Por encima de cualquier interpretación espiritualista, este pasaje enseña la importancia de la calidez en las relaciones humanas, sacándonos de preocupaciones materiales nos deleita con la compañía de los que nos quieren y queremos.
Una vez más, Jesús se acerca a Betania, una aldea muy cercana a Jerusalén, a hospedarse en casa de unos hermanos a los que quiere mucho.
Al parecer, lo hacía siempre que subía a la capital. En casa están sólo las mujeres. Las dos adoptan posturas diferentes. Marta se queja y Jesús pronuncia unas palabras que Lucas no quiere que se olviden en las comunidades cristianas.
Marta es la que "recibe" a Jesús y le ofrece su hospitalidad. A continuación se desvive en las múltiples tareas de ama de casa. Nada tiene de extraño. Es lo que le "corresponde a la mujer" en aquella sociedad. Ése es su sitio y su cometido: cocer el pan, cocinar, servir al varón, limpiarle los pies, estar al servicio de todos.
Mientras tanto, su hermana María permanece "sentada a los pies" de Jesús en actitud propia de una discípula que escucha atenta su palabra, concentrada en lo esencial. La escena es extraña pues la mujer, en esa época, no estaba autorizada a escuchar como discípula a los maestros de la ley.
Cuando Marta, desbordada por el trabajo, critica la indiferencia de Jesús y reclama ayuda, Jesús responde de manera sorprendente. Ningún varón judío hubiera hablado así.
Jesús no critica a Marta su acogida y su servicio. Al contrario le habla con simpatía repitiendo cariñosamente su nombre. No duda del valor y la importancia de lo que está haciendo. Pero no quiere ver a las mujeres absorbidas por las faenas de la casa: "Marta, Marta: andas inquieta y nerviosa con tantas cosas. Sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no le será quitada".
La mujer no ha de quedar reducida a las tareas del hogar. Tiene derecho a «sentarse» como los varones a escuchar la Palabra de Dios. Lo que está haciendo María responde a la voluntad de Dios. Jesús no quiere ver a las mujeres sólo trabajando. Las quiere ver "sentadas". Por eso las acoge en su grupo como discípulas en el mismo plano y con los mismos derechos que los varones.
Es mucho lo que nos falta en la Iglesia y en la sociedad para mirar y tratar a las mujeres como lo hacía Jesús. Considerarlas como trabajadoras al servicio del varón no responde a las exigencias de ese reino de Dios, que Jesús lo entendía como un espacio sin dominación masculina.
José Antonio Pagola