La felicidad es uno de los bienes más ansiados por el ser humano, pero no puede ser comprada ni en el mercado, ni en la bolsa, ni en los bancos.
A pesar de eso, alrededor de ella se ha creado toda una industria que viene bajo el nombre de auto-ayuda. Con pedazos de ciencia y de psicología se procura ofrecer una fórmula infalible para alcanzar “la vida que usted siempre soñó”.
Confrontada, con el curso de las cosas, se muestra insostenible. Curiosamente, la mayoría de los que buscan la felicidad intuyen que no puede encontrarla en la ciencia pura o en algún centro tecnológico.
A pesar de eso, alrededor de ella se ha creado toda una industria que viene bajo el nombre de auto-ayuda. Con pedazos de ciencia y de psicología se procura ofrecer una fórmula infalible para alcanzar “la vida que usted siempre soñó”.
Confrontada, con el curso de las cosas, se muestra insostenible. Curiosamente, la mayoría de los que buscan la felicidad intuyen que no puede encontrarla en la ciencia pura o en algún centro tecnológico.
Van a un pai, o a un centro espiritista o frecuentan un grupo carismático, consultan a un gurú, leen el horóscopo o estudian el I-Ching de la felicidad.
Tienen conciencia de que la felicidad no está en la razón analítica o calculatoria sino en la razón sensible y en la inteligencia emocional y cordial.
Esto porque la felicidad debe venir de dentro, del corazón y de la sensibilidad.
Para decirlo sin rodeos: no se puede ir directamente a la felicidad. Quien lo hace así es infeliz casi siempre. La felicidad resulta de algo interior: de la esencia del ser humano y de un sentido de justa medida en todo.
La esencia del ser humano reside en su capacidad de relacionarse.
Él ser humano es un nudo de relaciones, una especie de rizoma, cuyas raíces apuntan en todas las direcciones. Sólo se realiza cuando activa continuamente sus relaciones;
- Con el universo.
- Con la naturaleza.
- Con la sociedad.
- Con las personas.
- Con su propio corazón, su persona.
- Con Dios.
Esa relación con lo diferente le permite el intercambio, el enriquecimiento y la transformación. La felicidad o infelicidad nace de este juego de relaciones en proporción a la calidad de las mismas. Fuera de la relación no hay felicidad posible.
Pero eso no basta. Importa vivir un sentido profundo de justa medida en el cuadro de la condición humana concreta. Ésta está hecha de realizaciones y de frustraciones, de violencia y de cariño, de la monotonía de lo cotidiano y de acontecimientos sorprendentes, de salud, de enfermedad y, por último, de muerte.
Ser feliz es encontrar la justa medida en relación a estas polarizaciones. De ahí nace un equilibrio creativo: sin ser demasiado pesimista porque ve las sombras, ni demasiado optimista porque percibe las luces.
Ser concretamente realista, asumiendo creativamente lo incompleto de la vida humana, intentando, día a día, escribir derecho con renglones torcidos.
La felicidad depende de esta actitud, especialmente cuando nos enfrentamos a los límites inevitables, como por ejemplo, las frustraciones y la muerte. De nada vale ser rebelde o resignado, pero todo cambia si somos creativos: eso hace de los límites fuentes de energía y de crecimiento.
Es el arte de sacar ventaja de las dificultades y de los fracasos.
Aquí aparece un sentido espiritual de la vida, sin el cual la felicidad no se sostiene a mediano y a largo plazo. Entonces resulta que la muerte no es enemiga de la vida, sino un salto, rumbo a un otro orden más alto.
Si nos sentimos en la palma de las manos de Dios, nos serenamos. Morir es sumergirnos en la Fuente. De esta forma: “Si no se puede traer el cielo a la tierra, por lo menos podemos acercarlos”.
Esta es la sencilla y factible felicidad que podemos penosamente conquistar como hijos e hijas de Adán y Eva decaídos.
Tienen conciencia de que la felicidad no está en la razón analítica o calculatoria sino en la razón sensible y en la inteligencia emocional y cordial.
Esto porque la felicidad debe venir de dentro, del corazón y de la sensibilidad.
Para decirlo sin rodeos: no se puede ir directamente a la felicidad. Quien lo hace así es infeliz casi siempre. La felicidad resulta de algo interior: de la esencia del ser humano y de un sentido de justa medida en todo.
La esencia del ser humano reside en su capacidad de relacionarse.
Él ser humano es un nudo de relaciones, una especie de rizoma, cuyas raíces apuntan en todas las direcciones. Sólo se realiza cuando activa continuamente sus relaciones;
- Con el universo.
- Con la naturaleza.
- Con la sociedad.
- Con las personas.
- Con su propio corazón, su persona.
- Con Dios.
Esa relación con lo diferente le permite el intercambio, el enriquecimiento y la transformación. La felicidad o infelicidad nace de este juego de relaciones en proporción a la calidad de las mismas. Fuera de la relación no hay felicidad posible.
Pero eso no basta. Importa vivir un sentido profundo de justa medida en el cuadro de la condición humana concreta. Ésta está hecha de realizaciones y de frustraciones, de violencia y de cariño, de la monotonía de lo cotidiano y de acontecimientos sorprendentes, de salud, de enfermedad y, por último, de muerte.
Ser feliz es encontrar la justa medida en relación a estas polarizaciones. De ahí nace un equilibrio creativo: sin ser demasiado pesimista porque ve las sombras, ni demasiado optimista porque percibe las luces.
Ser concretamente realista, asumiendo creativamente lo incompleto de la vida humana, intentando, día a día, escribir derecho con renglones torcidos.
La felicidad depende de esta actitud, especialmente cuando nos enfrentamos a los límites inevitables, como por ejemplo, las frustraciones y la muerte. De nada vale ser rebelde o resignado, pero todo cambia si somos creativos: eso hace de los límites fuentes de energía y de crecimiento.
Es el arte de sacar ventaja de las dificultades y de los fracasos.
Aquí aparece un sentido espiritual de la vida, sin el cual la felicidad no se sostiene a mediano y a largo plazo. Entonces resulta que la muerte no es enemiga de la vida, sino un salto, rumbo a un otro orden más alto.
Si nos sentimos en la palma de las manos de Dios, nos serenamos. Morir es sumergirnos en la Fuente. De esta forma: “Si no se puede traer el cielo a la tierra, por lo menos podemos acercarlos”.
Esta es la sencilla y factible felicidad que podemos penosamente conquistar como hijos e hijas de Adán y Eva decaídos.