Skellig Michael, una pirámide de roca en el mar, sin playas ni praderas en su base, emerge unos 235 m sobre el Océano Atlántico. Allá arriba unos monjes celtas del siglo VI fundaron lo que fue el primer asentamiento monástico de Europa.
Lo que intriga es lo que escribió un monje que vivía ahí hacia el año 800. Y sorprenden sus implicaciones, tanto entonces como ahora. Una pequeña rima;
Lo que intriga es lo que escribió un monje que vivía ahí hacia el año 800. Y sorprenden sus implicaciones, tanto entonces como ahora. Una pequeña rima;
“Yo y Pangur Ban, mi gato, tenemos una tarea común:
a él le gusta cazar ratones, yo paso la noche cazando palabras.”
Con la intención de vivir en relación directa con Dios y la naturaleza, estos monjes dejaron la tierra firme para construir cinco pequeñas celdas cónicas de roca en la cima de esta montaña.
Se alimentaban de la pesca, de unas pocas plantas y de miles de pájaros que habitaban aquel lugar.
Aparentemente, estaban aislados del resto del mundo, porque esta roca está en el mar a más de nueve millas de la costa, en el suroeste de Irlanda y para llegar a tierra firme se necesitaba un día de navegación.
Para llegar a la cima, los monjes, cincelaron a mano, más de 2.300 peldaños de piedra en la montaña. Allí arriba, la vida era dura, fría y “fuera de este mundo”, sin ningún contacto, a contrapelo, en otra escala de tiempo.
Pero… los monjes que habitaron este lugar durante más de 500 años -hasta el siglo XII- escribieron la mayoría de la historia de aquella parte del mundo.
Escribieron sobre los terremotos en la Galia, sobre las epidemias de viruela, sobre remedios y curas de enfermedades, sobre los pillajes de los vikingos y sobre las sucesivas luchas sociales que ocurrían a muchos cientos de millas de distancia.
“Pasaban la noche cazando palabras”, para escribir, para involucrase en la historia. A pesar de estar físicamente lejos, separados y, en principio, sin ningún interés en lo que pasaba, sabían lo que estaba ocurriendo y decidieron alertar al resto del mundo. Contribuyeron al desarrollo de Europa desde un reducto montañoso en el Océano Atlántico.
Moraleja: todos tenemos una responsabilidad sobre el mundo que nos rodea. Nadie está desconectado a menos que decida egoístamente, estarlo.
Y esto nos trae al presente, cuantas Skellig Michael, cuantas rocas puntiagudas en medio de la multitud de hermanos hay en nuestros tiempos.
Porque tienen otra dimensión, la suya, la de sus egoísmos, sus gobiernos y países, sus ideologías, sus estilos de vida, sus dioses.
Y escriben y hacen su propia historia, además de perseguir el objetivo que esa historia o forma de hacer y ver las cosas sea compartida como una verdad absoluta por todos los hombres.
Cuantos “monasterios” de hombres alejados de la dura realidad de millones de hermanos, cuantos “monasterios” económicos, políticos, sociales, intelectuales y religiosos hay en nuestros días, pero que actúan lejos de Dios y lejos de la realidad de sus hermanos.
Nadie es una isla, fuimos creados para vivir en comunidad, con otros hermanos, para compartir la misma casa, la misma comida, los mismos destinos como humanidad, la misma dignidad de personas.
No podemos mantenernos en medio de “nuestros océanos”, sin involucrarnos, sin sentarnos por las noches a cazar palabras, a cazar sueños para hacer un mundo mejor.
Estos hombres se alejaron de la tierra firme para buscar a Dios pero descubrieron que para ello, también tenían que aceptar su responsabilidad sobre los demás.
Debemos aceptar, en estos días, que lo que he visto y oído puede involucrarme y ayudar a cambiar la realidad.