- SOLO QUEDARÉ CON DIOS.

En una residencia de jubilados de la región de París, me voy a ver a un sacerdote cargado de años. Me espera con alegría porque le anuncié mi visita. Nos hemos hecho amigos.
Apenas entro en su habitación, veo una bandeja con el aperitivo y unas galletas. Al hilo de la conversación se sincera:
- Los días son largos. Como tengo sordera, ya no hablo con nadie. Lo que más me pesa hoy es el silencio, el gran silencio. El silencio de los otros, el silencio sobre todo lo que he podido conocer durante mi vida.
Y prosigue, añadiendo:
- Y el silencio de Dios. Sólo me queda la confianza. Confiar.

En la capital de Surinam, el obispo invita a sus tres compañeros de paso, entre los cuales me encuentro yo, a ir a visitar a su antecesor retirado en una residencia de jubilados.
Al llegar, un empleado nos lleva a una terraza que da a un jardín. Tomamos asiento en el húmedo calor de la tarde. Llega entonces, en una silla de ruedas llevada por un enfermero, aquél que vinimos a visitar. Es un ancianito muy debilitado.
Su sonrisa ilumina su rostro. Un rostro de niño, con una luz en la mirada. Ya no puede hablar, pero comprende lo que se le pregunta.
Para responder le basta con escribir en un teclado. Aparecen entonces en una pantallita unas palabras que traducen su pensamiento.

En el momento de marchar, le pregunto:
- ¿Tiene usted una palabra para dejarnos, una palabra que conservaremos de usted?.
De inmediato, se pone a teclear tres letras que desciframos sorprendidos:
- Job.
Sin duda quería decirnos:
- “...un día ustedes vivirán como yo la experiencia de Job que está descrita en la Biblia. Serán despojados de todo: salud, amigos, poder, honores, riqueza…Ya nada les quedará. Pongan toda su esperanza en Dios.”
Jacques Gaillot.