La caída sin caballo
La conversión más famosa de la historia es la de san Pablo. Los detalles de aquél hecho lo sabemos gracias a Lucas, que lo inmortalizó en Los Hechos de los Apóstoles.
Pablo, un joven y fogoso judío, llamado entonces Saúl, viaja a Damasco para encarcelar a los que encontrara en esa ciudad. Damasco distaba unos 230 km de Jerusalén, el viaje debió de haberle llevado a Pablo alrededor de una semana.
Casi ya en las puertas de la ciudad, una poderosa luz lo envolvió y lo tiró por tierra.
Entonces oyó una voz: “Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?”
Pablo respondió: “¿Quién eres, Señor?”
La voz le contestó: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Levántate y entra en la ciudad. Allí se te indicará lo que tienes que hacer”.
Luz para el ciego
Pablo, que no veía nada y con la ayuda de sus compañeros ingresó en la ciudad. Aquél que había querido entrar en Damasco arrasando, debió entrar llevado de la mano, ciego e impotente.
Permaneció allí tres días ciego, sin comer y sin beber. Hasta que se presentó un hombre llamado Ananías y le impuso las manos, cayeron de sus ojos una especie de escamas y recuperó la vista.
A partir de ese momento Pablo fue otra persona. (Para leer completo hacer clic en ABRIR)
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Sin contar las intimidades
Resulta curioso que este relato tan detallado del libro de los Hechos no coincida con la versión que el propio Pablo da en sus cartas.
En primer lugar, en ninguna escrito suyo Pablo cuenta a nadie lo que experimentó aquél día. Ni siquiera a los Gálatas, que habían puesto en duda su apostolado, y que hubiera sido un excelente argumento contarles ese suceso extraordinario. Sólo menciona su conversión de pasada.
Y cuando en otras partes cuenta sus visiones y revelaciones lo hace en tercera persona (“Sé de un hombre...”, como si no le gustara hablar de ese tema.
En los Hechos, Pablo aparece divulgándolo varias veces, con toda libertad, y una vez nada menos que ante una verdadera multitud. ¿Es éste el mismo Pablo de las cartas?
En segundo lugar, los Hechos no dicen que Pablo haya visto a Jesús. Cuentan que sólo “vio una luz venida del cielo” y “oyó una voz” que le hablaba.
Pablo en sus cartas asegura, sin entrar en detalles, haber visto personalmente a Jesús. A los corintios les advierte: “¿Acaso no he visto yo a Jesús, Señor nuestro?”. Y también: “Se le apareció a Cefas y a los Doce... y finalmente se me apareció también a mí”.
¿Conversión o vocación?
En tercer lugar, Pablo asegura haber recibido su vocación y el evangelio que predicaba, directamente de Dios, sin intermediario alguno. Afirma: “Pablo, apóstol, no de parte de los hombres ni por medio de hombre alguno, sino por Jesucristo”. Y dice: “Les cuento, hermanos, que el evangelio que les anuncio no es cosa de hombres; pues yo no lo recibí ni aprendí de hombre alguno sino por revelación de Jesucristo”. En cambio en Hechos se dice que fue Ananías quien explicó a Pablo el significado de la luz que lo envolvió, y quien le enseñó la doctrina cristiana.
Hay otras diferencias entre Los Hechos y la de Pablo. Por ejemplo, Hechos presenta la experiencia de Damasco como una “conversión”; Pablo nunca dice que se haya convertido, habla de su “vocación” .
Hechos dice que su conversión estuvo acompañada de fenómenos externos (luz celestial, una voz misteriosa, la caída al suelo, la ceguera); Pablo nunca menciona tales fenómenos exteriores fantásticos, y sostiene que la revelación que él tuvo fue una experiencia interior.
¿Cómo se explican estas diferencias? ¿Por qué Lucas parece no ajustarse a lo que Pablo señala en sus cartas? Para responder a esto debemos tener en cuenta la intención de los Hechos de los Apóstoles.
Lucas, al momento de componer su libro, conocía una tradición que contaba que Pablo, había vivido cierta experiencia y la presencia de Ananías. Y con estos datos compuso un relato siguiendo el esquema de las llamadas “leyendas de conversión”.
¿Qué eran las “leyendas de conversión”?. Eran narraciones estereotipadas en que se mostraba un personaje, enemigo de Dios, a quien se le manifestaba con señales extraordinarias y terminaba convirtiéndolo.
Un ejemplo es la conversión de Heliodoro, en el 2º libro de los Macabeos. Heliodoro, ministro del rey de Siria, en su persecución contra los judíos intentó saquear el tesoro del Templo de Jerusalén. Cuando estaba por lograrlo, Dios se le apareció en una impresionante manifestación. Heliodoro cayó al suelo envuelto en una ceguera total.
Heliodoro, que había entrado al Templo con tanta soberbia, debió ser sacado en una camilla mudo e impedido. Luego de varios días, y gracias a un judío, el ministro recuperó fuerzas, se convirtió y recibió la misión de anunciar en todas partes la grandeza de Dios.
Tres veces lo mismo.
Existen muchas otras leyendas judías que cuentan de idéntico modo la conversión de algún personaje enemigo de Dios. No debemos tomar los detalles de la conversión de san Pablo como históricos, sino como parte de un género literario convencional.
¿Y por qué a Lucas le importaba tanto de la conversión de san Pablo, al punto tal de no sólo ampliarla en detalles sino de repetirla ¡nada menos que tres veces! (9,3-19; 22,6-16 y 26,12-18)? ¿Por qué contar tres veces lo mismo, en un libro como los Hechos que se caracteriza por la sobriedad y economía de detalles narrativos, y cuando otros episodios más importantes, como el de Pentecostés, aparecen una sola vez?
Porque Lucas, a lo largo de todo su libro, intenta mostrar cómo se cumple una profecía de Jesús: que la Palabra de Dios se extenderá por todo el mundo de aquel entonces.
Jesús se les aparece a los apóstoles y dice: “El Espíritu Santo vendrá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, hasta los confines de la tierra”.
¿Y cuál era en aquel entonces “los confines de la tierra”? Era precisamente Roma. Por lo tanto su objetivo es mostrar cómo la Palabra de Dios llega justamente hasta Roma.
La profecía que cumplir.
Lucas no sabía de ninguno de los doce apóstoles que haya llegado hasta Roma. Pedro, nunca sale más allá de Judea y Samaria. Juan, tampoco viaja más que hasta Samaria. Santiago el Mayor es asesinado temprano. Santiago el Menor no se mueve de Jerusalén. Matías, elegido en lugar de Judas, desaparece inmediatamente después de su elección. De los demás apóstoles no hay ni noticias. ¿Cómo mostrar que la profecía de Cristo se cumple y que la Iglesia llega “hasta los confines de la tierra”?
La solución fue hacer recaer sobre Pablo el cumplimiento de esta misión. Pero el problema estaba en que Pablo no era un verdadero apóstol. Para Lucas “apóstol” era el que había conocido personalmente a Jesús, y había recibido de él la misión de anunciar el evangelio, cosa que no había sucedido con Pablo.
Para explicar por qué Pablo es el que cumple la misión de llegar a Roma, encargada a los apóstoles, Lucas lo muestra recibiendo del propio Jesús este encargo. Y lo repite tres veces a lo largo del libro, mientras va camino a Roma, como para que no queden dudas.
El arte expositor de Lucas.
Lucas sabe que no puede contar tres veces lo mismo, de la misma manera. Hubiera sido aburrido y su libro hubiera perdido fuerza y convicción. Con habilidad presentó sus tres narraciones de maneras diferentes.
Si comparamos los tres relatos de la conversión de Pablo, encontraremos que el autor fue haciendo cambios, presentándolos en forma gradual.
Sobre la luminosidad que envolvió a Pablo, el primer relato dice “una luz del cielo”. El segundo, “una gran luz”. Y el tercero, “una luz más luminosa que el sol”.
El primer relato no dice a qué hora fue aquella luz. Pero el segundo aclara que fue “cerca del mediodía”, lo cual resalta el esplendor luminoso. Y el tercero ya dice “en pleno mediodía”, mostrando cómo el brillo de la luz superaba al sol cuando éste brilla con mayor fuerza.
En el primero y en el segundo relato dice que la luz envolvió sólo a Pablo (9,3 y 22,6). En el tercero dice que la luz envolvió también a “todos sus compañeros” (26,13).
¿De pie o caídos?.
También las persecuciones antes de convertirse aparecen descritas con esta técnica de graduación. El primero dice que Pablo a los cristianos los “conducía a la cárcel” (8,3). El segundo agrega que los “perseguía a muerte” (22,4). Y el tercero, que los metía en la cárcel, los torturaba para que renunciaran a su fe cristiana, los perseguía hasta en ciudades extranjeras, y cuando eran condenados a muerte él contribuía con su voto (26,10-11).
Lo mismo ocurre con la misión encomendada. El primer relato sólo anticipa que Pablo llevará “el nombre de Cristo ante los gentiles, los reyes y los judíos” (9,15). En el segundo ya aparece enviado, pero sin aclarar cómo será su misión (22,15). En el tercero Pablo no sólo es enviado sino que se especifica los detalles de su misión (26,16-18).
Lucas también cambia otros detalles para hacer más variada su exposición. Así, el primer relato dice que los compañeros de Pablo oyeron la voz pero no vieron la luz (9,7). El segundo dice que vieron la luz pero no oyeron la voz (22,9). Y el tercero, que ni vieron ni oyeron nada.
De igual manera sucede con el efecto de la conmoción. La primera vez dice que Pablo cayó al suelo y sus compañeros quedaron de pie (9,7). Pero en otra parte dice que ellos cayeron al suelo con Pablo (26,14). Se trata de simples técnicas de variación sin importancia histórica alguna.
Un diálogo conocido.
Hay un elemento que se mantiene igual y que no fue cambiado en ninguno de los tres relatos: el diálogo entre Pablo y Cristo en el momento de la aparición. ¿Por qué fue conservado este diálogo con tanto cuidado? ¿Porque sí reflejaba, quizás, una conversación real entre Jesús y el apóstol?
Hoy los biblistas sostienen que se trata de un diálogo también artificial, muy común en el Antiguo Testamento, llamado “diálogo de aparición”. Los escritores sagrados lo emplean cada vez que quieren contar la aparición de Dios o de un ángel a alguna persona.
El “diálogo de aparición” consta normalmente de cuatro elementos:
a) La doble mención del nombre de la persona (¡Saúl, Saúl!).
b) Una breve pregunta del personaje (¿Quién eres, Señor?).
c) La autopresentación del Señor (Yo soy Jesús, a quien tú persigues).
d) Un encargo (Levántate y vete).
Este mismo “diálogo” lo tenemos, por ejemplo, cuando el ángel le encarga a Jacob regresar a su patria (Gn 31,11-13); cuando Dios autoriza a Jacob a bajar a Egipto (Gn 46,2-3); en la vocación de Moisés (Ex 3,2-10); en el sacrifico de Isaac (Gn 22,1-2); en la vocación de Samuel (1 Sm 3,4-14).
Utilizando este “diálogo” artificial, empleado oficialmente para estas ocasiones, Lucas quiso decir a sus lectores que Pablo realmente había conversado con Jesucristo camino a Damasco, y que no había sido una mera alucinación.
Pablo y nosotros.
Siempre nos han resultado lejanos y misteriosos los personajes bíblicos, precisamente porque aparecen viviendo experiencias extrañas y especialísimas, que ningún cristiano normal vive hoy en día.
También Pablo, en cierto momento de su vida, experimentó un encuentro íntimo y especial con Jesús, que lo llevó a abandonar todo y a centrar su existencia en Cristo Resucitado. Fue una experiencia interior inefable, imposible de contar con palabras. Pero el autor bíblico la describe adornada con voces divinas, luces celestiales, caídas estrepitosas, ceguera, para exponer de algún modo lo que nadie es capaz de comunicar.
En realidad la experiencia paulina fue semejante a la de muchos de nosotros. Seguramente nuestra propia vocación cristiana fue también un encuentro grandioso con Jesús resucitado. Pero no oímos voces extrañas, ni vimos luces maravillosas. Y por eso no la solemos valorar. Y muchas veces languidece anémica en algún rincón de nuestra vida diaria.
Por eso hace bien reconocer que tampoco Pablo vio nada de aquello. Que no nos lleva ventaja alguna. Recordarlo, y pensar luego en la cantidad de veces que podemos experimentar a Jesús resucitado en nuestra vida, puede ser la ocasión para animarnos a hacer cosas mayores que las que hacemos ordinariamente. Como las que hizo Pablo.
.-Pbro. Ariel Álvarez Valdés - Doctor en Teología Bíblica.