Reflexión para prepararnos a la Eucaristía del domingo 13
de mayo. Juan 15,9-17
Jesús se está despidiendo de sus discípulos. Los ha
querido apasionadamente. Los ha amado con el mismo amor con que lo ha amado el
Padre.
Ahora los tiene que dejar. Conoce su egoísmo. No saben
quererse. Los ve discutiendo entre sí por obtener los primeros puestos. ¿Qué
será de ellos?
Las palabras de Jesús adquieren un tono solemne. Han de
quedar bien grabadas en todos: “Éste es mi mandato: que se amen unos a otros
como yo los he amado”. Jesús no quiere que su estilo de amar se pierda entre
los suyos. Si un día lo olvidan, nadie los podrá reconocer como discípulos
suyos.
De Jesús quedó un recuerdo imborrable. Las primeras
generaciones resumían así su vida: “Pasó por todas partes haciendo el bien”.
Era bueno encontrarse con él. Buscaba siempre el bien de
las personas. Ayudaba a vivir. Su vida fue una Buena Noticia. Se podía
descubrir en él la cercanía buena de Dios.
Jesús tiene un estilo de amar inconfundible. Es muy
sensible al sufrimiento de la gente. No puede pasar de largo ante quien está
sufriendo. Al entrar un día en la pequeña aldea de Naín, se encuentra con un
entierro: una viuda se dirige a dar tierra a su hijo único. A Jesús le sale
desde dentro su amor hacia aquella desconocida: “Mujer, no llores”. Quien ama
como Jesús, vive aliviando el sufrimiento y secando lágrimas.
Los evangelios recuerdan en diversas ocasiones cómo Jesús
captaba con su mirada el sufrimiento de la gente. Los miraba y se conmovía: los
veía sufriendo, o abatidos o como ovejas sin pastor.
Rápidamente, se ponía a curar a los más enfermos o a
alimentarlos con sus palabras. Quien ama como Jesús, aprende a mirar los
rostros de las personas con compasión.
Es admirable la disponibilidad de Jesús para hacer el
bien. No piensa en sí mismo. Está atento a cualquier llamada, dispuesto siempre
a hacer lo que pueda. A un mendigo ciego que le pide compasión mientras va de
camino, lo acoge con estas palabras: “¿Qué quieres que haga por ti?”. Con esta
actitud anda por la vida quien ama como Jesús.
Jesús sabe estar junto a los más desvalidos. No hace
falta que se lo pidan. Hace lo que puede por curar sus dolencias, liberar sus
conciencias o contagiar confianza en Dios. Pero no puede resolver todos los
problemas de aquellas gentes.
Entonces se dedica a hacer gestos de bondad: abraza a los
niños de la calle: no quiere que nadie se sienta huérfano; bendice a los
enfermos: no quiere que se sientan olvidados por Dios; acaricia la piel de los
leprosos: no quiere que se vean excluidos. Así son los gestos de quien ama como
Jesús.
Eclesalia Informativo