- CONFIANZA SÍ… PERO…

Hace un par de años, en mi viaje de regreso de Argentina el avión hizo una escala en Sao Paulo en la que subieron unos treinta judíos ortodoxos, que tenían conexión en Madrid con el vuelo a Tel Aviv.

Reconozco que con mi hábito blanco no es fácil pasar desapercibida, pero este grupo no resultaba tampoco más discreto o al menos era fácilmente advertido por todos. Ocuparon la parte central del avión, y yo iba unos pocos asientos más atrás de ellos.
A la madrugada el avión comenzó a experimentar unos movimientos que parecía que estábamos en medio del mar golpeados por las olas. Una fuerte turbulencia, frente de tormenta, y no sé qué más se dijo.
El pánico se apoderó de todos, que instintivamente nos aferrábamos a la butaca, como si por estar sujetos impediríamos el impacto de una posible caída.
Las luces se encendieron, se nos mandó poner cinturones de seguridad, y hasta las azafatas estaban literalmente espantadas.
Fueron minutos que se hicieron eternos. En medio de un silenció patético alguien gritó:
- “Que rece la hermana que estamos en peligro”.

Experimenté un sobresalto que me encogió entera, y no sé si por temor a ¡tanta responsabilidad!, por repartir “responsabilidades” o por costumbre de trato “interreligioso” contesté fuerte:
- “Que recen los judíos que son más”.

En realidad creo que nunca oré con tanta fuerza e insistencia como en aquellos momentos.
Bien, pasado el peligro, y volviendo a la normalidad pude ver cómo, “mis hermanos mayores en la fe” se giraron para ver de dónde había venido ¡aquel reclamo!”.
Sentía necesidad de que la tierra me tragara, pero no por miedo a una nueva turbulencia, ¡por la vergüenza de mi aparente falta de fe!.
Digo esto porque muchas veces ante las dificultades, problemas; ante la situación eclesial, política y social, uno siente que todo es muy frágil y que poco a poco, o de repente, todo se desmorona y corremos el peligro de que no quede nada en pie, o de quedarnos a la intemperie.
Sin ser demasiado conscientes, no acabamos de fiarnos de que Dios está en medio nuestro, como estaba Jesús en la barca y que nada podrá pasarnos sin que Él nos ayude; y si algo malo sucede, estará para darnos fuerzas, ánimos; para ayudarnos a seguir adelante.
No podemos dejar de creer y esperar, dicen que “el ave canta, aunque la rama cruja, porque conoce lo que son sus alas” y nosotros conocemos en manos de “Quien” hemos puesto nuestra confianza.
Así pues, no tengamos miedo, y alimentémonos cada día de una buena dosis de confianza.
Sor Lucía Caram O.P