Te lo cuentan. Y creemos. Porque ponen en sus palabras energía, fuerza o convicción. O porque viven de tal manera que parece que eso que cuentan es verdad, y entonces piensas, “tal vez es verdad”.
Y sus testimonio sus anécdotas preñan las historias de esperanzas, y devuelve el brillo a los ojos.
Y sus relatos prometen encuentros, abrazos y amor. Y no hablan de teoría, sino de Vida; de tu vida, de mi vida. Con ejemplos sencillos, cotodianos te dejan pensando y na sensación de paz.
Y nos cuentan que todo va a estar bien, porque han visto, muy dentro y muy fuera, que la lógica de Dios tiene sentido. Que Dios está con nosotros. Que el evangelio era y es verdad.
Otra forma de presencia
Abrazar y dejar marchar. Esa es la alegría extraña con el Resucitado. Adivinar su rostro oculto en tantos rostros y vidas. Y al tiempo saber aceptar los ratos en que haya un poco más de sombra o en que ese rostro amado parece ausente. Porque su distancia no es definitiva, sino otra forma de presencia. María se siente contenta, porque sabe que el Dios vivo está en su corazón. Y nosotros nos sentimos dichosos, al intuir que Jesús, aún vivo, sigue latiendo en nuestros sueños, en nuestros ideales, en nuestras caricias y nuestros esfuerzos. Y sigue enviándonos a anunciar que su evangelio vence.
¿Dónde intuyo yo que Jesús está vivo?
Gestos que transparentan
“Y entró para quedarse con ellos. Se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Entonces sus ojos se abrieron y lo reconocieron; pero él desapareció de su lado” (Lc 24, 29-31)
Entonces le reconoces en gestos que hablan de él. Y parece que una luz distinta ilumina todo. Le reconoces en las vidas compartidas, y en las caricias auténticas, en las palabras que se abren paso hasta llegar al corazón, y hablan de amor, de justicia, de esperanza.
Le reconoces en la entrega gratuita. En la canción que te incendia por dentro. En el hombre golpeado que no se rinde.
En la mujer que se sobrepone a la adversidad y sonríe con fe inquebrantable.
Lo reconoces en las personas que viven bendiciendo (bien-diciendo)… a otros –que es hablar bien de otros-. Le reconoces en quien da y se da.
¿Qué gestos, qué rostros, qué historias en mi vida me hablan de un Dios cuyo evangelio tiene la última palabra?
Y sus testimonio sus anécdotas preñan las historias de esperanzas, y devuelve el brillo a los ojos.
Y sus relatos prometen encuentros, abrazos y amor. Y no hablan de teoría, sino de Vida; de tu vida, de mi vida. Con ejemplos sencillos, cotodianos te dejan pensando y na sensación de paz.
Y nos cuentan que todo va a estar bien, porque han visto, muy dentro y muy fuera, que la lógica de Dios tiene sentido. Que Dios está con nosotros. Que el evangelio era y es verdad.
Otra forma de presencia
Abrazar y dejar marchar. Esa es la alegría extraña con el Resucitado. Adivinar su rostro oculto en tantos rostros y vidas. Y al tiempo saber aceptar los ratos en que haya un poco más de sombra o en que ese rostro amado parece ausente. Porque su distancia no es definitiva, sino otra forma de presencia. María se siente contenta, porque sabe que el Dios vivo está en su corazón. Y nosotros nos sentimos dichosos, al intuir que Jesús, aún vivo, sigue latiendo en nuestros sueños, en nuestros ideales, en nuestras caricias y nuestros esfuerzos. Y sigue enviándonos a anunciar que su evangelio vence.
¿Dónde intuyo yo que Jesús está vivo?
Gestos que transparentan
“Y entró para quedarse con ellos. Se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Entonces sus ojos se abrieron y lo reconocieron; pero él desapareció de su lado” (Lc 24, 29-31)
Entonces le reconoces en gestos que hablan de él. Y parece que una luz distinta ilumina todo. Le reconoces en las vidas compartidas, y en las caricias auténticas, en las palabras que se abren paso hasta llegar al corazón, y hablan de amor, de justicia, de esperanza.
Le reconoces en la entrega gratuita. En la canción que te incendia por dentro. En el hombre golpeado que no se rinde.
En la mujer que se sobrepone a la adversidad y sonríe con fe inquebrantable.
Lo reconoces en las personas que viven bendiciendo (bien-diciendo)… a otros –que es hablar bien de otros-. Le reconoces en quien da y se da.
¿Qué gestos, qué rostros, qué historias en mi vida me hablan de un Dios cuyo evangelio tiene la última palabra?