Era domingo, había acabado la eucaristía, estábamos charlando con las personas que suelen venir a celebrar con nosotras. Llegó la nieta de una de ellas con sus padres y entró correteando en busca de su abuela.
Tras mirar entre las que estábamos en un costado, la vio, y la llamó dando un grito: -¡Abuela!-.
La abuela, sonriente le dio un beso en la mejilla y al tiempo, haciendo un gesto con la mano para que bajase el tono de voz le dijo:
- En la iglesia no se corre ni se grita... y señalando al niño Jesús continuó, ...porque el Niño Jesús se enoja.
-¡Zas!-pensé yo, ya estamos echando balones fuera.
Y esto me dio para pensar acerca de un tema crucial en nuestra fe. Porque ¿acaso yo, adulta, encuentro como motivo de no gritar o correr en la iglesia el que “el Niño Jesús se enoja”?.
Será por respeto, o por educación o por no molestar a quienes están orando en silencio... ¿tan difícil será de entender?
Y, sin embargo, la otra es la explicación que damos a los niños, tal vez por no pararnos a pensar en una respuesta más real y menos automática. Y así luego nos quejamos de la idea de Dios “que nos han vendido”: un Dios enfadado, gruñón, con el ceño fruncido, y que es la que nosotros trasmitimos a la próxima generación.
Claro que donde quiero llegar es ahí mismo, a la imagen de Dios que tengo en realidad, y la que transmito a los demás.
Se me ocurrió pensar ¿qué dibujaría en un papel si alguien me dijera que dibujase a Dios? Aún más difícil: ¿y si dibujo a la Trinidad? Aparte de recurrir a la típica imagen del señor de barba blanca, Jesús con la cruz y el Espíritu Santo como una paloma ¿qué otras imágenes podría utilizar?
¡Uf!, no es tan fácil la pregunta, aun después de unos meses sigo dándole vueltas. Y es que es muy interesante educar una mirada trinitaria para poder dar razón de nuestra verdadera fe, para descubrir al Dios Trinidad que nos abraza en lo cotidiano, y para poder vivirlo de forma más auténtica y elocuente.
Educarla y, antes, reflexionar sobre ella, sobre las imágenes que tenemos en nuestras iglesias con las que representamos a Dios. Sería interesante que cada una tuviera su imagen, su manera de representar a Dios, pero no todas iguales, cada lugar la suya, la que vive, la que celebra, la que quiere compartir.
Así pondríamos en práctica precisamente eso, nuestro espíritu trinitario, el que recibimos todos en el bautismo, que se fundamenta en descubrir con mirada limpia la alteridad, lo diferente, lo que no es como yo, que se percibe con respeto e incluso más allá de la tolerancia, honra la diferencia, da gracias por ella porque sabe que ahí precisamente está la riqueza.
Un espíritu, trinitario, que ama lo distinto, no lo percibe como una amenaza; que enseña, entre otras cosas, que tu realidad es una parcela que se puede abrir y engrandecer al encontrarte con otras personas que intuyen, sueñan, reflexionan, se expresan así, diferente. Y tu experiencia de Dios, limitada, puede engrandecerse por lo que los otros viven.
Esforzarnos en utilizar nuestra mirada trinitaria seguramente nos ayudará a crecer, a pacificar muchas tensiones que se nos crean en las relaciones, en el trato con las personas que se encuentran con nosotras en el día a día. Supongo que este camino nos aleja, mejor o peor, del dualismo, el cual nos incita a compararnos con los otros con mirada de sospecha o de envidia, y nos conduce a descubrir la armonía de todo lo que nos rodea, distinto pero con la misma raíz que la mía, hundida en las entrañas creadoras de Dios Trinidad: relación perfecta en la alteridad.
Y siguiendo esta propuesta de los dibujos, en realidad dibujar a la Trinidad es intentar dibujar el Amor. Podría entonces empezar a imaginar tres maneras diferentes de representar el amor, al cual estamos llamados a ser imagen, o sea a ser huella.
Podría intentar dibujar el amor que perdona, el amor que vitaliza y el amor que crea, el amor tierno. Entre todos podríamos inaugurar, o rescatar, un nuevo estilo de iconografía trinitaria para dejar en herencia a nuestra próxima generación.
A lo mejor dentro de unos años ya no se oye tanto aquello de “a mí me hablaban de un Dios irascible” (lo cual raya con la herejía), y a los creyentes del futuro cuando escuchen la palabra Dios les evoque a todo lo que en su vida está regado por el Amor.
Y si oyen “Trinidad” no tengan que pasarse un rato pensando cómo explicarlo, igual que yo ahora, sino que les brote a borbotones de su corazón la experiencia trinitaria por el amor que perciben en las personas con las que se relacionan, porque experimentan lo que es la Comunión, ese vínculo sagrado en el que estamos llamados a participar.
Ahora, siguiendo con la reflexión sobre la Trinidad, sigo preguntándome cómo son mis relaciones: nudo o ramo de flores, retorcidas o cristalinas, superficiales o profundas.
Monjas Trinitarias de Suesa – Cantabria.