.- LA TORMENTA - El que tiene proyectos, conoce su historia personal, sus raíces y se fija metas, encontrará tormentas de todo tipo y en otros momentos la calma.

A veces toca pelearse. Con Dios, con uno mismo, con las circunstancias. No pasa nada. Como Jesús en el desierto, luchando con sus demonios. Como tantos otros hombres y mujeres que tienen que plantar cara al miedo, a la incertidumbre, al no saber.
Peleamos por creer, por acertar, por encontrar un lugar en el que asentar la tienda en este mundo. Peleamos para encajar con otros. Peleamos –ojalá– por aquellos por quien nadie pelea. Por entender el evangelio.
Y esa pelea se hace a la intemperie. En tierra de nadie, que es tierra de muchos, donde no manda la tranquilidad, las certidumbres serenas ni las seguridades; sino la fragilidad y el no saber.

LUCHAR CON UNO MISMO – “Los que compiten se controlan en todo; y ellos lo hacen para ganar una corona corruptible, nosotros una incorruptible. Por mi parte, yo corro, no a la ventura; lucho, no dando golpes al aire; sino que entreno mi cuerpo y lo someto, no sea que, después de proclamar para otros, quede yo descalificado.” (1 Cor 9,25-26)
“Descansa un poco de ti mismo”, aconsejaron una vez a un hombre. Y, ¿no es verdad que a veces es uno mismo su peor enemigo? Tienes que luchar contra tus inercias o contra tus bobadas. Tienes que luchar contra tus contradicciones (o quizás, para aceptarlas). Tienes que luchar contra esa voz que, muy dentro, te dice que no te tomes la vida demasiado en serio. Y contra esa otra que te urge a tomártelo todo demasiado en serio. ¡Qué caos! La cosa es que, a menudo, toca luchar. Para ir encontrando un equilibrio en el que nos hacemos un poco más lúcidos.
¿En qué peleas contigo mismo?
¿Qué batallas te toca librar dentro?

PELEAR POR ALGO – “Lucha por la justicia hasta la muerte, y el Señor peleará a tu favor”. (Eclo 4, 28)
El corredor de maratón. La estudiante. El escritor. La madre de familia. El constructor. El ingeniero jefe. El voluntario. La catequista. Cada quién en su vida, en su historia, en sus proyectos, tiene que fijarse metas. Y pelea por alcanzarlas. A veces tocará tormenta, y otras calma chicha.
Habrá preguntas sin respuesta. Lo importante es tener un horizonte hacia el que avanzar. Lo necesario son motivos de peso. Una sana y legítima ambición. Y desde la fe, ojalá, en ese horizonte estén los otros, especialmente los que más necesitan en sus vidas la buena noticia del evangelio.
¿Hay algo que te dé motivos, fuerzas, ganas de afrontar la tormenta en la vida?
Pastoral Universitaria Jesuita.