Conocía seguramente la regla para sorprender y la practicaba. Su manera de presentarse en público causaba sorpresa. Todos se preguntaban: “¿Quién es este?”, “¿Qué esto?”, “Jamás hemos visto cosa igual”.
¿Recuerdan a Jesús en
Nazaret? Después de haber leído, enrolló el libro, se lo dio al ayudante y se
sentó, todos tenían sus ojos clavados en él. Y dijo: “Hoy se cumple ante ustedes
esta Escritura” (Lc 4,21).
¡Ahí queda eso!
¿Podríamos imaginarnos algo más sorprendente? Los presentes se quedaron de
piedra y, apenas consiguieron recobrar el aliento, lo sacaron de la sinagoga y
lo llevaron hacia la cima del monte para despeñarlo.
JESÚS DICE UNA SOLA
COSA
Y ¿qué es lo que
dice? Ustedes me argumentarán que todo su evangelio se resume en una frase muy
breve: “Amensé unos a otros” (Jn 15,17). Todas sus acciones, sus signos, sus
discursos, sus parábolas conducen a este mandamiento. Jesús no se dispersa, no
abre paréntesis, no hace gala de su cultura, va derecho al grano. Esto es lo
que significa ¡decir una sola cosa!
JESÚS SUSCITA
EMOCIONES
No deja a nadie
indiferente. La mujer grita entre la multitud: “¡Dichosa [sea] tu madre!” (Lc
11,27). Los fariseos y los escribas salen de la sinagoga llenos de rabia e
intentan hacerlo callar. En los días… ordinarios, para hacer un milagro se hace
rogar. En cambio, el sábado busca a alguien para curarlo, porque sabe que los
fariseos se van a poner furiosos.
JESÚS ES SENCILLO,
PERO NO VULGAR
Su sencillez es
desconcertante. Dice las cosas más altas con las palabras más sencillas, todos
le entienden, y cuando topa con los que no quieren entender, con sus parábolas
hace que no entiendan nada.
Leyendo la biblia, y
especialmente los Evangelios, no he podido evitar pensar que Dios, para
hablarnos a nosotros, ha elegido el camino más sencillo: los diálogos, las
narraciones, las parábolas, las alegorías, los dichos…
Nosotros para hablar
con Dios recurrimos a discursos complicadísimos e incomprensibles, a
razonamientos retorcidos, reservados a especialistas. Nosotros pretendemos
explicar lo que es imposible de explicar.
A menudo he oído
discursos banales, plagados de diminutivos (la Virgencita…), de superlativos
(preciosísimo, santísimo, castísimo…)
Al leer el evangelio
se tiene la impresión de escuchar el lenguaje de hoy. Cuando se escucha a
ciertos hombres y mujeres de Iglesia, se tiene la impresión de vivir en el
siglo XV. La parábola del buen samaritano (Lc 10,25-37), por ejemplo es una
joya de sencillez comunicativa: no explica, hace reflexionar.
JESÚS ES SIEMPRE
ORIGINAL
A veces es dulce:
“Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré” (Mt
11,28); a veces lacónico y breve, como dando a entender: “¿Quién me ha constituido
juez o mediador entre ustedes?” (Lc 12,14), “¿Por qué me llamas bueno? El único
bueno es Dios” (Lc 18,19).
A veces saca el tema
a partir de lo que sucede ante sus ojos: “la viuda que echa unos céntimos en el
arca del templo” (Mc 12,41-44), otras veces, de la crónica de sucesos: la
matanza ordenada por Pilatos y las dieciocho personas que perecieron debajo de
la torre de Siloé (Lc 13,4). Cuando advierte que las palabras no bastan, crea
una escena: “el niño puesto en medio del círculo de los apóstoles” (Mt 18,1-4),
o realiza gestos enormemente sorprendentes: el lavatorio de los pies (Jn 13,1-17).
JESÚS
DA VALOR A LA MARCA
En el sentido de que
no olvida nunca el motivo último de sus gestos y sus palabras: manifestar la
voluntad del Padre. No se pierde nunca en autocelebraciones, no se alaba a sí
mismo, no se pierde en detalles, no confunde lo importante con lo marginal. Va
derecho a la meta.
JESÚS ROMPE LAS
NORMAS
Aunque reacciona
siempre frente a los escribas, los fariseos y los sumos sacerdotes, en cambio,
delante de Herodes no dice una palabra. Tal vez fuera Jesús el que inspiró el
dicho que tanto les gusta a los comunicadores: “Si basta una palabra, no
pronuncies un discurso; si basta un gesto, no digas una palabra, si basta el
silencio, no hagas un gesto”.
Jesús es un maestro,
es el Maestro incluso en la comunicación.
José Pedregosa
- Religioso de la Sociedad de San Pablo.