- ¿QUÉ ME PASA?. Cuando pasamos del miedo, del encierro comunitario a la ALEGRIA que se comparte.

El evangelio de Juan dice que los discípulos estaban encerrados en el cenáculo por miedo, un diagnóstico certero de lo que les pasaba a aquellos hombres y mujeres presos de sudores y palpitaciones, enroscados en sí mismos y tan cegados como para creerse a salvo detrás de una puerta que podría echar abajo la patada de un romano.
Pero lo que les pasaba era algo mucho peor y era que habían perdido el centro, como si sus órganos vitales estuvieran desplazados y toda su corporalidad retorcida y distorsionada.
Se ve todo más claro en el escaner que ofrece la continuación del relato porque se les quitan todas las penas en cuanto el Resucitado vuelve a ocupar el centro:

“Llegó Jesús estando las puertas cerradas, se puso en medio de ellos y les dijo: La paz sea con vosotros. Y se llenaron de alegría…” (Jn 20,19).
O sea que esta vez la terapia de Jesús no consistió como otras veces en preguntar, tocar o pronunciar palabras de sanación (¿qué quieres que te haga?; queda limpio…; le tocó…; tu fe te ha salvado; mujer quedas libre de tu enfermedad…; recobra la vista…), sino que, sencillamente, les dijo;
- ¡Hola! (shalom, para entendernos), recuperó su sitio y todo lo que en los discípulos estaba descentrado, descolocado y desquiciado encontró de pronto su equilibro, su quicio y su centro de gravitación, respiraron profundo y se llenaron de alegría.

Estupenda ocasión la de esta Pascua para reconocer las posibles causas de que andemos también nosotros algo des-centrados y para que el Señor recupere su lugar central en nuestra vida, llenándonos de alegría.
Hubiera sido mejor hacer el diagnóstico en Cuaresma, pero con este Médico siempre estamos a tiempo de pedir cita a destiempo, dispuesto como está a recibirnos sin necesidad de esperar en la cola de las urgencias.
Posiblemente no nos hagan falta muchas pruebas, radiografías, análisis para darnos cuenta por dónde anda nuestra descentratitis y nuestra despistalgia:
.- Quizá estemos concediendo centralidad a disgustos eclesiales del tipo; “quítate de ahí, que me pongo yo”.
.- O los “cargos” han inflado nuestro yo como un globo sin dejar sitio para nada más.
.- O se nos ha instalado en el corazón una calesita con caballitos ensimismados en historias del tipo; mi vida es un sube y baja o dar vueltas y vueltas, monotonas.
.- O les hemos cedido el mando y el control a la agenda, el reloj o a las reunionitis.
.- O hemos cerrado las puertas por el miedo a la realidad que nos rodea.
.- O por lo “raros” que son nuestros semejantes, no son como “uno”.
.- O persiguiendo todo el tiempo lo que El proveerá.

Menos mal que el Resucitado sigue decidido a entrar en nuestra vida, aunque tengamos las puertas cerradas, el corazón invadido y los afectos, ideas y costumbres en absoluto desorden.
Viene a saludarnos con su paz y a recuperar su sitio, que no puede ser otro que el centro.
Por supuesto. Claro está. Desde luego. Evidentemente. Of course. Naturellement. Faltaría más. Aleluya, aleluya.
Sobre un texto de Dolores Aleixandre.