí: En Dios, en el otro.
Cuando María nos visita, su presencia es transmisora de paz: para cada uno, para nuestras familias, para nuestros ambientes, para todos los pueblos. Ella, madre y portadora de la Paz, que es Cristo.
CUARTA PALABRA
“Y María dijo al ángel: Proclama mi alma la grandeza del Señor...” (Lc 1, 46-55)
Estas palabras de María constituyen su discurso más largo. También el más revolucionario. Nos detenemos ahora en este himno suyo y subrayamos lo siguiente:
.- Es alabanza gozosa y agradecida. María mira a Dios, se mira a sí misma y no puede contener su agradecimiento.
.- Es memorial agradecido: Porque las promesas de Dios han empezado a cumplirse. Es el Dios que se ha volcado sobre su pueblo, sobre su elegida, sobre todos sus hijos.
.- Es profecía esperanzada: Ha llegado la hora en que todo va a cambiar. Dios ha hecho opción por los pobres y los pequeños.
Nuestra vocación está llamada a ser primero agradecimiento a Dios… Después, esperanza en que todo se transformará a mejor… Finalmente predilección por los más necesitados…
QUINTA PALABRA
“Y su madre le dijo: Hijo, ¿Por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando”. (Lc 2,48)
María, como madre que se dirige al hijo de sus entrañas, expresa a Jesús su inmenso dolor, su congoja: “Hijo, ¿por qué te has portado así con nosotros, sin avisarnos, sin explicarnos nada?”.
Perder a Jesús significa el más inmenso dolor y vacío. Jesús era para María y José su absoluto. Ellos sólo vivían para Jesús. Ahora se pierde; mejor, se ausenta libremente.
Dios se hace buscar, se esconde para eso, para que le busquemos, calla para que le llamemos, se disfraza para que le adivinemos.
La búsqueda capacita para el encuentro. Se busca desde la fe y la purifica. Se busca con esperanza y la fortalece.
SEXTA PALABRA
“Y como faltaba el vino, le dice a Jesús su madre: No tienen vino”. (Jn 2, 3)
Esta palabra manifiesta una actitud: la de velar e interceder por sus hijos necesitados. María es la mujer de la atención y de la cercanía. Capta enseguida la necesidad del otro. No está distraída ni ausente. No está pendiente de sí misma. María sigue diciendo a su Hijo:
No tienen vino, no tienen fe,
no tienen Espíritu, no tienen amor,
no tienen alegría, no tienen dignidad,
no tienen salud, no tienen trabajo,
no tienen vida, no tienen paz,
no tienen ilusión, no tienen libertad,
no tienen suerte, no tienen fuerza,
no tienen... porque el ser humano es por esencia indigente.
Escasea el vino de la vida en nuestras bodegas. Nos sobra el vinagre de la muerte. Tantas familias sin amor, tantas personas sin ilusión, tantos grupos sin empuje, tantos pueblos sin paz y sin justicia, tantas iglesias sin Espíritu.... Porque el vino de Caná es eso, ya se sabe, el Espíritu Santo, el Amor de Dios.
SÉPTIMA PALABRA
“Dice su madre a los sirvientes: Hagan lo que Él les diga”. (Jn 2,5)
Estas palabras recogen el testamento espiritual de María. Son sus últimas palabras. Tras ellas, regresó a la patria del silencio.
Sus palabras son rotundas: “Hagan lo que Él les diga”. No obedezcan a nadie más que a Él. Si se alimentan de su palabra no tendrán más hambre ni sed.
Se trata de actuar, de comprometerse, de trabajar según Jesús indique, su Palabra no ha terminado.
Vendrá para crear cielos, purificar el corazón, llenar las ánforas vacías de la vida y el coraje de nuestras casas. Viene y habla mediante el rostro de las personas más cercanas.
Escucha, Padre, nuestra oración, y concédenos por intercesión de nuestra Madre el gozo de poder gozar un día con todos nuestros hermanos de la plenitud de los bienes que nos prometes y que han sido ofrecidos por el sí de María. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Extractos de un texto de Juan Carlos Martos